En el contexto de una dictadura que hacía desaparecer opositores diariamente, se disputó en Argentina el Mundial de 1978, un capítulo bochornoso en el libro de historia del fútbol. "Sabía lo que pasaba con los que gobernaban, pero no imaginaba esa crueldad con los desaparecidos", se justificaría años después César Luis Menotti, seleccionador argentino desde 1974 hasta 1982.
Mientras el régimen de Videla utilizaba el campeonato como propaganda de cara al mundo exterior, la selección albiceleste, enfrascada en la competición y ajena al clima político del país, fue superando rondas aupada por un público entusiasta. En el partido decisivo contra Perú, Argentina necesitaba cuatro goles para alcanzar la final. Marcó seis y la polémica que levantó aquel resultado aún sigue viva hoy.
Desde los albores de la Copa del Mundo, Argentina había perseguido su organización. Finalmente, en el Congreso de la FIFA del 6 de julio de 1966, el país sudamericano fue elegido como sede para la edición de 1978. En esa misma reunión, se acordó que Alemania Federal acogería el Mundial de 1974 y España el de 1982. Argentina tenía 12 años por delante para preparar convenientemente el acontecimiento. Sin embargo, dos años antes de celebrarse el Mundial, los acontecimientos iban a tomar un rumbo inesperado.
Fútbol para blanquear la infamia
El 24 de marzo de 1976, Jorge Rafael Videla dio un golpe de Estado que derrocó el gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón, popularmente conocida como Isabelita. Videla asumía la jefatura de Estado al frente de una Junta Militar, iniciando el cínicamente denominado Proceso de Reorganización Nacional, que incluía un sistemático plan para quitar de la circulación a cualquier persona sospechosa de disidencia.
En un primer momento, el golpe puso en jaque la celebración del campeonato. Bélgica y Holanda se ofrecieron como sedes alternativas, pero el margen de tiempo era escaso y la FIFA estimó el espectáculo debía continuar. Como Hitler en los Juegos Olímpicos de 1936 o Mussolini en el Mundial de 1934, Videla utilizó el Mundial con fines propagandísticos. El torneo fue un instrumento para trasladar al mundo la imagen de una Argentina abierta, avanzada y plural, de una nación pujante futbolística y políticamente.
Para ello no se reparó en gastos: se calcula que la organización del torneo costó finalmente diez veces lo presupuestado, aunque nunca se rindieron cuentas.
Sin embargo, la situación en el país distaba mucho de la feliz Arcadia que los militares pretendían retratar. Secuestros, torturas y asesinatos eran habituales en el desarrollo de una represión implacable dirigida a todos aquellos sospechosos de no simpatizar con el régimen. Se estima que hasta 30.000 ciudadanos hizo desaparecer la Junta Militar durante aquellos años.
El 1 de junio de 1978, un discurso de Videla inauguraba el campeonato: “En el marco de la amistad entre el hombre y los pueblos, y bajo el signo de la paz, declaró oficialmente inaugurado este onceavo [sic] Campeonato Mundial de Fútbol 78”. A la misma hora que la pelota rodaba en el partido inaugural entre Alemania Federal y Polonia, las Madres de Plaza de Mayo se reunían, como cada jueves a las 15:30, para clamar por sus hijos desaparecidos.
Mientras el pueblo argentino celebraba los goles de Kempes, miles de personas eran represaliadas silenciosamente. Los gritos del Estadio Monumental de River llegaban hasta la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, convertida en centro de detención y tortura, que se encontraba a unas pocas manzanas del estadio. Allí muchos detenidos se enfrentaban a una contradicción: su corazón de hincha ansiaba la victoria de su selección, pero la razón dictaba que el triunfo serviría para consolidar la dictadura.
Finalistas tras golear a Perú
En lo meramente futbolístico, la selección argentina superó sin problemas la primera fase y llegó al último partido de la segunda empatada a puntos con Brasil, con un Kempes progresivamente entonado a medida que avanzaba el torneo. Según el extraño formato de aquel Mundial, los vencedores de los dos grupos de la segunda fase accedían directamente a la final, sin mediar semifinales.
En el grupo A se impuso Holanda, alcanzando la final por segundo Mundial consecutivo, pese a la enigmática ausencia de Johan Cruyff. En el grupo B, Brasil y Argentina se jugaban todo a una carta en el último partido, pero los locales jugaban con la ventaja de disputar su partido tres horas más tarde, y conocer así el resultado de Brasil (la FIFA todavía no se había unificado los horarios de la primera fase, medida tomada tras el pacto de El Molinón).
Brasil cumplió con su trabajo y ganó por 3-1 a Polonia, resultado que obligaba a la selección de Menotti a ganar por un margen de cuatro goles a Perú. Los peruanos habían realizado una primera fase formidable, logrando el primer puesto de su grupo por delante de Holanda, pero se habían desinflado en la segunda liguilla y llegaban al último partido sin jugarse nada.
Los argentinos dominaron el partido desde el principio, y al descanso ya ganaban por 2-0. Tras la reanudación, la selección albiceleste salió en tromba y a los 5 minutos del segundo tiempo ya habían logrado su objetivo (4-0) ante una Perú que parecía noqueada. Aún cayeron otros dos goles y, mediada la segunda mitad, el marcador ya mostraba el definitivo 6-0. Objetivo cumplido: Argentina estaba en la final de su Mundial.
La sombra de un amaño
Desde el primer momento, la abultada victoria de Argentina contra Perú estuvo envuelta de un halo de sospecha, con versiones diferentes y complementarias, y acusaciones cruzadas entre algunos protagonistas. La pasividad de la defensa peruana durante algunos goles levantó suspicacias, al igual que el fichaje del defensor peruano Rodulfo Manzo por el equipo argentino Vélez Sarsfield al terminar del Mundial.
El primero en levantar la liebre fue Ramón Quiroga, el portero que defendió la meta peruana aquella tarde en el Estadio Gigante de Arroyito. En una entrevista al diario La Nación en 1998, Quiroga, argentino de nacimiento pero nacionalizado peruano, desvelaba sus recelos sobre el árbitro ("pienso que estaba retocado"), algunos de sus compañeros de selección ("de los que habrán agarrado guita, varios murieron, y otros murieron para el fútbol") y el mismo seleccionador peruano ("ese partido lo jugaron jugadores que no habían estado en ningún otro partido").
José Velásquez, titular aquella tarde contra Argentina, es otro de los integrantes del plantel peruano que ha manifestado su desconfianza con lo sucedido aquella tarde en Rosario. Velásquez acusó a los dirigentes y a seis de sus excompañeros de haberse vendido y discutió las decisiones de su seleccionador: “A mí me pareció extraño que mande a la tribuna al Cholo Sotil y Guillermo La Rosa, más aún teniendo en cuenta que no íbamos a jugar otro partido. Si uno revisa la historia, en las eliminatorias previas y en el Mundial nunca jugamos sin 9”.
Según la mayoría de teorías, la goleada se gestó en un trato entre las dictaduras militares hermanas de Argentina y Perú. En su libro How they stole the game, David Yallop defiende que el gobierno peruano aceptó dejarse golear a cambio de 35.000 toneladas de grano para el pueblo argentino y 50.000 dólares para los jugadores peruanos implicados en la conspiración. Yallop afirma que solo algunos de los jugadores del plantel estaban implicados y exculpa al portero Quiroga.
La siniestra Operación Cóndor
Sin embargo, la versión más siniestra del 6-0 la expuso el exsenador peruano Genaro Ledesma Izquieta, en el curso de un juicio contra Videla en 2012. Según Ledesma, Perú se dejó ganar a cambio del envío a Argentina de trece presos peruanos, entre los que se encontraba el propio Ledesma. De esta manera, el dictador peruano Francisco Morales Bermúdez se librara de los presos disidentes y Videla se acercaba a la conquista de un Mundial que le ayudara a encubrir sus masacres.
El macabro trato entre Videla y Morales Bermúdez implicaba que los prisioneros, una vez en Argentina, fueran arrojados al mar desde un avión, una práctica habitual que utilizaba la dictadura militar argentina para deshacerse de algunos elementos subversivos.
La operación estaría enmarcada en el seno del Plan Cóndor, una estrategia acordada por diversas dictaduras militares sudamericanas para colaborar en la persecución y ejecución de opositores a escala transnacional. Se considera que el ideólogo fue Henry Kissinger, Secretario de Estado de los Estados Unidos bajo la presidencia de Richard Nixon, aunque esto no ha sido probado.
Varios integrantes del plantel peruano atestiguan que Videla visitó el vestuario del equipo peruano antes y después del partido. Según contaba Juan Carlos Oblitas a FIFA TV, lo más sorprendente fue la presencia de Kissinger acompañando al presidente argentino. “¿Qué está haciendo Kissinger aquí?”, se preguntaba Oblitas.
Aunque en el imaginario futbolero, con el paso de los años y las periódicas revelaciones, la sospecha ha cristalizado casi en certeza, resulta difícil afirmar si en realidad hubo un arreglo y, en caso de existir, a qué escala se produjo y cuál fue la contraprestación.
En su artículo Leyenda y realidad del 6-0 a Perú, el periodista Jorge Barraza se mostraba recientemente escéptico con la teoría del amaño: “Hay periodistas que han investigado con ansias, se han escrito libros, jamás encontraron una prueba ni una versión consistente de que el partido estuviera comprado. El comentario recurrente es “hubo cosas raras”; ningún testimonio serio. Se aferran a una idea, a un deseo”.
En cualquier caso, el posible amaño es solo un acontecimiento al margen, aunque acaso revelador, dentro del turbio marco en el que se disputó la Copa del Mundo de 1978, con fútbol y política entrelazados de la forma más siniestra. Como denunciaba Estela de Carlotto, presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo, “mientras se gritan los goles, se apagan los gritos de los torturados y de los asesinados”.
Finalmente, el 25 de junio, bajo un diluvio de papelillos, los goles de Kempes y Bertoni en la prórroga derrotaban a Holanda y convertían a Argentina en campeona del mundo por primera vez en su historia. Un triunfo meritorio en lo futbolístico, pero salpicado por la ignominia y la sospecha.