Además de los graffitis, la zona de Oxtankah tiene unos estucos con unos 1.500 años de antigüedad
Chetumal es una ciudad del sureste de México. Está ubicada en el extremo final de la costa del Caribe mexicano y su historia se remonta hasta los mayas. A unos 15 kilómetros de la ciudad se encuentra la Zona Arqueológica de Oxtankah, una de las tantas que hay en México (número que sigue en aumento debido a que siguen descubriéndose estructuras prehispánicas) y donde se puede ver una de las tres capillas abiertas que se conservan en la península de Yucatán.
La capilla de Oxtankah es un tesoro y se estima que se remonta al siglo XVI, pero más allá de por su historia, es célebre por su estado de conservación, por ser uno de los principales atractivos de la ruta del Tren Maya por el sur de México y… por el vandalismo de los albañiles mayas. ¿O deberíamos decir “arte” de los albañiles mayas?
Pintadas en la iglesia
Lo cierto es que la iglesia es bastante sencilla. Cuenta con dos habitaciones, el presbiterio y hay investigadores que apuntan que los muros estaban recubiertos en parte. Está ubicada en lo que se supone que fue un asentamiento maya en la región y la estrategia de los españoles en esta zona fue la misma que en otras: como muestra de dominio, construyeron una iglesia católica encima de los escombros prehispánicos.
Al final, el asentamiento español en esa zona no terminó de llegar a buen puerto, pero sí se empezó a edificar la iglesia reutilizando piedras de las mismas construcciones mayas de la zona. Si se hubiera acabado la construcción, se habrían levantado los muros y, posteriormente, se habría cubierto con una bóveda.
Pero bueno, la capilla pudo cumplir parte de su misión, ya que no es remoto pensar que los frailes reunieron ahí a las personas que querían evangelizar. Sin embargo, algo muy especial que nos queda hoy es su arco. Y no sólo por el propio arco, sino por el mencionado graffiti.
Fue en 1988 cuando los investigadores se dieron cuenta de que en la puerta sur del baptisterio había una especie de dibujo tallado que mostraba tres naves. Los investigadores apuntan que podrían haber sido los investigadores mayas los que tallaron esas rocas con la escena tras ver los barcos en la costa y, aunque hay que echar imaginación, es fácil ver al menos uno de esos barcos.
Conservación in situ
Pero aunque no es muy grande, en Oxtankah hay más que ver aparte de la capilla, y uno de los elementos más interesantes es un estuco ornamental que dataría de algún momento entre el año 200 y 650 d.C. Se trata de un motivo que representa a un jaguar y que, como explica el investigador Luis Raíl Pantoja Díaz, "da al edificio una importancia simbólica, ya que tiene orientación de la fachada hacia el este, marcando el nacimiento de un nuevo día".
Esto, llamado 'mascarón', es de gran importancia cultural, pero debido a que rompió un elemento protector con el paso del huracán Dean en 2007, las lluvias han elevado el nivel de humedad del estuco, por lo que los investigadores y restauradores del INAH emprendieron un trabajo de conservación en el mismo lugar.
Esta práctica se hizo en una fachada de 3,54 metros de longitud por 48 centímetros de altura y en otra de 6,06 metros de longitud con una altura de 66 centímetros y consiste en inyectar agua de cal y lechadas con materiales de la región. Se basaron en las imágenes de su excavación en 1997 y repusieron las formas del estuco para poder recuperar los volúmenes.
Además, se dio un trato para evitar la proliferación de microorganismos en los poros de la piedra y se recanalizaron las caídas de agua hacia los laterales para que, en caso de lluvias, no vuelva a caer agua constantemente sobre la pared.
Al final, esa conservación en el mismo lugar del descubrimiento es algo que es frecuente realizar en la actualidad, pero que no era tan común hace unas décadas. Precisamente, uno de los pioneros en la búsqueda de dejar los bienes del pasado en su lugar fue Teoberto Maler, quien consiguió documentar El Castillo de Chichén Itzá en 1892.
Imágenes | INAH
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