Aprendemos a base de catástrofes: a cada incendio como el de Valencia siempre le han seguido regulaciones más estrictas

Llevamos décadas tratando de adelantarnos a la tragedia. Así lo hemos intentado

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El 23 de febrero de 2024 quedará en la memoria de los valencianos como el día del incendio. La imagen de un edificio de 14 plantas ardiendo como si fuera una cerilla, de los vecinos huyendo por las terrazas, de los bomberos impotentes antes un fuego que dejó la mole de hormigón en el esqueleto es sobrecogedora.

Tanto que a medida que se conocen detalles sobre los posibles problemas constructivos del edificio, mientras se dan explicaciones de todo tipo y las autoridades anuncian normativas (y revisiones) más estrictas, la gran pregunta es por qué demonios solo aprendemos en base a tragedias.

Incendio a incendio

Grenfell Tower Fire Wider View Torre Grenfell - Natalie Oxford

Lo hemos podido ver a raíz de este incendio. En las últimas horas, de hecho, se ha comentado el modo en que catástrofes como la de la Torre Windsor en Madrid o la más reciente de la Torre Grenfell en Londres (este con llamativas similitudes al de Valencia), 'empujaron' a las normativas a hacerse cada vez más estrictas. Pero la verdad es que estamos ante una lamentable constante histórica.

En 1977, ardió el Hospital Infantil de Sevilla donde afortunadamente no falleció nadie. En 1979, el incendio del hotel Corona de Aragón se llevó a 78 personas en una de las tragedias más grandes ocurridas en la ciudad de Zaragoza.

Pues bien, aquel mismo año 79, un equipo de profesionales de primer nivel (bomberos, especialistas en prevención e investigadores) redactaron una propuesta de norma nacional de Protección Contra Incendios (PCI) y en 1980 el Ministerio de Interior la rechazó por no considerarla "procedente".

Afortunadamente, y en mitad de un escándalo enorme, el Ministerio de Vivienda consiguió sacar adelante la primera normativa nacional contra incendios digna de ese el 10 de abril de 1981. Fue tal desastre que hubo que derogarla en 1982, crear un nuevo Real Decreto e iniciar un proceso profundo de revisión que desembocó en una normativa útil, garantista y moderna a principios de los 90, justo cuando (también por el revestimiento de la fachada) en Móstoles ocurría el incendio de viviendas más trágico de la historia reciente del país.

Y más allá de los incendios

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En realidad, no es que seamos incapaces de aprender sin una catástrofe detrás. Esas catástrofes suelen ser 'catalizadoras' de procesos políticos y sociales menos visibles, pero no hay duda que tienen un papel demasiado importante. Y no solo en el mundo de los incendios. Lo hemos visto con huracanes, lo hemos visto una y otra vez con presas, lo hemos visto con el urbanismo y las riadas. También lo hemos visto en medicina y farmacología.

Justo en esto me quería detener. Porque, a pesar de los errores (a veces criminales) y agujeros regulatorios, la biomedicina es una de las áreas de la actividad humana en la que más esfuerzos se han hecho para adelantarnos a la catástrofe. Pero el detonante de ello fue precisamente una tragedia.

En 1957, Grünenthal sacó al mercado un "maravilloso" fármaco contra las nauseas del embarazo: la talidomina. Sobre el papel, era un medicamento fantástico. No solo era increíblemente eficaz, sino que no parecía tener efectos secundarios y parecía muy seguro. Nada de esto era cierto, claro.

La talidomina resultó ser teratogénica (producía malformaciones congénitas en los fetos) y, a medida que los casos se acumulaban en los paritorios de muchas decenas de países, se hizo patente que en la farmacéutica nadie había considerado buena idea hacer estudios con embarazadas antes de comercializarla (ni siquiera con animales embarazados).

En 1962, en mitad del escándalo internacional, Estados Unidos aprobó una serie de regulaciones (desde la supervisión pública al consentimiento informado en  los estudios clínicos) que cambiaron para siempre la forma en que se investigaba en biomedicina. En los siguientes años, la declaración de Helsinki de la Asociación Médica Mundial del 64 y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de la ONU en el 66 asentaron la importancia de la seguridad farmacológica y la ética médica a nivel internacional.

¿Por qué no hacemos lo mismo en otros ámbitos?

En las últimas décadas tanto la ciencia de los materiales como la ingeniería de la edificación han avanzado mucho. Centenares de componentes se han sacado del mercado precisamente por los esfuerzos de los profesionales por asegurar la seguridad de las construcciones.

Y, sin embargo, 18 tragedias (relacionadas con los materiales de la fachada) han ocurrido en el mundo desde el caso del edificio Grenfell. ¿No es hora de dar un paso más allá y adoptar estándares más estrictos, estudios más exhaustivos y normativas más duras?

Esa es la gran pregunta ahora. De hecho, esa es la gran pregunta después de cada tragedia. Es algo que, de hecho, venimos discutiendo desde la pandemia del coronavirus: cuando lo que podemos perder es tanto, ¿no merece la pena ponernos en lo peor?

El problema, como siempre, es lo que conlleva de esa opción. En biomedicina, los tiempos y los costes son enormes. Cuando estalló la pandemia, muchos expertos alertaron que "el proceso normal para desarrollar una vacuna normal puede requerir hasta 15 años". Nadie esperaba que tardara tanto, claro. Desde marzo de 2020 sabíamos que "si todo iba bien, en 12 ó 18 meses la vacuna estaría preparada". Pero eso requería que las agencias regulatorias aceleraran el proceso al máximo (cruzando líneas que nadie esperaba que se cruzaran).

Aún así, es bueno recordar que Moderna tardó dos días en diseñar la vacuna y tuvieron que esperar a diciembre de 2020 para que se aprobara. Trasladar los procedimientos y metodologías de la biomedicina a la construcción, supondría un cambio radical que, como sociedad, no estamos dispuestos a asumir en condiciones normales.

¿Estamos condenados a vivir esto una y otra vez?

No diría tanto. Lo cierto es que la seguridad de prácticamente todo ha crecido de forma exponencial en los últimos años. Aunque no se sigan los controles y procedimientos más garantistas, los requisitos de seguridad de los productos y materiales que llegan al mercado son muy altos (mucho más altos que antes) y eso es una buena noticia.

Además, a medida que mejora nuestro conocimiento, nuestra capacidad de hacer simulaciones y nuestras técnicas experimentales, construir un mundo más seguro va a ser más fácil.

Pero aún quedará un problema encima de la mesa: el mundo de ayer. En las últimas horas, muchos técnicos han asegurado que los materiales del edificio ahora no están permitidos. Y eso, en un país lleno de edificios de los años 60 y 70, solo puede generarnos dudas. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a reconstruir el mundo realmente existente para que nadie se quede atrás?

Imagen | GTRES

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