Hubo un tiempo en el que el sonido de las sirenas resonaba en cada esquina de Europa. Durante la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos contra poblaciones civiles se convirtieron en una herramienta bélica válida, y las autoridades locales y municipales tuvieron que idear sistemas de alerta para sus habitantes. Surgieron así, desde Londres hasta Dresde, las sirenas públicas, colocadas en los tejados de edificios públicos, que advertían a los ciudadanos cada vez que se preveía un bombardeo.
Tras la posguerra, algunos sistemas se mantuvieron: la amenaza nuclear al otro lado del mundo era real.
Pero tras la caída del muro, los sistemas de alerta públicos pasaron a mejor vida. Ya no había amenazas que temer... O al menos eso creímos los demás europeos. No en Suiza, cuyo sistema de bocinas sigue vigente a día de hoy en todas las grandes poblaciones del país. No sólo eso, sino que el gobierno cantonal ordena su puesta a punto y prueba una vez al día todos los años. En concreto, el primer miércoles de cada febrero.
El origen de todo, las presas bombardeadas
Y así sucedió hace dos semanas en todas las ciudades suizas. De repente, durante una hora, las sirenas comenzaron a resonar en las calles de Zúrich o Berna, en un viaje retrospectivo a 1942. ¿Pero por qué lo siguen haciendo?
La respuesta más intuitiva es por la natural aversión suiza a la guerra. El país es célebremente neutral desde su práctica existencia como tal, y no ha participado ni en la Primera ni en al Segunda Guerra Mundial. Eso no ha impedido que haya temido por seguridad en muchas ocasiones: tanto durante las campañas de bombardeos aliadas ante Alemania como durante los años de tensión y amenaza nuclear entre Occidente y la URSS.
Fueron precisamente los británicos quienes advirtieron a los suizos de los riesgos a los que se enfrentaban. En 1943, a un año vista de que la mayor operación de desembarco militar de la historia tuviera lugar, Reino Unido se dedicaba a seleccionar objetivos estratégicos para dañar a Alemania. Complejos industriales o infraestructuras caían presa de la RAF. Y también presas. La Operación Chastise, en concreto, destrozó las presas de Möhne y Edersee, edificadas sobre el Ruhr.
Aquí os dejo un bonito vídeo de lo que está ocurriendo exactamente ahora (si...el jardín está oscuro) pic.twitter.com/nyemqVUOpw
— Javier (@J_Sarrio) 15 de febrero de 2017
El resultado fueron inundaciones que provocaron la muerte de más de 1.500 personas y el destrozo parcial de numerosas fábricas e infraestructuras económicas claves de la Alemania nazi (el Ruhr era y es aún a día de hoy la región industrial por excelencia del país germano). Las presas quedaron célebre rotas.
Y Suiza tomó nota. El país, ante la posibilidad de que algún contendiente decidiera atacar sus numerosas presas (en un país montañoso son especialmente comunes) y causar graves destrozos humanos y económicos, instaló las sirenas en los puntos potencialmente amenazados. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial pero aún traumatizados por los hechos acaecidos en Alemania, Suiza mantuvo regularmente la prueba de sus dispositivos de alarma una vez al año.
Dos tipos de sirena a inicios de febrero
Más tarde, llegó el pánico nuclear, y Suiza tuvo que instalar más bocinas y sirenas en ciudades anteriormente no afectadas por las posibles inundaciones forzadas. Así llegamos al modelo actual: dos tipos de sirena, la general y la "de agua".
La primera dura un minuto y genera sonidos que oscilan entre mayor y menor intensidad, y se repite a intervalos durante cinco minutos. La segunda, que también tiene el objetivo de advertir de potenciales desastres medioambientales, consiste en doce ráfagas de veinte segundos cada una, repetidas durante diez segundos. Para la primera, el gobierno recomienda "seguir las instrucciones" de las autoridades y advertir a tus vecinos. Para la segunda, es más directo: "Abandona el área en riesgo automáticamente".
Los locales están acostumbrados y reaccionan con parsimonia. Dado que el gobierno sólo las hace sonar a modo de prueba durante un día específico al año (primer miércoles de febrero), hay poca sorpresa. La vida sigue su curso (excepto si acabas de llegar al país o eres un turista despistado: en ese caso la incredulidad es comprensible).
No hay lugar a la fábula de Pedro y el lobo, de modo que cuando se han tenido que utilizar de verdad, han sido efectivas. De tanto en cuanto, como en 2007, con motivos de las posibles amenazas de inundaciones severas en diversos puntos del país, las sirenas generales comenzaron a resonar en las calles de algunas ciudades y localidades. Son casos excepcionales, en todo caso, y hasta la fecha las presas suizas, el origen de toda esta particular locura, no han sido amenazadas por ningún ejército extranjero.
Sí: toda esta historia es arcaica. De modo que el gobierno anda ideando soluciones alternativas a las 7.500 sirenas del país, como una aplicación que envíe a los suizos mensajes de alerta sobre posibles bombardeos de la RAF dirigidos a sus queridas presas o amenazas nucleares inminentes. A priori, a partir de 2018 las sirenas pasarán a mejor vida. Y con ella, la extraña pero entrañable tradición de un país afín a las anomalías históricas.