Así opinan quienes creen que debería volver la mili

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Así opinan quienes creen que debería volver la mili

En 1996 Jacques Chirac consideraba amortizado el servicio militar obligatorio. Francia, explicó, merecía un ejército "más eficiente, más moderno y más barato". En el plazo de seis años el país galo enviaría al vertedero de la historia una institución, "la mili", aupada a los altares de la conciencia nacional desde los tiempos de la Revolución Francesa y de las Guerras Napoleónicas. Aquellas palabras representaron el fin de una era.

A Chirac, un funcionario del Estado con cuatro décadas de carrera a sus espaldas, el ejército le traía sus mejores y sus peores recuerdos. Como él mismo recordaría, su servicio a la patria durante la guerra en Argelia se contaría entre las experiencias más valiosas de su vida. Aquella contienda perseguía a la memoria nacional francesa como una maldición, y estallaría en la cara del presidente cuando, en 2001, se conocieron diversos casos de tortura a prisioneros argelinos. Orgullo de una generación, vergüenza de una nación.

La particular epopeya de Chirac ilustraba la siempre compleja relación de las sociedades democráticas con sus ejércitos. ¿Magma de pueblos, cuña de ciudadanos al servicio de su patria, o sinónimo de atrocidades? Por aquel entonces las sociedades europeas habían entendido que, finalizado el siglo XX, mantener las levas obligatorias tenía poco sentido. El ejército necesitaba profesionalizarse y adaptarse. A Francia le siguieron España e Italia.

Apenas veintidós años después del anuncio de Chirac, Emmanuel Macron le enmendaba la plana: "Deseo que cada joven francés tenga la ocasión de una experiencia, incluso breve, de la vida militar. Se instaurará pues un servicio nacional de corta duración, obligatorio y universal", explicaba desde el Elíseo el pasado enero. Macron recuperaba así una de las más extrañas propuestas de su campaña, la actualizaba y la colocaba de forma estelar en la agenda pública. Volvía la mili.

Macron Tropas Macron pasando revista a un destacamento durante su visita al Reino Unido en enero. (Stefan Rousseau/AP)

Macron ha ofrecido algunos detalles sobre las motivaciones que le han convencido de la necesidad de un servicio militar obligatorio para los jóvenes que habitan el hexágono. "Se trata de un proyecto de sociedad de calado, un verdadero proyecto republicano, que debe permitir a nuestra democracia estar más unida y aumentar la resiliencia de nuestra sociedad", explicaba, colocando el acento en las mismas ideas identitarias y comunitarias que, tantos siglos atrás, ensalzó Napoleón. El regreso de una era.

¿Pero qué sentido tiene recuperar la mili si, dos décadas antes, todos los países europeos la estaban amortizando? Más allá de Macron, otros países como Suecia o Noruega han anunciado planes similares. Existe cierto clima favorable, fruto indudable de sus tiempos, al regreso del servicio militar obligatorio. Y estos son sus argumentos.

Una mili para unirlos a todos

Para entender por qué está volviendo el servicio militar obligatorio quizá sea útil entender por qué se implantó en primer lugar. Y para ello, resulta obligatorio viajar a la Francia post-revolucionaria que se precipitaba sobre el siglo XIX con la fuerza telúrica de un volcán en erupción.

Hasta el triunfo definitivo de las ideas ilustradas, los soberanos de medio mundo habían recurrido tanto a puntuales levas obligatorias como a ejércitos mercenarios de toda condición. En un mundo agrícola, el orden social requería de una amplia mano de obra que sostuviera la base de la pirámide alimenticia. Sólo en tiempos de extraordinaria necesidad decretarían levas forzosas que, muy impopulares y nocivas para el campo, representaban una potencial fuente de inestabilidad.

Europa, así, dependía de ejércitos eventuales y voluntarios, pagados a menudo en especia cuando el oro no llegaba hasta el frente, y de mercenarios cuya lealtad era maleable.

Batallas Napoleonicas Francia La nación francesa, formándose.

Las premisas tradicionales eran insuficientes para la Francia revolucionaria. Ajusticiado Luis XVI, las cuatro grandes potencias vecinas declararon la guerra a la joven república. El estado francés no tenía ni el dinero ni los recursos suficientes para combatir a cuatro enemigos al mismo tiempo, así que hizo lo que tantos y tantos ejércitos harían en el futuro: recurrir a la población civil, instaurar una gigantesca leva masiva y definir la guerra como una lucha total del pueblo francés.

En gran medida, el éxito de Francia tanto en las guerras revolucionarias como en las campañas napoleónicas se basó en la ingente capacidad del estado francés para reclutar civiles. Aquellas levas obligatorias, temporales primero y decretadas de forma oficial y definitiva después, se cimentaron también sobre una base nacional. Se trataba de "la patria en peligro", definida por la Asamblea Nacional en 1792 tras las declaraciones de guerra de Austria y de Prusia.

Aquel peligro no se articulaba ya contra el soberano, sus posesiones y sus privilegios. Se configuraba contra la existencia misma de Francia y la integridad del pueblo francés. La justificación teórica de la levée en masse sentaba las bases de una identidad nacional, tan central al proyecto liberal, construida a través del servicio militar. Se calcula que alrededor de un millón de franceses pasaron por el ejército gracias al revolucionario decreto de la Asamblea. Franceses de casi toda condición, clase, lengua y procedencia.

Asamblea Nacional Cuando la Asamblea Nacional llamó a las armas a todo el pueblo francés cambió la historia militar para siempre.

La mili se convirtió así en un fuerte elemento aglutinante. La relación del estado para con sus conciudadanos ya no se limitaría a la mera recolección de impuestos: los franceses lucharían por él juntos, literalmente, en el campo de batalla, aunando la identidad en una sola. ¿De qué otro modo podía el precario Estado francés imaginar la comunidad de forma más explícita que sosteniendo en un mismo puño el destino de personas tan dispares dentro de su territorio?

El proceso es similar al que vivieron muchos funcionarios pos-coloniales en África y América: sus viajes a través de las subdivisiones del imperio, como bien explicó Benedict Anderson, les permitieron construir una imagen mental de su comunidad. La mili permitió imaginar con un menor grado de abstracción a aquellos soldados de la Picardía y la Gascuña que, pese a estar separados por casi mil kilómetros, la lengua y la cultura, podían identificarse como parte de una misma Francia. Al volver a casa, Francia era más real, más tangible, más imaginable.

Las victorias francesas en las guerras revolucionarias permitieron institucionalizar el servicio militar obligatorio (reglado, por un tiempo determinado, para un sector de la población entre los 18 y los 24 años) en los años posteriores. Primero en 1798, de la mano de la ley Jourdan-Delbrel. Napoleón perfeccionó el modelo en 1805 y lo asentó de forma definitiva en 1808. En su punto álgido, más de tres millones y medio de franceses pasaron por el ejército.

Ejercito Frances El ejército francés, aglutinando identidades. (Francois Mori/AP)

El servicio militar entregó dos victorias a Francia. La primera, la propia guerra: la ingente cantidad de potencial humano argamasado por Napoleón le permitió aplastar a todos sus vecinos continentales. Francia fue capaz de mantener a más de 200.000 soldados en España al mismo tiempo que encaminaba alrededor de un millón hacia Rusia. Eran números inasumibles para los modelos tradicionales del viejo continente. Napoleón, muy consciente de esto, ahogaba a sus rivales explotando la movilidad de su gran ejército civil-nacional.

La segunda fue la unidad nacional. La mili era parte de una nueva cosmovisión impulsada por el pensamiento ilustrado, tan arraigado en la Francia intelectual, y en el proyecto de estado liberal: los franceses ya no eran siervos de un monarca al que ataban su destino, sino ciudadanos que formaban parte de un mismo vector (la identidad nacional). La ciudadanía implicaba ventajas (libertades) y responsabilidades (el servicio a la patria, la defensa de la nación), consumadas en la mili.

Pese a las exenciones que podían permitirse los burgueses y los nobles, el corazón y el alma de Francia se conoció y se construyó en los campos de batalla, donde los soldados ya no luchaban por el botín o la gloria de un monarca remoto, sino por la supervivencia de la misma Francia.

Un nuevo proyecto para el siglo XXI

El éxito (finalmente frustrado) de Napoleón y la construcción de los estados liberales a lo largo del siglo XIX institucionalizó el servicio militar a lo largo de todo Europa y América. La respuesta francesa (fuerza numérica sobre el campo de batalla) fue matizada por proyectos con un toque más profesional y específico (como el prusiano), pero a grandes rasgos la mili llegó para quedarse. A la altura de la Primera Guerra Mundial, las naciones dependían de ella para sobrevivir en la guerra.

Gran parte del sustrato ideológico napoleónico pervive hoy en el regreso de la mili en diversas medidas y grados. Macron, al fin y al cabo, ha sido muy verbal en ello: se trata de un "servicio nacional universal", similar a la "leva en masa" para poner fin al "peligro" que afrontaba la patria en 1792. Para Macron, la mili debe "reforzar los lazos entre la nación y quienes la protegen, la cohesión republicana y desarrollar un espíritu de defensa común". Es pura jerga napoleónica.

Macron Mili Un "servicio nacional", en palabras de Macron. (Manish Swarup/AP)

Pese a la creciente tensión entre las fuerzas occidentales y Rusia, la decisión de insertar el regreso del servicio militar obligatorio en plena agenda política francesa tenía más de estrategia de campaña que de compromiso bélico. Macron acudió a las elecciones recuperando la visión de una "grandeur" francesa perdida, altos valores republicanos anclados firmemente en el compromiso de la igualdad de oportunidades y la protección de las libertades. Una Francia de beneficios, pero también de responsabilidades.

Aquella visión quedó plasmada meses después en Revolution, el libro que, de título en absoluto casual, resumiría la visión de Macron para Francia. Las responsabilidades del ciudadano de la gran República de Francia se asociarían así a un nacionalismo cívico muy rastreable en la historia reciente del país galo y en los ideales revolucionarios y republicanos de los que surgió el mismo servicio militar obligatorio. Un servicio a la patria, y una forma de recuperar el contacto perdido con el Estado.

"Aux armes, citoyens, formez vos bataillons!" reza el himno nacional francés, acaso en la traslación literal del espíritu de la mili en el estado moderno

Si bien es cierto que aún no está claro cómo regresará la mili, lo cierto es que el relato macronista encaja bien con la mitología nacional francesa, un país cuyas estrofas más emblemáticas del himno nacional dicen "aux armes, citoyens, formez vos bataillons!". Enrolarse en la patria es una cuestión de compromiso nacional y casi histórico en Francia, un halo que ni siquiera logró evaporarse cuando Chirac procedió a su liquidación (con un considerable porcentaje de sus votantes en contra).

¿Pero por qué ahora? La metáfora de Macron ofrece pistas: "Servicio nacional". Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, las identidades etno-nacionalistas decayeron: el triunfo del estado del bienestar redujo la filiación venial a las ideas románticas de la nación y las sustituyó por una suerte de pertenencia identitaria basada en los pilares básicos de la democracia y el estado social. Aquel "patriotismo constitucional", afín a un proyecto compartido que asegure el bienestar de todas las personas de un mismo país, definido en su día por Habermas.

Soldado Ruso Soldados rusos durante un desfile militar en Moscú. (Alexander Zemlianichenko/AP)

Como se explica aquí, durante la segunda mitad del siglo XX se dio un proceso de apertura global de los mercados, de flujos migratorios, y de consumación de organizaciones supranacionales que poco a poco sustituyeron el rol de los estados-nación tradicionales. La nación, en definitiva, cambió, y dejó de parecerse al espacio homogéneo y relativamente cerrado de antaño. Con ella, cambiaron también las identidades, lo que llevó a muchos a señalar un ostracismo casi definitivo del nacionalismo.

De forma paralela, afloraron otras identidades, menos arraigadas a la experiencia de una comunidad más o menos abstracta y más ligadas a cuestiones de género o raciales. Aquel proceso de revisión ideológica posmoderno ha derivado, décadas después, en naciones repletas de migrantes cuyo arraigo a la identidad adquirida es débil, y en corrientes ideológicas cuya raíz identitaria no es una supuesta pertenencia a una nación imaginada y compartida, sino aspectos más tangibles de la experiencia humana como la raza o el género.

El papel de la mili en la identidad

Nada de esto, resumido de forma breve, implica que la identidad nacional haya desaparecido. Pervive, aunque ya no es siempre el primer vector de movilización política. Lo vemos en el ya célebre "repliegue nacional" al que se han sometido numerosos países occidentales durante los últimos años: ciclos electorales donde partidos de raíz xenófoba, populista y nacionalista gozan de una altísima popularidad. La nación sigue siendo nuestro marco de referencia, aunque sólo sea por la multitud de canales banales, como acuñaría Michael Billig, a través de los que se propaga.

De modo que, ¿cómo recuperar un sentido de proyecto común y compartido, cómo aunar experiencias tan privadas como el género o la raza, cómo combatir la desafección nacional fruto de una creciente desigualdad e inmovilidad social? Es ahí donde entra la mili.

El argumento ha sido propuesto por diversos escritores y opinadores, entre ellos Noah Smith para Estados Unidos. Su premisa es simple: los estadounidenses están cada vez más divididos y son cada vez más incapaces de acordar los puntos básicos de la convivencia (y el proyecto nacional). ¿De qué modo se pueden eliminar tales divergencias? En gran parte, aunando diversas voces en espacios y proyectos comunes que impliquen colaborar. Pero hay pocas instituciones capaces de hacerlo.

Mili Rumania Los defensores del regreso de la mili lo hacen amparados en su rol como "experiencia" colectiva de personas que conviven en un mismo país pero de orígenes muy diversos. (Vadim Ghirda/AP)

Idealmente, este trabajo deberían hacerlo las escuelas. En Europa puede ser el caso, especialmente en países donde la segregación por renta es menor, pero siempre existe un sesgo (pensemos, por ejemplo, en las diferencias entre las escuelas públicas y privadas). En Estados Unidos es muy agudo: las escuelas segregan por raza, una segregación motivada en gran medida por la gigantesca segregación habitacional y geográfica que empuja a las clases blancas acomodadas a la periferia y deja a las clases negras o latinas pobres en los "downtown".

La Universidad proyecta de forma perfecta otras segregaciones previas: sabemos que son los hijos de las familias mejor posicionadas los que con mayor probabilidad acuden a las facultades. ¿La religión? En Europa es una identidad de capa caída, incluso en países hasta ahora poco secularizados como España; en Estados Unidos, el rosario de religiones también se explica a través de líneas de renta y de raza. Para Smith, la respuesta es simple: sólo el ejército pervive como la única institución estatal capaz de aunar diversos grupos sociales en uno solo.

La idea de recuperar el servicio militar ha tenido cierta tracción durante los últimos años, aunque por motivos estratégicos y no identitarios. En 2012, Thomas E. Ricks, experto en seguridad nacional, hacía suya la propuesta del ex-general estadounidense Stanley A. McChrystal en The New York Times y planteaba el regreso de la mili por un breve periodo de tiempo para todos aquellos que cumplieran 18 años. Para Ricks, la medida permitiría ahorrar dinero al externalizar tareas administrativas o civiles (para los objetores) a sus propios ciudadanos.

America Dividida Mili Estados Unidos es un país dividido. ¿Qué mejor modo que un buen añito en la mili para solucionarlo? (John Minchillo/AP)

Pero en la fiebre revivida la mili el peso del argumento, casi siempre, recae en lo simbólico. Para Joseph Epstein, afamado escritor y ensayista, el servicio militar serviría para revivir aquel "melting pot" de identidades, razas y géneros aunados que conforman Estados Unidos. Hoy en día la clase es inmóvil: una persona acomodada difícilmente entablará relación con una desfavorecida, y viceversa. Son experiencias ante las que no cabe empatía o comprensión, porque no se comparten:

En la América contemporánea, si uno nace en la clase media o medio-alta es improbable que ponga un pie fuera de esa clase. Uno va a la escuela con otras personas de la misma clase social, se casa con alguien de esa clase, educa a un hijo dentro de ella, vive sus días junto a sus miembros. Aquellos que pertenecen a las clases trabajadoras están más cruelmente atados a su clase e isolados. Los ingredientes que una vez hicieron famoso el crisol americano están congelados.

John Kelly, actual jefe de gabinete de Trump, planteó algo parecido: un regreso del servicio militar no sólo como forma de reducir la facilidad con la que el ejército estadounidense puede acudir a la guerra, sino también como herramienta para recudir las ficciones frente al "otro". Otros articulistas, como Clyde Haberman, recogieron el guante: cuando has vivido una experiencia transformadora junto a una persona proveniente de un entorno tan distinto, es difícil que sigas mirándolo como un alien.

El razonamiento se asemeja a aquel que llevó a los revolucionarios franceses a instaurar la mili en primer lugar. Al igual que picardos y occitanos fueron capaces de entender la dimensión del proyecto nacional francés luchando juntos, los negros de Alabama y los blancos de Montana podrían reconciliarse en su idea común de Estados Unidos dentro de una institución igualitaria. La identidad nacional, difuminada por otras y por el transcurso de los siglos, podría espolearse gracias a un espacio obligado donde clases altas y bajas, negros, latinos y blancos, convivieran.

Mili Regreso Experiencia sobre el terreno y convivencia con otras realidades. Los argumentos de la mili. (Karim Kadim/AP)

En España, un país que de momento ha pasado de puntillas por del debate, la cuestión de la mili ha sido planteada de forma tímida por antiguos generales, como Rafael Comas, cuyo sustrato es similar al planteado por Smith al entender positiva "la convivencia con gente de otras partes de España". Desde un punto de vista más macronista, Jorge Marirrodriga planteaba en enero de este año un servicio militar que sirviera para que los ciudadanos españoles aceptaran su cuota de responsabilidad para con el proyecto del estado:

En términos sociales no es ningún disparate que los ciudadanos —y ciudadanas— de una democracia empleen algún tiempo en convivir con personas con quienes no se cruzarían jamás, que comprendan que la libertad hay que defenderla y que no todo es hacer lo que uno quiere cuando le apetece. Nadie imagina lo que pica el trasero hasta que te prohíben que te lo rasques.

En honor a Smith y compañía, hay cierta lógica detrás del argumento: un estudio realizado por diversas instituciones noruegas demostró que allí donde había contacto directo y colaboración entre etnias minoritarias y noruegos blancos los volúmenes de confianza aumentaban y la percepción racista disminuía. ¿El lugar donde se realizó el estudio de campo? Las Fuerzas Armadas Noruegas. En otras palabras: el ejército sí podría servir para reducir los prejuicios hacia el "otro", aunando identidades.

Entonces, ¿vuelve la mili de verdad?

Depende del país en el que vivas. Lo cierto es que la base teórica y de compromiso nacional para el regreso del servicio militar sólo se ha esgrimido con éxito en Francia, y está por ver que el ejecutivo de Macron sea capaz de darle una forma coherente aceptada por la mayoría de los franceses. Los países donde verdaderamente ha vuelto la mili lo han hecho por motivos un tanto más prosaicos: la proximidad de un vecino hostil o la perspectiva cercana de un conflicto bélico.

Es el caso de Suecia, por ejemplo, cuyo anuncio de una mili revivida tras un breve lapso anulada bebía de forma directa de las tensiones crecientes entre el país, fuera de la OTAN, y Rusia. Diversos choques diplomáticos y maniobras militares, amén de una proverbial enemistad histórica entre ambas naciones, han motivado la vuelta del servicio militar para favorecer una "disposición militar" inmediata del país en caso de la peor de las eventualidades. 4.000 jóvenes serán seleccionados cada año.

Estonia Mili La mili ha vuelto, o mejor dicho, no se ha marchado de aquellos países que viven en un permanente estado de alerta militar, como los bálticos, Finlandia o, ahora, Suecia.

En Lituania las circunstancias son similares: la agresividad rusa en otros puntos que juzga bajo su influencia directa, como Georgia o Ucrania, provocó que en 2015 el gobierno local recuperara el servicio militar, abandonado escasos siete años antes. Desde entonces, unos 4.000 hombres y mujeres pasan alrededor de nueve meses en un breve e intenso servicio militar. Estonia tiene un sistema similar. En Finlandia jamás se abolió y está consagrado en la Constitución.

Al margen de las particularidades suizas y austriacas, sólo Francia está planteándose con seriedad recuperar una suerte de servicio militar, ya sea en su forma de antaño o en un aspecto análogo digerible por la opinión pública. En el fondo, más allá de los argumentos abstractos sobre el crisol de identidades forjadas en una sola, la mili puede volver, sí. Pero como se apunta aquí, lo hará por la necesidad de los estados modernos de reactivar, especializar y actualizar a sus Fuerzas Armadas.

Es decir, el mismo motivo de siempre. La guerra.

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