Así es Arabia Saudí, nuestro "amigo y aliado" en Oriente Medio

De tanto en cuanto, Arabia Saudí hace aparición en nuestra actualidad mediática. Ya sea en el contexto de la guerra siria y de su relación con el Estado Islámico o gracias a un nuevo acuerdo comercial alcanzado con países occidentales, Arabia Saudí es uno de los agentes más relevantes, sino el que más, de Oriente Medio, la región donde se centran gran parte de las miradas de nuestro mundo. Pero, ¿quién es Arabia Saudí, por qué es nuestro amigo y por qué es un problema que lo sea?

¿Cuándo y cómo nace Arabia Saudí?

Entender el presente de la península arábiga implica entender su pasado reciente, y el germen que permitió la formación de Arabia Saudí como un reino unificado y estable. Sucedió a principios del siglo XX, cuando dos facciones distintas pero aliadas, la casa Saud y un grupo de radicales islamistas autodenominados wahhabistas, lograron imponer su autoridad militar a las diversas tribus autónomas que sobrevivían en la inmensidad del desierto. Sus campañas militares llegaron a su punto culminante en 1932.

Fue entonces cuando nació Arabia Saudí, un país pobre ubicado en un territorio de fisionomía hostil que, históricamente, daba continuidad al primer estado saudí, articulado en el siglo XVIII, y al segundo estado saudí, más vago, formado en el siglo XIX. Ambos habían caído por presiones externas y tensiones internas. En 1932 y gracias al apoyo militar y religioso del wahhabismo, la familia Saud unifica de nuevo el territorio y se hace con el poder. Desde entonces, ha gobernado el país con firmeza.

¿Quiénes controlan el país hoy?

Los herederos de Abdulaziz Ibn Saud, primer rey del Reino de Arabia Saudí. Abdulaziz fue el arquitecto del estado moderno saudí, el mismo que lleva el nombre de su familia. Tras su muerte a mediados de los años cincuenta, Arabia Saudí ha contado con otros seis monarcas: Saud, Faisal, Khalid, Fahd, Abdullah y Salman, el actual. Todos ellos son o fueron hijos de Abdulaziz. Salman nació en 1935. A su muerte, el reino tendrá un problema: no está claro quién debe ser su sucesor.

La Meca, ciudad sagrada del Islam, recibe anualmente millones de fieles. Para el wahhabismo, su control es muy importante.

Para edificarlo, la familia real saudí construyó, ya en el siglo XVIII, una sempiterna alianza con los seguidores de Muhammad ibn Abd-al-Wahhab. Wahhab fue un predicador musulmán que, obsesionado por la perversión que la modernidad podría introducir en el Islam, reivindicó y propagó una versión radicalizada, ultraconservadora, antimoderna, purista, originaria y esencialista de su religión, abiertamente hostil a toda desviación de sus preceptos. Es la ideología que domina hoy Arabia Saudí, dos siglos y medio después.

¿Por qué los saudíes se alían con el wahhabismo?

Es el punto clave para entender la Arabia Saudí moderna. La relación nace de un mutuo interés por expandir su poder. Los saudíes necesitaban de la beligerancia militar de los seguidores wahhabistas para emprender sus campañas militares frente al resto de sus rivales; los wahhabistas observaban con buenos ojos la alianza a cambio de difundir, bajo el amparo oficial de los saudíes y de su gobierno, su versión radicalizada del Islam. Así, el wahhabismo apoyaría al poder saudí siempre y cuando impusiera sus preceptos ultraconservadores como política de estado. Se necesitaban los unos a los otros.

El rey actual, Salman, junto al secretario de Estado norteamericano, John Kerry.

La relación nunca ha sido amable. Desde la fundación de Arabia Saudí, familia real y el estamento clerical wahhabista han entrado en múltiples conflictos de poder. El carácter revolucionario y extremo del wahhabismo se ha revuelto contra la monarquía en múltiples ocasiones. Para neutralizarlo, la familia real saudí siempre ha optado primero por reprimirlo y más tarde por abrazar aún más su visión radical del Islam, para evitar futuras revueltas internas. Como consecuencia, el país es virtualmente un Estado Islámico que sí logro erigirse.

¿Cómo de radical es Arabia Saudí?

Lo suficiente como para que cualquier comparación con ISIS sea más o menos justificada, hasta el punto de que los propios saudíes se han sentido en la necesidad de denunciar a todo aquel que ose establecer paralelismos directos. Arabia Saudí, al fin y al cabo, es una dictadura de carácter salafista donde la aplicación de la ley islámica se une a las necesidades represoras de un estado no democrático. La mezcla resultante dibuja un gobierno radicalizado donde los crímenes religiosos se entrelazan con los políticos.

En materia de derechos humanos, el país es un agujero negro. A nivel legal, se rige por la sharia, que contempla pena de muerte para crímenes de distinta índole que se alejen de los dictados de Alá. Gran parte de las ejecuciones se realizan por decapitación en lugares públicos. A menudo, las decapitaciones tienen lugar de forma imprevista en las más crueles y espantosas condiciones, en plena calle. Lejos de disminuir de forma progresiva, están aumentando. La lapidación también es otra forma habitual de ejecutar la pena capital. La ley saudí, en otros casos, contempla mutilaciones y castigos corporales para delitos como el robo.

Hablamos sólo de delitos comunes. Hay otros de carácter político igualmente reprimidos de forma violenta. Arabia Saudí aplica de forma activa la censura, e impide toda manifestación política al margen de la línea oficial wahhabista. Así, el ateísmo es un delito que, de ser manifestado públicamente, es castigado con la muerte; y la libertad de culto o de expresión es sencillamente inexistente.

Hay múltiples ejemplos de todo ello. El más reciente es el de Ashraf Fayad, poeta palestino refugiado en Arabia Saudí durante años que ha sido condenado a muerte por apostasía, blasfemia, relación ilícita con las mujeres, y llevar el pelo largo. En el fondo, Fayad fue encarcelado por grabar y documentar la actitud violenta y las torturas del Comité para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio, la policía religiosa que durante décadas ha servido de instrumento de represión política amparado en la visión extrema del wahhabismo. La fe religiosa se articula en Arabia Saudí como forma de control político.

También para el colectivo LGBT. La homosexualidad es ilegal y se puede castigar con la ejecución, ya sea en forma de lapidación o de ahorcamiento.

¿Cuál es la situación de las mujeres?

La peor. Están discriminadas de forma sistemática por el sistema político saudí, y son consideradas meras anexiones a las vidas de los hombres. Han de seguir un estricto código de vestimenta en público, están obligadas a tener a un hombre "guardián" que les acompañe en la mayor parte de sus actividades (penalizando de forma efectiva cualquier conato de soltería o libertad sexual y emocional), tienen terminantemente prohibido conducir, y hasta este mismo año no podían votar. La segregación es la norma.

Un ejemplo de hasta qué punto la posición de la mujer está menoscabada en Arabia Saudí: a nivel legal, el testimonio de un hombre es equivalente al de dos mujeres.

Y pese a todo esto, ¿por qué es nuestro aliado?

La respuesta clásica a esta pregunta es "el petróleo". Arabia Saudí es uno de los tres principales productores de petróleo del planeta, con alrededor de 10.000.000 de barriles diarios*. Sus reservas conocidas son las segundas más grandes del mundo, tan sólo superadas de forma reciente por las de Venezuela. Se trata del estado petrolero por excelencia, una situación que ha permitido a su clase dirigente rodearse de lujo y riqueza, en una actitud escasamente recta de la que siempre ha recelado el estamento clerical wahhabí.

Arabia Saudí cuenta con una posición privilegiada dentro del orden económico mundial, en tanto que puede controlar el precio del petróleo aumentando o disminuyendo su producción local. El sector es público y está controlado por una sola empresa estatal, Saudi Aramco. Más del 90% de sus exportaciones dependen del petróleo.

El rey Abdulaziz, reunido con Franklin D. Roosevelt. La alianza entre Arabia Saudí y Estados Unidos se ha prolongado durante décadas.

Entran en juego otros factores. Arabia Saudí es también un aliado político importante en la zona para Estados Unidos. Lo es desde hace décadas. A nivel exterior, la monarquía saudí es enemiga tanto de ISIS como de Al-Qadea, en tanto que ambas facciones yihadistas quieren acabar con ella. Sin embargo, Arabia Saudí es parte del problema, en tanto que su política de estado oficial, el wahhabismo, es esencialmente semejante a la versión radicalizada del Islam que promueve el Estado Islámico y el salafismo internacional. Arabia Saudí contribuyó a expandir el yihadismo por todo Oriente Medio.

A nivel político, los links entre Arabia Saudí y Estados Unidos se trazan también a través de la lucha de ambos contra el comunismo durante la guerra fría. Actualizada frente a la amenaza yihadista, la alianza es, en última instancia, el fruto del interés de ambos por mantener el status quo actual en Oriente Medio, además de estabilidad por intereses económicos comunes. Va más allá del petróleo. Por ello, significa que no es inmutable, y que puede evolucionar o enfriarse, como los intereses contrapuestos respecto a la Primavera Árabe pusieron de manifiesto.

¿Cuál es la relación de España con los saudíes?

Buena. No sólo por la proverbial excelente relación personal entre el rey Juan Carlos y los monarcas saudíes, sino también por las posibilidades inversoras de las empresas españolas en Arabia Saudí. Uno de los proyectos más importantes del país, la línea de alta velocidad entre Medina y La Meca, las dos ciudades sagradas del Islam, cuenta con capital financiero y tecnológico español. Las exportaciones están creciendo: en 2013, aumentaron un 44% respecto al año anterior. Aún así, el volumen de importaciones es el doble: 5.800 millones de euros en ese mismo año. Exclusivamente, petróleo y derivados.

¿Qué futuro tiene Arabia Saudí?

Es incierto, como el de cualquier región de la zona y el de cualquier país que depende de forma exclusiva de una sola fuente de riqueza, el petróleo. Las reservas de Arabia Saudí son enormes, pero consume demasiado petróleo. En rigor, lo derrocha: el consumo de electricidad generada por petróleo, una práctica abandonada por todos los países occidentales por cara, aumenta anualmente un 7%. Los saudíes no están dispuestos a ahorrar, pero necesitan otras fuentes de energía si no quieren convertirse en importadores netos de petróleo en dos décadas. De ahí que estén invirtiendo de forma notable en energía solar.

Una versión anterior de este artículo hablaba de la producción anual, erróneamente.

Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com

VER 0 Comentario

Portada de Xataka