Gateando arrodillados. Con la cabeza gacha. Coreando “sé un hombre con sentido de la responsabilidad”. El que podría ser un sueño de venganza de millones de trabajadores en todo el mundo contra sus jefes (una ideación inocente por saber que nunca se cumplirá), se ha convertido en realidad en los últimos días en China.
Casi once millones de veces se ha reproducido este clip de Weibo de 15 minutos en el que, según sus posteadores, la empresa ha hecho dar tres vueltas al estrado a sus ejecutivos mientras se comprometen a cumplir los objetivos de la empresa para el año que viene. Según esta cuenta de Weibo especializada en cultura empresarial, afincada en Jiangsu y con medio millón de seguidores, la empresa (indeterminada), no contenta con esta humillación, retransmitió el evento en streaming para que pudiese verlo cualquiera.
Un hecho aislado y habitual al mismo tiempo: a principios de 2019 se compartió en los medios occidentales otro vídeo en el que los responsables de ventas de una empresa tuvieon que arrastrarse por la calle por no haber cumplido los objetivos marcados. Otras compañías han hecho a sus empleados pasear en ropa interior al aire libre, suplicar por dinero, comer gusanos vivos e incluso recibir azotes en las nalgas delante del resto de trabajadores. La diferencia en este caso es que, por primera vez, lo que nos ha llegado es un castigo para los jefes en lugar de a los inferiores eslabones de la cadena laboral.
La cultura de la humillación pública: Hao Qun, disidente chino criticado en ocasiones por su excesivo fatalismo a la hora de hablar de su país de origen, ha publicado textos en The New York Times explicando las raíces históricas de esta filosofía que se remonta a los orígenes de la era Han. La historia mítica y fábula moral de un general militar de este período bendijo las humillaciones personales como ariete de progreso nacional.
Según el escritor, la era Xi Jinping ha promocionado una política nacional que ha acentuado estas prácticas de degradación pública en pos del “sueño chino” hasta niveles desquiciantes, con programas de televisión que retransmiten todo tipo de fallos morales de los ciudadanos a modo ejemplarizante. Así, la aceptación de la población del inquietante sistema de crédito social chino nos parece más entendible.
Y el a veces delirante mundo de las cenas de empresa: es también reciente el documental American Factory donde una compañía estadounidense absorbida por una compañía china descubría con cierto horror el estalinismo empresarial y el culto al líder que los empleados rasos deben rendirle al CEO de la matriz.
En esta producción de Netflix puede verse cómo núbiles bailarinas cantan las bondades de las superiores lunas para coches de Fuyao, cómo los hijos de los empleados se han tenido que preparar un complejo espectáculo para el jefe de sus padres e incluso cómo algunos trabajadores viven el honor de casarse en directo ante el patrón. Es la otra cara de la moneda, en este caso encomiando públicamente a aquellos que hacen prosperar a la nación.
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