Cuando el tercer estado francés decidió constituirse como Asamblea Nacional durante la primavera de 1789 pocos podían intuir los dramáticos acontecimientos que tendrían lugar poco después. En un breve periodo de tiempo, Francia saltó por los aires. Las calles de París arderían. La monarquía quedaría supeditada a la soberanía nacional. Las grandes naciones monárquicas europeas iniciarían veinte años de guerra contra la República primero y el Imperio después.
En el camino, miles de personas perderían la vida, entre ellas Luis XVI y toda su familia. En un momento dado de la revolución, el conteo de ejecuciones y depuraciones sería tan alto que, tiempo después, aquel periodo sería bautizado como "El Terror".
Su principal protagonista fue un hombre largamente recordado por la memoria popular: Maximilien Robespierre, líder de la Convención Nacional y jacobino radical. Bajo su mandato se alcanzaría el punto de no retorno revolucionario, el culmen de la violencia y de la demolición de la estructura tradicional de la sociedad y del estado francés. Más de 16.000 personas serían ejecutadas, la gran parte guillotinadas, durante el "Terror".
Una huella que marcaría profundamente a Francia y que cambiaría al país para siempre. Los revolucionarios más radicales dirigieron su ira contra opositores, monárquicos, contrarrevolucionarios y muy especialmente aristócratas. Durante siglos, Francia había estado gobernada por una élite reducida de terratenientes, nobles y figuras próximas a la Corona. Un cuerpo reducido de grandes fortunas y viejas familias que observarían su mundo arder entre 1789 y 1815.
Porque un cuarto de siglo después, Francia volvería a ser, al menos nominalmente, el país que siempre había sido: una monarquía. La derrota de Napoleón en Waterloo puso fin a más de dos décadas de violencia, revolución y conflicto armado. Y restauró a los borbones, entregando la corona a Luis XVIII, primer rey constitucional de Francia. Durante su reinado, la aristocracia volvería a configurar el poder dominante del país.
En aquel proceso, la memoria jugaría un rol fundamental. Los hechos acaecidos entre 1789 y 1815 jamás serían olvidados por las clases pudientes europeas, mucho menos las francesas. Prueba de ello son sus esfuerzos por neutralizar cualquier conato revolucionario y liberal surgido tras el Congreso de Viena, como el levantamiento de Riego. Pero también su recuerdo a los perdidos, su mirada hacia "El Terror".
El ejemplo más paradigmático de esto es la moda. Durante los años inmediatamente posteriores a la revolución, las familias pudientes y los aristócratas franceses iniciaron una suerte de ritos sociales y festivos de lo más peculiares, a menudo envueltos en una bruma de secretismo y opacidad. El estilo de "los guillotinados", o lo que es lo mismo, ropajes, peinados y accesorios que rememoraban de forma macabra a los caídos durante los años del Terror.
Los bailes de las víctimas
Como se explica aquí, el principal homenaje rendido a las víctimas de Robespierre y de la locura revolucionaria eran los "bals des victimes", o bailes de las víctimas. Convites, fiestas y bailes privados donde lo primero que debía hacer el invitado, cuyos padres o familiares debían haber sido ejecutados durante el Terror, era saludar a los presentes agachando bruscamente la testa, al modo de una cabeza desmembrada por la afilada hoja de la guillotina.
Aquellas festividades estaban preñadas de numerosas referencias a la violencia revolucionaria. Por ejemplo, se cree que las mujeres tendían a llevar chokers o collares de color rojo, en referencia a la sangre que brotaba del cuello de los guillotinados por los jacobinos. También que muchos de los ropajes femeninos estaban inspirados en las prendas vestidas por Charlotte Corday, asesina de Marat, en el momento de su ejecución. Grandes camisas rojas, por supuesto.
Los bals des victimes tenían lugar en un contexto de relativa moderación. Durante los años posteriores al Terror jacobino, algunos nobles y aristócratas recuperaron parte de sus posesiones, confiscadas por los elementos más radicales de la Revolución. Así, los bailes se preñaban de un aire nostálgico y decadente en un tiempo en el que ciertos sectores más conservadores de la Francia urbana y elitista reaccedía a su posición y su fortuna, si acaso veladamente.
En este proceso, los bailes evolucionaron desde en carácter austero y llano hasta otro mucho más barroco y fantasioso. Mujeres y hombres intercambiaban atuendos, en ocasiones vulgares, rememorando los ropajes de los prisioneros de la Revolución. Posteriormente, las mujeres tenderían a reproducir el estilo de las "maravillosas" ("merveilleuses"), muchísimo más engolado y lujoso, inspirado en el arte greco-romano, en una reacción extrema a la base ideológica del proyecto revolucionario y en una reafirmación del orgullo aristocrático.
De singular fama serían los peinados de muchas mujeres en los bailes, más cortos de lo habitual para las tradicionales aristócratas del país. Aquel estilo, bautizado como "coiffure à la victime" o "coiffure à la Titus", mimetizaba los cortes bruscos y ralos a los que miles de prisioneros y prisioneras fueron sometidos a las puertas de su ejecución. Los verdugos así lo preferían porque la presencia de largas melenas suponía un problema logístico mayor a la hora de activar la guillotina.
El peinado, además, favorecía la prominencia del cuello, en fantasioso fetiche para los invitados a las fiestas. El cuello se convertía así en un símbolo del martirio de miles de ejecutados y en un icono de la rebeldía aristócrata contra las facciones más radicales de la Revolución. Aquellas mujeres que no deseaban cortárselo, sin duda una opción radical, optaban por recogérselo en elaborados moños.
¿Cuánto hubo de real y cuánto de mito en los "bailes de víctimas"? Es incierto, y algunos historiadores han puesto en duda su mera existencia, fruto quizá de la leyenda oral post-revolucionaria. Sí se sabe que la aristocracia parisina adoptó una peculiar subcultura hedonista y extravagante hasta la llegada de Napoleón, y que el Terror imprimió un profundo trauma en la memoria de las clases acomodadas. Hechos que casarían bien con la celebración de tan macabras festividades.
Serían los bailes, pues, una de las tendencias más góticas y siniestras que hubiera dado la moda occidental durante los últimos siglos. Celebraciones donde disfrazarse de una víctima, de un cadáver guillotinado y ensangrentado, se convirtieron en la tendencia dominante.
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