Antes de mudarme a China, jamás pensé que suspiraría ante la foto de un turrón de chocolate con arroz Hacendado, ni que me plantería importar una bolsa de torreznos sabor barbacoa de Mercadona. Pero aquí estoy, jugueteando con la app de compras de Daobao, sopesando si pido a mi representante de compras chino en España que me envíe por mensajero su producto superventas: una bolsa de higos secos El Pajarero.
"La creciente clase media china", "una fuerza de consumo imparable", "oportunidad de negocios"... Titulares de un optimismo sobado que vienen garantizando a los empresarios occidentales un panorama dorado, donde los turistas asiáticos acudirán en masa a rescatarlos de la crisis. Desde luego, los consumidores chinos tienen cada vez más poder adquisitivo y ganas de comprar; pero ante todo, son consumidores extremadamente astutos y exigentes. No necesitan que las marcas occidentales los seduzcan: ellos ya han encontrado sus propios canales de compra más eficientes por Internet.
Daigou, tu "representante de compras", o el intermediario
En un país donde abrir una tienda extranjera es un laberinto legal, donde los productos importados pagan aún hoy altísimos impuestos y donde hasta el abuelo más rural compra, paga la factura de la luz y chatea vía móvil, ha florecido una nueva profesión: daigou. Una persona que vive en el extranjero o está de viaje y te compra lo que tú no puedes.
Piénsalo bien. ¿Por qué están las tiendas de Gucci o Prada atestadas siempre de turistas chinos? ¿Por qué hacerse con doce modelos del mismo carísimo bolso? La razón, en general, no es que esos turistas sean ricos, sino que están comprando para revender. Es decir, se dedican a adquirir por encargo productos extranjeros que en China son hasta un treinta y cinco por ciento más caros por los impuestos, o que tal vez son imposibles de encontrar por la escasez de tiendas. A cambio, su comisión ronda entre el diez y el quince por ciento.
En líneas generales, hay tres tipos de daigou. El primero es el turista casual que aprovecha su viaje a Europa, Australia o Corea para adquirir productos de lujo que luego revende. El segundo es un emigrante chino asentado en otro país que regenta una tienda móvil en apps como Daobao y que, por encargo, compra y envía por correo los productos que sus usuarios seleccionan. El tercer tipo son ya pequeñas empresas que cuentan con un stock de productos (tal vez móviles extranjeros, cosméticos...) y que revenden de manera más formal.
Mi daigou de cócteles de frutos secos marca Hacendado, sin duda, es del segundo tipo.
La mayoría de mis colegas treintañeros chinos, oficinistas de buen sueldo que hoy se pagan sin pestañear viajes, cosméticos y ropa de marca, crecieron en aldeas remotas, algunas sin casi luz eléctrica, otras con acceso limitado a ciertos comestibles. Según iban incorporándose a buenas universidades y mejores puestos de trabajo, sus exigencias como consumidores fueron creciendo también.
Crisis y oportunidad
Para ellos, las ventajas de usar un daigou no radican solo en ahorrarse impuestos. En China la falta de calidad de algunos productos, sobre todo en lo que a alimentación o salud se refiere, quita el sueño a muchos padres. Escándalos sobre vacunas falsas, huevos falsos, leche falsa son titulares cada cierto tiempo. ¿Qué familia no desea hacerse con fórmula de leche materna de la mejor calidad, o juguetes con garantía de seguridad, o productos de higiene reputados?
Aunque los productos chinos son cada día mejores y más seguros, la fama de ciertas marcas internacionales no se puede combatir. Y por lo que veo en el catálogo de la tienda de mi daigou, resulta que las cremas y cosméticos Deliplus son de lo más populares.
El éxito de los daigous también se ha debido en parte a que comprar con su ayuda era una forma de evitar falsificaciones. Sin embargo, hace ya tiempo que algunos daigous han sido descubiertos vendiendo imitaciones, con justificantes de compra también falsificados. Este doble juego, sumado a leyes cada vez más aperturistas en cuanto a importación, la creciente facilidad con que los chinos pueden viajar al extranjero y el hecho de que las marcas chinas invierten cada vez más en calidad está controlando el número de adictos a las compras que se hacen daigous.
¿Veremos algún día los Mercadonas del barrio atestados de turistas chinos comprando paquetes de guacamole y hummus por docenas? Por el momento, lo dudo.
Al volver a la página principal de mi daigou, veo que en realidad tiene pocos clientes. Solo treinta y ocho personas han pagado los 6,40 euros que cuesta el turrón de almendra duro (más otro euro y pico de gastos de envío). Creo que mis amigos españoles en China se volverían locos por comprar unos calamares en salsa americana marca Hacendado, pero necesitarían manejar con soltura el mandarín para poder usar las apps de compras. Y las masas de consumidores chinos, por desgracia, todavía viven ajenas a las delicias del turrón, los cócteles de frutas secas, el azafrán y la comida hispana en general.
En fin, no sé si estas Navidades me haré con una cesta de productos patrios, pero si la vida profesional se me trunca, convertirse en daigou de Lidl empieza a parecerme una opción de futuro.
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