Sabemos que la contaminación mata. Las emisiones de dióxido de carbono, óxido nitroso y particular tienen consecuencias duraderas y muy profundas en la salud de los habitantes. En función del momento del día, la época del año y la ciudad concreta, algunas personas fuman involuntariamente el equivalente a dos o tres cigarrillos diarios por el mero hecho de pasear al aire libre. Dicho de otro modo, respirar el aire de las grandes urbes reduce poco a poco nuestra esperanza de vida.
De modo que, ¿qué sucede cuando reducimos la contaminación?
Más vida. Que ganamos esperanza de vida. Al menos es la conclusión que podemos extraer de un estudio reciente publicado por la Universidad de Estocolmo. En él, diversos investigadores se han valido de las series históricas recopiladas por las estaciones de medición en tres grandes ciudades suecas (Estocolmo, Malmö y Gotemburgo) para analizar de qué modo se ha reducido la contaminación y qué consecuencias ha tenido dicha reducción en la salud de sus habitantes.
Respuesta: un año de vida ganado a la esperanza de vida gracias a un aire más limpio.
Las cifras. Las ciudades suecas llevan años tratando de reducir la huella contaminante del vehículo privado en sus calles. Cuentan con ejemplares servicios de transporte público, con algunas limitaciones a la circulación del coche y con una notable penetración de la bicicleta como alternativa modal. A cambio, los niveles de óxido nitroso (los más determinantes) han pasado de 40 microgramos por metro cúbico en 1990 a 20 microgramos en 2015.
El origen de la reducción, fundamentalmente, se adscribe al tráfico.
La salud. El efecto de las partículas y el óxido nitroso en la salud de los humanos es bien conocido. Algunos estudios señalan que por cada 10 microgramos de partículas que respiramos, nuestras posibilidades de contraer enfermedades respiratorias o cardiovasculares aumentan un 3%. Dado que respiramos alrededor de 20.000 veces en un sólo día, la exposición es alta. Entre 1990 y 2015, las tres ciudades suecas aumentaron su esperanza de vida en cuatro y cinco años: los científicos atribuyen una cuarta parte de la ganancia a sus aires más limpios.
El cálculo parte de otros modelos previos que ya han estudiado la relación entre contaminación y salud, y controla tanto por tamaño de la población como por su estructura demográfica.
La receta. Hasta ahora, las ciudades habían observado con cierta alarma cómo los niveles de contaminación aumentaban. Y sus ciudadanos habían percibido sus consecuencias (negativas). El ejemplo de Estocolmo y compañía nos adelanta las tendencias futuras: conforme las políticas de prevención y de mejora de calidad del aire avancen, nuestra salud mejorará. En cierto sentido, el estudio es una mirada hacia el futuro global de las grandes ciudades. Una muy positiva.
A gran escala. En el marco global, sin embargo, la contaminación sigue siendo la norma. Episodios como los de Nueva Delhi (semanas sin ver el sol por culpa de la contaminación) o como los de las grandes ciudades chinas (nubes tóxicas que cubren el cielo cada mañana) requieren de políticas a gran escala y de carácter global. Todas las grandes urbes, eso sí, están combatiendo ya el fenómeno. Lo que puede resultar en algo más de esperanza de vida para todos.
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