De los típicos comentarios de las redes sociales que podemos encontrarnos todos los días, se desprende que hay dos grandes corrientes de interpretación sobre las sociedades modernas: mientras que a muchos les gusta pensar que la gente se ha vuelto más idiota, otros defienden que esta era de la información sólo ha intensificado lo que ya subyacía en los millones de individuos de hace siglos, aunque sus ideas no tuviesen ni una ínfima parte de la repercusión que tienen hoy.
En 1917 el mundo se enfrentó a una pandemia de gripe de virus H1N1, la conocida como Gripe Española por ser el primer gran país en ocupar titulares mientras en la prensa de los países en guerra se censuraba esta información, que empezó a hablar de ello un año más tarde. Fue el brote de gripe más mortífero de la historia, con una tasa de mortalidad den torno al 2,6%.
Por supuesto, todos los países tomaron unas u otras medidas en determinados momentos de la crisis sanitaria. Se cancelaron grandes eventos, se prohibió la apertura de comercios. Se obligó, sobre todo, al uso de mascarillas faciales, que eran entonces de materiales más pobres que los que usamos ahora. En la ciudad de Tuscon, Arizona, la multa por no llevar mascarilla era de 10 dólares, el salario promedio semanal, y los jueces denegaban las demandas de los que se habían hecho agujeros en la mascarilla para fumar o los que decían que se la habían dejado olvidada en la habitación contigua. Cruz Roja publicaba carteles con un slogan: “El hombre, la mujer o el niño que no use mascarilla hoy es un holgazán peligroso”.
Aunque el grado de cumplimiento era alto, mucha gente odiaba las medidas y especialmente las mascarillas. Ciudadanos prominentes de algunas ciudades crearon Ligas Anti-mascarillas donde se defendía todo tipo de argumentos contrarios a su uso, desde la desinformación científica hasta apelaciones a la vulneración de la libertad individual. Todas sus excusas maldisimulaban una incomodidad personal, y todas ellas le sonarán a los espectadores modernos.
Para comparar el presente con el pasado, he aquí dos panfletos que compartió el columnista de The New Republic Osita Nwanevu en su cuenta de Twitter después de verlos en una exposición en la California Historical Society sobre las estrategias informativas en pandemia, siendo el primero de origen desconocido y el segundo una circular de enero de 1919 de la Liga californiana anti-mascarillas (traducciones de las mismas al castellano a continuación).
¿Te sometes a las mascarillas insanas?
¿Estarías dispuesto a tragar con los inmundos sueros manufacturados de animales muertos?
Hace poco en la Isla de Gallop un centenar de marineros fueron infectados con gérmenes de la llamada “gripe” a través de la comida y permitieron que les inyectasen esos gérmenes en sangre, y no se percibieron efectos maliciosos. Este experimento, junto con otros resultados médicos que muestran que hay gente que enferma sin entrar en contacto con esos gérmenes causantes del supuesto problema así como el resto de gente que sí que acaba contagiada de esos gérmenes pero no enferma, son pruebas concluyentes de que los gérmenes no causan dicha enfermedad.
El doctor Hassler declaró que el 13 de enero el 25% de la gente de San Francisco portaba mascarilla, y que para el día 16 ya eran el 50%. Todos sabemos que en esas fechas en realidad menos del 5% de las personas llevaba la prenda. ¿No sería mejor si el Departamento de Sanidad manejase estadísticas fiables?
La mascarilla para la gripe y sus conclusiones
Queridos ciudadanos estadounidenses:
Ni la Sociedad de la Cruz Roja ni ninguna otra organización debería tener el derecho a alarmar al público diciendo: “¡Viene la gripe! ¡Ponte tu mascarilla! ¡Podría salvarte la vida!”, porque mucha gente sensible y excitable podría contraer otra enfermedad: la del miedo y el terror.
Aceptamos que la Cruz Roja haga sugerencias en lo relativo al control de plagas y cosas del estilo, siempre que no sobrepase los límites de las libertades personales de los individuos, mucho menos usando tanto los poderes civiles como militares así como la prensa para forzar a la gente a llevar esas horribles, espantosas e insalubres mascarillas.
Quitado hospitales, hospicios y salas de disección, las mascarillas no deberían estar permitidas para el uso público por las siguientes razones: asustan a la gente, ayudan al desarrollo de enfermedades, huelen mal, perjudican al portador (porque al llevarla inhalas sus propios gases de ácidos carbónicos), auspician la corrupción institucional, desincentivan la inmigración, perjudican tanto al Estado como a los negocios particulares, retrasan los matrimonios, permiten que los casados se engañen mutuamente, aumenta la peligrosidad social, expone a nuestras jóvenes mujeres, impide a los policías encontrar a los ladrones de trenes, congratula al Kaiser y propaga el sentimiento belicoso ya que la cura de la gripe es hoy en día peor que la propia gripe.
Según las Leyes de la Naturaleza, la boca y la nariz deberían tener libertad de acción para expedir los gases de ácido carbónico al respirar, por tanto, los utensilios que cubran esas zonas serán todo lo contrario de sanos.
Sugiero que, mientras duren los contagios, en lugar de mascarillas, las personas saludables vistan unas almohadillas desinfectadas de seda azul en la solapa izquierda, a modo de insignias, mientras que aquellos que tengan enfermedades infecciosas exhiban una roja.
Respetuosamente: Don Erminio Chavez.
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