Arabia Saudí tiene claro cuál es el petróleo del futuro: el hidrógeno. Y también quiere dominarlo

Arabia Saudí le ha visto las orejas al lobo. El mayor productor mundial de petróleo sabe que tiene un problema a corto y medio plazo. No tanto por el agotamiento de sus reservas, aún muy abundantes, sino porque el modelo energético de media humanidad ha tomado un rumbo distinto al de los combustibles fósiles, uno ya inamovible. Si Arabia Saudí quiere seguir siendo un actor relevante en el futuro necesita reconvertirse. Y para ello ha puesto sus miras en el hidrógeno renovable.

El proyecto. Lo cuenta The Wall Street Journal: las autoridades saudíes desean construir la mayor fábrica de hidrógeno del planeta. Lo harán con una inversión lindante en los 5.000 millones de euros, entre la construcción del complejo y la puesta en marcha de una línea de distribución que alcance a los principales mercados globales. Para hacernos una idea, la mayor planta de hidrógeno en funcionamiento se encuentra en Québec y produce 9 toneladas diarias. Arabia Saudí quiere producir 650.

¿Dónde? En Neom, la ciudad futurista de la que hemos hablado alguna vez (no, no es la urbe inspirada en Murcia que están construyendo en otra parte). Su ubicación frente a las costas del Mar Rojo la convertiría en un destino idóneo para el proyecto. Próxima a puertos de gran importancia para, la región, desértica, es muy soleada y disfruta de grandes vientos nocturnos. Un combo perfecto. El hidrógeno renovable se obtiene mediante la electrólisis, en esencia la descomposición del agua para obtener por un lado hidrógeno (H2) y por otro oxígeno (O2).

¿Es viable? Hay varios problemas. Si bien el hidrógeno es el elemento más abundante de la Tierra, raramente se encuentra aislado, lo que obliga a sintetizarlo a partir de otras sustancias. El agua es una de ellas, la más abundante. Sucede que la electrólisis es un proceso complejo y caro. Hasta ahora, la mayor parte del hidrógeno comercial se había extraído a partir del gas natural o del carbón (hidrógeno gris), lo que lo convertía en un producto muy barato... Pero más contaminante de lo deseable.

De un tiempo a esta parte, la ciencia se ha puesto manos a la obra para revertir su "gran fracaso" histórico en la producción de hidrógeno verde a gran escala y a precios económicos. Sabemos que el precio de los electrolizadores se ha desplomado durante los últimos años de igual modo a las placas solares o a los aerogeneradores. Y también que hay diversas investigaciones en marcha muy esperanzadoras.

La logística. Más allá de la técnica, la producción de hidrógeno arrastraba otra carencia. La logística. Como se explica aquí, el mundo sigue diseñado para consumir energía a partir de combustibles fósiles. El salto al hidrógeno obligaría a una inversión multimillonaria no sólo en materia de plantas capacitadas para producirlo, sino en gaseoductos y en la transformación del sistema de abastecimiento energético de todos los países. El transporte y almacenamiento de hidrógeno sigue siendo ineficiente y costoso, aunque ya hay ideas para solventarlo (entre otras, cuevas de sal).

Las soluciones. Arabia Saudí piensa solucionar ambas limitaciones como ha solucionado todo a lo largo de su existencia: con cantidades absurdas de dinero. La inversión en una tecnología aún compleja y poco rentable sólo tiene sentido a partir de escalas gigantescas. Y no sabemos cuándo o si en algún momento el hidrógeno verde compensará todos sus costes de inversión. Algunos análisis le entregan el 14% de la energía mundial antes de 2050, pero es un escenario aún poco realista. El coste de las renovables clásicas sigue siendo un 50% o un 70% menor.

Esperanza. Tiene sentido pues que un país como Arabia Saudí, con los bolsillos tan llenos, haga una apuesta tan incierta. "El hidrógeno se convertirá en 30 años en lo que es el petróleo hoy", explica un portavoz saudí al WSJ. Si funciona, será revolucionario: un combustible limpio, no contaminante, producido a partir de un elemento renovable, con gran potencial de almacenamiento y no dependiente de si hace sol o sopla el viento. Una apuesta que comparten otros países: Australia ya contempla un proyecto similar de $36.000 millones; y Alemania tantea resolver su quebradero de cabeza energético con él.

Pero aún queda lejos.

Imagen: Air Products

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