Aquella ocasión en que la Unión Soviética prohibió a Julio Iglesias por ser música "neofascista"

La Unión Soviética siempre mantuvo una recelosa relación con la cultura popular occidental. Pese a que los grados de apertura y censura variaron a lo largo de su larguísima historia, cualquier influencia externa siempre pasaba delicados y recelosos filtros y controles por parte del aparo burocrático comunista. Nada de esto terminaría impidiendo que la eclosión pop, rock o incluso metal se filtrara por las grietas del sistema, pero sí contribuyó a aislar a los soviéticos de Occidente.

Naturalmente, ningún régimen que se precie trabaja en abstracto. Lo hace sobre formularios y sistemáticos modelos de censura que pueden ser replicados y prolongados a lo largo del tiempo. Y sí, la Unión Soviética tenía un modelo para prohibir el pop occidental. Lo cuenta Alexei Yurchack en Everything Was Forever, Until It Was No More: The Last Soviet Generation, adjuntando algunas de las psicodélicas listas bajo las que el gobierno soviético clasificaba la música contemporánea.

El resultado es esta descacharrante lista de grupos abiertamente conocidos y escuchados en los países más allá del telón de acero que, por obra y gracia de la Unión Soviética y sus cabezas pensantes, se convertían en peligrosos instrumentos de subversión. Ya fuera por sus connotaciones revolucionarias, por su carácter perverso o, como el caso que nos ocupa, por sus ramificaciones neofascistas. Y de entre el listado de grupos (casi todos anglosajones), hay uno maravilloso: Julio Iglesias.

¿Qué podía llevar al gris censor soviético a apartar a Iglesias del abanico de intérpretes disponibles para el ucraniano medio (el documento lo produjo el Komsomol Ucraniano, el órgano juvenil de federación soviética)? El suyo es un caso particular, dado que la descripción lo cataloga como música "neofascista". Sólo hay dos casos más en el listado aportado por Yurchack y traducido del ruso al inglés: AC/DC y Sparks, dos artistas en las antípodas artísticas de Julio Iglesias.

Todos los demás, incluidos nombres de inevitable escándalo como Black Sabbath o Sex Pistols, caen en otras categorías, en ocasiones más abstractas y complejas de identificar (como "eroticismo", que le cae a Bohannon). Iglesias es, además, el único intérprete en lengua romance, y el único solista categorizable lejos tanto del pop como del rock. Dado que la lista fue producida en 1985 y que estaba explícitamente orientada a evitar que tales grupos se reprodujeran en salas de baile, cabe pensar en qué clase de burbuja vivían los responsables del Komsomol por aquel entonces.

La presencia de Iglesias quizá se explique por su carácter netamente conservador (es un abierto simpatizante del PP) o por su relación con el régimen de Franco (su padre era un franquista consumado, pese a que Iglesias sufrió las consecuencias propias de la censura falangista). Y si bien hay elementos en las canciones de Iglesias que hoy pueden causar pavor en el fragor de las guerras culturales (la apología explícita del seductor, del varonil hombre patriarcal) a duras penas sus canciones pueden resultar "neofascistas".

El documento original.

Otras incorporaciones a la lista de grupos prohibidos tienen más sentido. Talking Heads, por ejemplo, fueron censurados por su "mito de la amenaza militar soviética", quizá obviando el carácter irónico de tal leyenda (muy reproducida tanto por Byrne como por Gang of Four y otros grupos nuevaoleros de la época). A Judas Priest se les acusa de "racismo y anticomunismo"; a The Clash de "punk y violencia" (ok); a Pink Floyd de "distorsionar la política exterior soviética" (aquí hilaron fino); y a The Stooges de simple y llana "violencia" (aquí lo pillaron a la primera).

El pop en la URSS: era complicado

El folleto del Komsomol ucraniano sólo era el último eslabón de una larga cadena mediante la que las autoridades soviéticas buscaban controlar y aislar a sus jóvenes de la injerencia capitalista. El éxito fue limitado: se sabe que a finales de la década de los ochenta la juventud soviética estaba plenamente familiarizada con las epopeyas pop/rock más celebradas de la historia de Occidente. Al fin y al cabo, aún bajo la Unión Soviética, en 1991, Metallica logró esto en pleno Moscú.

Con anterioridad, grupos como The Beatles o T. Rex se convirtieron en auténticos objetos de culto (a menudo underground) y contribuyeron a estrechar lazos entre las siempre distantes sociedades del este y del oriente de Europa. Al igual que la juventud contestataria bajo el franquismo, los avezados chavales soviéticos tuvieron que ingeniárselas para obtener, copiar, reproducir y distribuir los vinilos celosamente prohibidos por las autoridades. A menudo tirando de métodos surrealistas.

El ejemplo más célebre es el de los vinilos grabados con rayos X. Su origen se remonta a los stilyagi, una contracultura juvenil tolerada (pero reprendida) por las autoridades comunistas que floreció en los mentideros de Moscú, San Petersburgo y otras grandes ciudades. Los stilyagi se consideraban "cazadores de tendencias" y conformaban una joven amalgama de chavales en busca de las modas estilísticas (una suerte de Grease meets el constructivismo social soviético) y artísticas que jamás llegaron a permear a la Unión Soviétiva. Entre ellas la música.

Lo creas o no, los stilyagi molaban más que tú.

Por aquel entonces, los rigores del régimen stalinista hacían imposible acceder a cualquier producción musical occidental de forma legal. La Doctrina Zhdanov de 1946 (la política oficial de estado que vetaba cualquier elemento cultural occidental, al considerarlo pernicioso para la ideología socialista) fomentó un gigantesco mercado negro de bienes estadounidenses y europeos bautizado como fartsovshchik. A él acudían los stilyagi para descubrir novedades, pero en lo musical estaban maniatados: no tenían cómo copiar los discos.

¿Solución? Acudir a los hospitales urbanos y sustraer placas de rayos X sobre las que podrían grabar los sonidos occidentales. Aquel fenómeno, inicialmente centrado en el jazz (cuya existencia causaba gran turbulencia entre la élite burocrática soviética, al considerarse el epítome de la cultura burguesa capitalista), se extendió progresivamente a otros géneros, creando a partir de los años sesenta el "rock on the bones", rock sobre huesos (dado que las placas eran radiografías).

Pese a que la opresión del gobierno comunista se suavizó tras la muerte de Stalin, la mayor parte de jóvenes rusos siguieron recurriendo al contrabando para acceder a la música producida al otro lado del telón de acero. Aquella escena underground ejerció de fermento de la eclosión musical soviética inmediatamente posterior a la caída del muro, muy centrada en San Petersburgo y en las formas más avant-garde y experimentales de géneros tradicionales como el pop y el folk.

Poco a poco, las generaciones de nuevos soviéticos entraron en contacto con las maravillas (y los horrores) de la música pop. Aunque no sabemos, eso sí, si llegarían finalmente a Julio Iglesias.

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