Las venas de Europa se habían abierto de norte a sur en 1914. Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, tanto las fuerzas aliadas como las tropas alemanas construyeron una sofisticada y nunca vista red de trincheras que se desplegaba desde las costas del Mar del Norte hasta la frontera con Suiza. En aquella época, era posible cruzar el continente de punta a punta sin pisar una sola vez la superficie. Cien años después del primer conflicto bélico moderno a gran escala, ¿qué queda de todo aquello?
Poco. Pero aún hay algún que otro vestigio que merece la pena visitar en caso de que se desee vivir de primera mano cómo era la pesada, infernal existencia de los soldados en el frente occidental. Una de las trincheras mejor conservadas de Europa se encuentre en Bélgica, cerca de la ciudad de Ypres. Allí, entre los bosques aún espectrales del norte de Flandes, se mantienen casi en estado original las trincheras de la Colina 60, uno de los muchos puntos fortificados estratégicos construidos por las tropas británicas a lo largo de sus cuatro años de contienda frente a las tropas alemanas. Un vestigio histórico.
El lugar es conocido como Sanctuary Wood, el Bosque Santuario. La reminiscencia religiosa puede tener sentido hoy, dado que aquí se encuentra un memorial dedicado a los caídos durante la Primera Guerra Mundial. Entre 1914 y 1918, sin embargo, la Colina 60 era uno de los lugares más mundanos y terrenales, sangrientos y brutales, que la historia ha conocido. Ypres, por su relevante posición estratégica, fue el escenario de algunas de las peores batallas de la contienda. Y desde estas trincheras se lucharon encarnizadas disputas por ganar apenas un puñado de kilómetros de frente.
Tras el fin de la guerra, los agricultores de la zona recuperaron el terreno perdido, volviendo a cultivar y dejando a un lado la horrible memoria de la batalla. Poco a poco, la mayor parte de las trincheras fueron desmanteladas o sepultadas por la renovada actividad agricultora y ganadera. Sanctuary Wood se mantuvo, sin embargo, a lo largo de los años, y hoy sirve como museo en vida de la Gran Guerra.
Un conflicto que habría de marcar el mundo tal y como lo conocemos hoy, y que cambió la guerra para siempre. En Flandes, en el norte de Bélgica, en lugares como estas trincheras, la guerra mutó. De frentes variables se pasó a frentes estables, donde los soldados vivían durante meses a la espera de noticias del frente. Las trincheras eran inabordables, pero su vida quedaba lejos de ser tranquila. Estaban sometidas a constantes asedios de artillería, que minaban la moral y que resultaban mentalmente desquiciantes.
Uno de los relatos más fidedignos de la época fue escrito por Erich María Remarque, autor alemán que luchó en el frente durante gran parte de la contienda. Sin novedad en el frente relata la vida diaria de los soldados en la trinchera, a menudo mal comprendida. Los soldados rotaban en las diferentes líneas de trincheras: pasaban un par de semanas o tres en la primera línea, volvían a la retaguardia, donde descansaban y se recuperaban, y poco a poco volvían a ganar posiciones de vigilancia o de frente. Su rol era cíclico.
Entre tanto, vivían en estas trincheras. Eran lugares insalubres y sometidos a la constante presión de la artillería, lo que obligaba a los soldados a hacinarse en búnkers donde se amontonaban las ratas, las conservas y el barro. Las constantes lluvias y el destrozo del territorio resultante de las cargas de artillería dejaban un paisaje enlodado, lunático, de árboles derruidos y pueblecitos reducidos a ruinas y cenizas.
Las trincheras eran auténticas ciudades subterráneas. Las que muestran las fotos son peores de las que disfrutaban los alemanes. Mientras las británicas eran sucias y pobremente construidas, las alemanas eran mucho más confortables y saludables. El mando aliado nunca pensó que la contienda duraría tanto tiempo, de modo que jamás se preocupó de habilitarlas correctamente para acomodar a sus soldados. Los alemanes, sin embargo, comprendieron con prontitud que el frente sería estático y que las trincheras serían clave.
Una prueba de la inmovilidad del frente: en la batalla del Somme, ofensiva británica realizada durante 1917 sobre el frente norte alemán, cerca de Ypres y en el corazón de Flandes, murieron más de 600.000 soldados aliados. Una cifra gigantesca para un botín exiguo, ridículo: tras las operaciones, los alemanes tan sólo habían retrocedido nueve kilómetros. Las trincheras aquí mostradas eran fácilmente defendibles, y las ofensivas resultaban en soldados corriendo sin protección contra ametralladoras de gran calibre que causaban auténticos destrozos a las líneas enemigas. Ypres quizá fue testigo de los peores combates.
Sanctuary Wood es un ejemplo perfecto de ello. Además, ilustra de un modo magnífico las pobres condiciones de vida de la soldadesca. Una mirada ideal a la Primera Guerra Mundial cien años después de que tuviera lugar.
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