El argumento a favor de quitar las sillas en los colegios: se aprende mejor de pie y en movimiento

Desde parvulario hasta la universidad, los estudiantes pasan la mayor parte de su vida académica sentados. Basta mirar atrás para recordar aquella clase llena de pupitres alineados, donde cada uno de nosotros tenía su lugar inamovible. Espacios diseñados para desplazarnos dentro de unos límites restrictivos: de la silla hasta la pizarra, o hasta la mesa del profesor, y vuelta. Concebida para estimular la atención del alumnado y minimizar su tendencia natural al movimiento. Pero la cantidad de tiempo que sometemos a los niños a una posición sentada es casi inhumana.

¿Aún nos preguntamos por qué estan aburridos y distraídos cuando todo lo que hacen es sentarse en sus escritorios y escuchar al profesor? Algunas investigaciones cuestionan seriamente la utilidad de permanecer sentados durante las largas horas en que se extiende la docencia.

El contexto. Con la disminución de la educación física y el tiempo de recreo en los últimos 30 años, han surgido varias tendencias inquietantes. El 53,6% de los españoles tiene obesidad o sobrepeso, según la Sociedad Española de Cardiología (SEC). También el 13,8% de los españoles mayores de 18 años tiene diabetes tipo 2. Y no deja de aumentar en niños y adolescentes. Los diagnósticos de niños con TDAH o hiperactividad también se han disparado en los últimos años: entre el 3 y el 7% lo sufren.

¿Y qué hacemos? El autor del libro Learning on Your Feet: Incorporating Physical Activity Into the K-8 Classroom, Brad Johnson, va más allá de los problemas obvios relacionados con la salud, y su investigación sugiere que la educación sedentaria podría ser la razón por la que la creatividad y la inteligencia de los estudiantes se ven obstaculizadas a lo largo de sus años de formación. Explica que hasta los 4 años, los niños juegan y aprenden continuamente en un estado de movimiento constante. Pero cuando llegan a la escuela, el enfoque cambia a la uniformidad, el control, seguir las reglas y sentarse en un escritorio.

Pero lo cierto es que la actividad física, el simple hecho de estar de pie, mejora la elasticidad del cerebro, lo que permite que los niños aprendan más fácilmente. Varios estudios concluyen que años de ejercicio de motricidad fina permiten la reorganización del cerebro y el crecimiento de los nervios. El movimiento físico, como estar de pie, estirarse, caminar o marchar, puede ayudar al cerebro a concentrarse. Si los estudiantes se sienten somnolientos, por ejemplo, se les debería permitir que se levanten en la parte de atrás de la clase y se estiren solos.

¿Por qué? Los cambios en la posición del cuerpo ayudan a desarrollar el sistema vestibular (oído interno y equilibrio), alteran la química sanguínea y desarrollan los músculos centrales. Y la actividad física, especialmente los ejercicios de equilibrio y fuerza central, ayuda a desarrollar la parte de la función ejecutiva del cerebro donde se procesa el nuevo aprendizaje. Si un estudiante está constantemente meciéndose, balanceándose o golpeando un lápiz o un pie, no significa que no le importen las reglas y expectativas; significa que son niños que tienen mucha energía que hay que apagar.

Pero, a su vez, estar sentado es cómodo, para qué vamos a engañarnos. Y estar de pie todo el rato puede derivar en dolores y cansancio. Ocho horas sobre nuestras piernas puede ser una tortura para nuestro cuerpo. Es decir, lo ideal sería encontrar un punto intermedio entre estar de pie y sentado durante la clase, algo que no tenga consecuencias fisiológicas negativas.

Soluciones. Una de las propuestas más interesantes consiste en el uso de pupitres elevados. Se trata de mesas que permiten a los estudiantes mantenerse de pie o sentarse según sus necesidades. Las primeras investigaciones realizadas sobre los potenciales beneficios de este cambio de estrategia docente han permitido identificar un aumento del gasto energético (del 17 % al 30 %) y del mantenimiento de la atención. Pero, ¿estudiar de pie puede mejorar el rendimiento cognitivo?

Un estudio de la Universidad de Texas dice que sí. Diseñó un análisis longitudinal (de dos años de duración) en el que participaron dos clases de un instituto. En una de las aulas se introdujeron pupitres elevados y en otra los tradicionales. En la primera se aumentó el compromiso de los estudiantes en un 12%, lo que equivale a 7 minutos por hora de mayor atención. También habían mejorado en su memoria de trabajo (capacidad para retener información y procesarla) y en sus funciones ejecutivas.

Por eso los listos se sientan delante. En realidad, la disposición que ocupamos en clase y el rendimiento académico no es aleatoria. Tendemos a asumir que la distribución de los alumnos en clase tiene mucho que ver con su personalidad, interés y potencial. Pero, ¿y si fuera al revés? ¿Y si el lugar que se ocupa tuviera un impacto radical en los resultados?

En este reportaje de Xataka se recogen diversos estudios científicos que demuestran cómo los estudiantes que se sentaban en el centro de las filas tendían a participar más en clase que los que se sentaban en los bordes, o que los que se sentaban en la mitad más cercana al profesor tendían a comunicarse más con él que los de la parte posterior. Esos alumnos de las primeras filas también tenían mejor autoestima que el resto: se autopercibían como más inteligentes y pensaban que tenían mejor relación con el profesor. Eso se traducía en una mayor motivación y, sobre todo, en mejores resultados. Si estar atrás, en el gallinero, implica una calidad educativa peor, quizás es el momento para que nos levantemos.

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