A escasas calles de La Candelaria, el centro histórico de Bogotá, se encuentra el barrio Egipto. Hasta hace un par de años los separaba un pequeño muro que muy pocos se atrevían a cruzar. Al otro lado, niños de entre diez y quince años avisaban a sus mayores si llegaban miembros de otras bandas ("las balas"), policías ("los tíos") o turistas ("la plata"). Fuese quien fuese, no salía de allí igual que había entrado.
Hoy, los habitantes del barrio Egipto abren sus puertas al turismo para contar su experiencia. Su historia forma parte de una recuperación que se está dando en todo el país. Comenzando por Medellín, la que fue la ciudad con más homicidios del mundo en 1991 y hoy es un ejemplo de modelo urbano aplaudido a nivel global. Pasando también por Cali, una ciudad que se recupera más lentamente de los estragos del narcotráfico, y muchas otras poblaciones de Colombia.
El retorno de una espiral de violencia
Colombia centra hoy gran parte de sus esfuerzos en mejorar la vida de sus ciudades y cerrar las heridas de los conflictos armados que han asolado sus territorios en los últimos 70 años. Políticamente, el país está dividido en 32 departamentos en los que conviven población blanca y mestiza, 87 etnias indígenas, afrocolombianos y el pueblo gitano. Además del castellano, se hablan 64 lenguas amerindias (consideradas oficiales), el bandé, el palanquero y el romaní.
Su territorio, de más de un millón de kilómetros cuadrados, cuenta con montañosas regiones andinas, enormes llanuras y selvas con terrenos totalmente impenetrables que van a dar tanto al océano Pacífico como al mar Caribe y al río Amazonas. Durante años, la complejidad de su geografía complicó poner fin a los conflictos armados. Estos sumaban la violencia de las guerrillas, los grupos paramilitares y los narcotraficantes (representados en la figura mundialmente conocida de Pablo Escobar).
Los historiadores coinciden al señalar el 9 de abril de 1948 como el día en que se inició de la espiral de violencia que acompañaría Colombia hasta bien entrado el siglo XXI. Ese día se desencadenó "El Bogotazo", después de que el líder del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, fuese asesinado tras recibir un disparo por la espalda en pleno centro de Bogotá. Acto seguido se iniciaron una serie de disturbios entre liberales y conservadores que derivaron en un clima de violencia. Un contexto en el que surgieron los primeros grupos de autodefensas armadas comunistas: las futuras guerrillas de las FARC y el ELN.
Un año después de El Bogotazo vino al mundo quien complicaría todavía más el torbellino de inestabilidad del país a partir de los años 70: Pablo Escobar. Fue de hecho a raíz de la guerra entre el gobierno, las guerrillas y los narcotraficantes que empezaron a surgir grupos paramilitares. Con el tiempo, las barreras entre estos grupos se difuminarían, agravando si cabe más el conflicto.
Se calcula que la violencia generada por guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes causó más de 220.000 víctimas mortales entre 1958 y 2012. El estudio "¡Basta ya!" del Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia señala, sin embargo, que tres de cada cuatro homicidios han quedado fuera de estas estadísticas. La cifra tampoco tiene en cuenta cuatro millones desplazamientos forzados, 25.000 desapariciones ni 27.000 secuestros, entre otros crímenes.
Recuperar las "ollas" de Bogotá
El año 2012 marcó el inicio del fin del conflicto con las negociaciones con las FARC, que culminarían en los acuerdos de paz en 2016. Sin embargo y a pesar de los enormes esfuerzos, no está todo hecho. La pluralidad del país y la magnitud del conflicto hacen que sean necesarias, también, las iniciativas personales y sociales que están surgiendo por todo el territorio para darle la vuelta a la situación.
Es el caso de los habitantes del barrio Egipto, en Bogotá, que han visto cómo dejar de lado las armas y abrirse al turismo y otras actividades puede garantizar un futuro mejor para el barrio, sus hijos y ellos mismos. Egipto era una de esas zonas llamadas ollas: lugares de expendio y consumo de drogas de Bogotá. "Esta zona era como el Harvard de la delincuencia. Se venía a cosquillear (robar), a robar coches, a todo lo malo", explican sus vecinos.
Tras el Bogotazo, los habitantes del centro de Bogotá se fueron desplazando hacia las afueras huyendo de la violencia que se instaló en las calles. A la zona del barrio Egipto comenzaron a llegar familias más humildes y un par de décadas después se formaron las primeras bandas. En los años 70, la de los Gallinazos. En los 80, la de los Gasolinos. A medida que los líderes de estas pandillas murieron o fueron sustituidos, comenzaron a hacerse nuevas divisiones. Y a nacer nuevas pandillas: la 21, la 9ª, la 10ª y El Parejo.
Cada banda tenía (o tiene) su territorio, separado por fronteras invisibles. Calles por las que hoy se puede transitar eran, antes, territorios prohibidos. "En esa casa había siempre alguien armado. Día y noche. Si un miembro de otra banda ponía un pie aquí, le disparaban", explican.
Hoy, la desaparición de esas fronteras invisibles da nombre a la iniciativa "Breaking Borders", con la que miembros de las bandas quieren dar otra vida al barrio. Han llenado las calles de grafitis (pintados por diferentes artistas latinoamericanos) y ofrecen visitas guiadas a los turistas que se animan a subir a la parte alta del centro de Bogotá. Los niños aprenden rap y hip-hop y se organizan campeonatos de fútbol, talleres de artesanía, costura, jardinería y carpintería.
Detrás de la iniciativa "Breaking Borders" están Jaime Roncancio (el Calabazo) y Andrés Saavedra (el Pato). Jaime Roncancio escuchó hablar del proyecto de la comuna 13 de Medellín mientras estaba en la cárcel. Inspirado por esta idea y tras muchos años encerrado decidió cambiar el espíritu del barrio.
"Queríamos romper las fronteras entre pandillas y entre seres humanos. Crear una gran banda en la que primen la cultura y los valores del perdón y el respeto", explican. "Y, también pasear a los extranjeros en vez de robarles". A diferencia de la comuna 13 de Medellín, en Bogotá no necesitaban atraer a los turistas: los turistas siempre habían estado allí (era complicado saber dónde terminaba la seguridad de la zona turística de La Candelaria y empezaba el barrio Egipto).
Historias de violencia
Jaime Roncancio y Andrés Saavedra fundaron "Breaking Borders" en 2016. Hoy, la iniciativa cuenta con 22 personas involucradas y el apoyo de la Universidad del Externado de Colombia y la alcaldía de Bogotá. Ambos están formándose en historia, cultura, patrimonio, gestión de proyectos e inglés, entre otras cosas, para poder sacar sus iniciativas adelante.
Los grafitis del barrio Egipto cuentan su historia. Recuerdan, por un lado, la violencia con imágenes de pistolas, las manitas (bailes que hacían para aprender a luchar con puñales) o a la mujer del barrio que cuidaba a los heridos tras peleas y tiroteos. La violencia era algo habitual. A Andrés Saavedra (El Pato) le pusieron en sus manos una nueve milímetros cuando solo tenía 12 años, para que se vengase de otro. "Cuando disparé la primera vez era tan ingenuo que pensaba que las balas no se iban a terminar nunca", confiesa.
Después, los líderes de la banda lo llamaron para asaltar autos. "Eran las personas a las que admiraba, a las que me quería parecer. Ahí dije: a esto me voy a dedicar", explica, antes de enseñarnos las heridas de bala que tiene por todo el cuerpo.
Jaime Roncancio, por otro lado, ha estado cinco veces en la cárcel. La última vez durante ocho años. "No había más referente que la delincuencia. Nuestros héroes eran los más fuertes de las bandas, queríamos ser como ellos", explica. "Pero algún día conseguiremos olvidar los problemas de sangre". Por eso, los grafitis muestran también el optimismo por esta nueva etapa que se presenta para el barrio.
Muy cerca del barrio Egipto está la que era otra de las ollas de Bogotá: el Bronx. Desde hace un par de años sus calles acogen la iniciativa "Bronx Distrito Creativo". Un espacio que aúna agencias de publicidad, centros culturales y artísticos, museos, salas de audiovisuales, talleres creativos y mucho más.
"En el centro de una ciudad de más de ocho millones de habitantes, donde antes palpitaba una república independiente del dolor y el crimen, hoy late con la fuerza de la inspiración el corazón del ecosistema creativo de Bogotá", se puede leer en su página web. Tras la transformación de este barrio está una iniciativa del ayuntamiento y una inversión de 190.000 millones de pesos, unos 52 millones de euros.
Los avances de Cali
En la capital mundial de la salsa y del que fuera el segundo cartel del narcotráfico más importante de Colombia, Cali, muchas iniciativas de desarrollo local están estrechamente ligadas a la sostenibilidad medioambiental. Una de ellas es el programa Gestores Ambientales para la Paz, que da una segunda oportunidad a jóvenes de sectores vulnerables y delictivos de la ciudad.
Su objetivo es construir espacios seguros tanto social como medioambientalmente. Rescatan y plantan árboles en espacios públicos, mantienen limpio el río y realizan labores de reciclaje y concienciación. Además, lideran movimientos culturales en los que se mezclan el diseño, el baile y la música. El programa Gestores Ambientales para la Paz está liderado por el Departamento de Medio Ambiente de Cali y apoyado por el Programa de la ONU para el desarrollo (PNUD).
En la comuna 20 de la misma ciudad, un grupo de mujeres lideran el Proyecto Ciudadano de Educación Ambiental (Proceda). Su trabajo gira en torno a las quebradas (arroyos) de una comuna en la que viven más de 90.000 personas. Un elemento muy importante tanto social como económicamente. De las quebradas sacan recursos aprovechables para la construcción y para el mantenimiento de huertas urbanas comunitarias.
Pero las iniciativas van más allá de Bogotá, Cali y Medellín, las tres ciudades más grandes de Colombia. Algunos de los departamentos más rurales fueron los que más sufrieron las crisis y la violencia de guerrillas, paramilitares y narcotraficantes. Y en algunas de estas zonas, no han hecho falta grandes iniciativas para que las comunidades tuvieran un futuro mejor.
La otra Colombia
La región del Chocó cubre más de 46.000 kilómetros cuadrados, en los que viven poco más de 500.000 personas. El motivo: casi todo su territorio está cubierto por la selva. Durante las últimas décadas, grupos de indígenas que vivían en el interior del Chocó tuvieron que desplazarse a localidades costeras por motivo de las batallas armadas que se daban en sus territorios. Ahora conviven con los grupos afroamericanos, quienes les han enseñado a ganarse la vida con el sustento principal en la zona: la pesca.
"A la costa llegamos desplazados alrededor del año 2000, huyendo de la violencia. Hoy estamos bien adaptados, esta es nuestra casa", explica Franklin, que tuvo que dejar su pueblo natal, Bojayá, por motivo de la violencia de las guerrillas. En esta misma localidad, alrededor de un centenar de civiles murieron en una iglesia por la explosión de una bomba lanzada por las FARC en el año 2002.
"Cuando llegamos acá no sabíamos pescar y los afroamericanos nos enseñaron con sus técnicas. Después llegó la fundación MarViva, que nos apoyó con proyectos de capacitación y aprendimos más", añade. "Ahora hemos conformado un grupo, un comité que maneja todo esto y contamos con un centro de acopio. Vivimos de la pesca".
Los retos de Colombia están ahí. Durante muchos años se destinó gran parte del PIB del país a la defensa, dejando menos margen a temas sociales, educación y sanidad. Hoy, las prioridades han cambiado. Aunque todavía quedan algunos grupos activos (como el ELN, autor del atentado perpetrado contra una academia de policía en enero de 2019 en Bogotá) los colombianos miran al futuro con más optimismo. Y se unen, en barrios y comunidades, para poner su granito de arena en la recuperación social del país.
Su lucha está apoyada directamente por Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Su objetivo: contribuir a la implementación de la Agenda 2030 en Colombia fortaleciendo la participación de una sociedad pacífica. Trabajando, sobre todo, por conseguir sostenibilidad ambiental, igualdad de género y respeto por los derechos humanos.
Imagen: Tania Alonso y Juan F. Samaniego
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