En pleno reinado de Felipe III, el Imperio español estaba en su apogeo. Casi 14 millones de kilómetros cuadrados estaban bajo un mismo mando y eso es mucho, muchísimo territorio. Y, evidentemente, había quien no lo cedía por las buenas, por lo que las contiendas bélicas y los roces estaban a la orden del día. Bien por parte de la Monarquía Hispánica en movimientos de conquista, bien por parte de movimientos defensivos, había varias zonas conflictivas.
Hubo varias guerras notables, pero una de las más espectaculares fue la guerra Habsburgo-Otomana, que enfrentó al Imperio otomano con los Habsburgo (los Austrias de Madrid y de Viena) debido a diferencias religiosas, pero sobre todo por motivos geopolíticos de dos imperios en expansión. Duró 265 años y, entre todas las escaramuzas, hubo una que da para una película: la protagonizada por Octavio de Aragón que culminó con un improbable bombardeo al corazón enemigo: Estambul.
Cabo Celidonia, la precuela. Antes de llegar a ese episodio, debemos hablar de la batalla de cabo Celidonia. Fue una batalla naval que se dio en julio de 1616 y duró tres días. En un contexto de la búsqueda del control del Mediterráneo, la flota comandada por el español Francisco de Rivera fue atacada por una flota otomana muy superior en número. Los españoles tenían cinco galeones (potentes, grandes, con mucha artillería y blindaje) con unos 1.600 soldados y los otomanos 55 galeras (más pequeñas y con menor capacidad de fuego, pero más rápidas, versátiles y maniobrables) con 12.000 soldados.
En la batalla, y viendo que las condiciones del mar eran adversas, Francisco tuvo una idea: atar los galeones con cadenas unos a otros para que el mar no los aislara y fueran presa fácil de los otomanos. En una formación con el galeón Concepción, que era el buque insignia de esa flota en el centro, los otomanos intentaron flanquear a los barcos españoles hasta en tres ocasiones. El resultado fue de 32 muertos en las filas españolas. En las otomanas, 3.200 muertos y diez galeras hundidas.
Octavio de Aragón. Este primer episodio fue una victoria tremenda para la Armada Española, pero pese a la gesta, lo cierto es que hay otra escaramuza que la supera, al menos en… ¿epicidad? Se trata de la gesta fruto de la cabezonería de Octavio de Aragón. Nació en Palermo en 1565 fruto de un linaje extrañamente relacionado con la Monarquía y, como no era el primogénito, se formó en la carrera militar. Veterano de Flandes, pidió servir en la Armada. El Mediterráneo fue su destino.
Durante años, Octavio y su flotilla fue realizando misiones por el Mediterráneo, pero en septiembre 1616 se gestaron dos de sus victorias más impactantes. Tras una batalla de dos días, consiguió rescatar prisioneros capturados por un calabrés renegado, capturando sus galeras por el camino y con unas bajas mucho menores que las de su enemigo. Sin embargo, el episodio protagonista de esta historia es el que llevó a Octavio hasta Estambul.
Objetivo: Estambul. Poco después de la victoria antes mencionada, Octavio recibió nuevas órdenes. El invierno no es la época más propicia para realizar maniobras marinas, pero el duque de Osuna estaba envalentonado al haber encadenado varias victorias contra los otomanos y dio una orden a Octavio: realizar un ataque a las costas turcas para seguir minando la moral enemiga. Es una orden extremadamente vaga y libre a la interpretación. Y lo mismo pensó Octavio.
En las crónicas oficiales, lo que se menciona es que "la audacia de los españoles no tenía límites, pues poco después, el mismo jefe, con nueve galeras, merodeó por aguas de Estambul, llegando a cañonearlo como desafío", pero la historia fue más emocionante. Teniendo en cuenta la orden ambigua, lo que Octavio interpretó con "atacar las costas turcas" fue "vamos a bombardear Constantinopla, o Estambul".
Porque podemos. Así, con nueve galeras bajo su mando, Octavio se propuso cruzar el estrecho de Dardanelos en la otra punta del Mediterráneo, atravesar el mar de Mármara y llegar a Estambul. No parece una gesta sencilla debido a que el estrecho es un punto estratégico fantástico para ser defendido y el Mármara estaba plagado de naves turcas, pero sí: se plantaron en las puertas del corazón enemigo y lo bombardearon.
Aquí hay que tener en cuenta dos cosas. La primera es que los daños causados fueron mínimos, pero el enemigo no esperaba que algo así pudiera suceder y esta maniobra de los españoles fue un acto propagandístico, un "que sepáis que nos hemos plantado aquí sin oposición". Lo segundo es que entra en juego la leyenda. Hay crónicas que afirman que los españoles camuflaron sus naves como si fueran barcos turcos, pero es algo complicado de hacer y lo más fácil es que lograran atravesar ese mar interior gracias a la pericia de los navegantes.
Bomba de humo. De la manera que sea, la flotilla de Octavio consiguió su objetivo. Llamó la atención enemiga y provocó que 30 galeras turcas salieran a su caza con ánimos de venganza y para poner a los españoles en su sitio. Evidentemente, estos no tenían intención de ser capturados y ya habían acordado un plan de huida: mientras un barco los despistaba con los faroles encendidos, el resto se dirigirían a un punto previamente acordado. Poco antes del amanecer, el barco señuelo apagó las luces (el fanal, que es un faro enorme) y despistó a los perseguidores.
Más víctimas por el camino. Lo lógico es pensar que, tras esa misión final antes del invierno, Octavio dirigiría la flota hasta la base para descansar, pero… no. Pusieron rumbo a Alejandría, donde la flota tomó diez mercantes enemigos repletos de tesoros antes de volver a casa. Fue una jugada que salió redonda: Octavio cumplió ese objetivo tan libre de "asaltar las costas otomanas" y, de paso, volvió a casa con una buena flota y las bodegas hasta arriba.
Sin duda, fue una gesta importante en la historia de este conflicto, pero las cosas no acabaron demasiado bien para un Octavio que volvió con honores a Nápoles, pero que perdió su honor tras un incidente que lo llevó a abandonar a su superior, levando anclas y retirándose. Tras eso, fue encarcelado durante cinco meses, pero volvió a la libertad para realizar alguna que otra campaña más en tierras turcas en 1622.
Esa caída en desgracia fue total, ya que no constó su nombre más en las siguientes expediciones y documentos y murió en 1623, pero para la historia queda esa gesta del bombardeo propagandístico a Constantinopla en una jugada de película.
Imágenes | Cristoforo Buondelmonti, Juan de la Corte, Nicholas Hilliard
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