La carne es un escollo en la lucha contra el cambio climático. El aumento gradual de la producción y el consumo de carne está relacionado directamente con las emisiones de gases de efecto invernadero que producimos. De hecho, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente ya advertía sobre ello: la ganadería causa el 66% de las emisiones del sector agroganadero y eso supone el 10% de las emisiones totales.
Muchos países quieren revertir la problemática. Argentina, incluso, que es reconocida como la capital mundial de la carne roja, quiere que la gente se abstenga de consumir carne vacuna un día a la semana para ayudar a alcanzar sus objetivos climáticos. Y claro, no se lo han tomado tan bien.
Las medidas. El gobierno de Argentina, un corazón ganadero que tradicionalmente ha competido con su vecino Uruguay como el país de la carne roja, quiere que la gente deje de darse un festín con carne de res durante un día a la semana mientras intenta alcanzar los objetivos climáticos. ¿Cómo? El Ministerio de Medio Ambiente lanzó hace unos días la campaña “Lunes Verdes” para reducir la cantidad de gases de efecto invernadero producidos por la ganadería, el mayor contribuyente a las emisiones de Argentina con una participación del 22%. El programa anima a las personas a sustituir todo tipo de carne por proteínas de origen vegetal.
Los lunes sin carne no son nuevos, el primer esfuerzo global comenzó en 2003, pero su llegada a Argentina muestra cuán lejos ha llegado el empuje climático: en una era diferente, la idea habría sido un anatema en un país donde las parrillas se consideran un derecho de nacimiento.
El problema climático. Cambiar la producción de alimentos es esencial para salvar al planeta de una catástrofe climática, según explicaba el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) hace unos meses. Y su estudio, que fue elaborado por más de 100 científicos, afirma que el alto consumo de carne vacuna y productos lácteos, especialmente en los países de mayor ingreso, está alimentando la crisis climática. “No le estamos diciendo a la gente que deje de comer carne. En algunos sitios no tienen otra opción. Pero es obvio que en Occidente estamos comiendo demasiada carne", señalaba Pete Smith, científico de la Universidad de Aberdeen en Escocia en un reportaje de la BBC.
¿Por qué? Básicamente porque el ganado libera metano, un potente gas de efecto invernadero, y la deforestación está vinculada en muchas ocasiones a la expansión de tierras para ganadería. Un 25% de todas las emisiones globales viene de los alimentos. Más de la mitad de estas emisiones provienen de productos animales y la mitad de estas, a su vez, proviene de la ganadería de vacuno y ovino. A pesar de las alertas a moderar el consumo de productos animales, en algunas regiones del mundo, especialmente China, el consumo de carne vacuna sigue subiendo a medida que mejora el ingreso.
Los ganaderos, furiosos. En Argentina tienen un problema grande. La carne vacuna es una insignia de identidad nacional y un producto que les representa en el mundo como ningún otro. Es precisamente de lo que se queja la Sociedad Rural Argentina, que se opone a la iniciativa. De hecho, los argentinos de hoy no son los carnívoros por los que han sido tan famosos en el pasado. Una depresión económica prolongada significó que el consumo anual per cápita haya caído a 49 kilos, la primera vez que se sitúa tan bajo en décadas. Eso sí, el consumo estadounidense aún palidece en comparación: en 2018 fue de 25 kilos.
Argentina es el quinto productor y el cuarto exportador mundial de carne vacuna. Multitud de asociaciones recuerdan al gobierno que “la producción, industrialización y comercialización de carnes genera decenas de miles de puestos de trabajo, actividad económica, inversión e ingreso de divisas". Además de que la carne es un alimento de alta calidad cuyo consumo "debe considerarse también como una contribución" para alcanzar el "hambre cero", uno de los objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas para 2030.
Reino Unido lo debate. En Europa el debate lleva años sobre la mesa. Algunas organizaciones sanitarias del Reino Unido llevan tiempo pidiendo un impuesto climático sobre la carne. Quieren que los alimentos con un fuerte impacto ambiental sean gravados para 2025 a menos que la industria alimentaria actúe de forma voluntaria. Defienden que la crisis climática no se puede resolver sin acciones para reducir el consumo de alimentos que causan altas emisiones, como carnes rojas y productos lácteos.
Y lo cierto es que ya se están llevando a cabo algunas acciones en el país para reducir ese impacto. El año pasado, las empresas de catering del sector público que sirven miles de millones de comidas se comprometieron a reducir la cantidad de carne en un 20%, recortando 9 millones de kilos al año.
El lío de la carne roja en EEUU. A todo esto se le suma el embrollo que se vivió en Estados Unidos cuando Biden tomó posesión del cargo. Los miembros republicanos del Congreso, personalidades de Fox News y otras figuras prominentes de la derecha afirmaron falsamente que el presidente Joe Biden estaba tratando de obligar a los estadounidenses a comer mucha menos carne roja. "El plan climático de Joe Biden incluye eliminar el 90% de la carne roja de nuestras dietas para 2030. Quieren limitarnos a unas cuatro libras al año", decía un congresista republicano en Twitter.
La realidad es que Biden no propuso ningún límite al consumo de carne roja de los estadounidenses. La falsa afirmación se originó por un artículo engañoso de The Daily Mail que conectaba sin fundamento las propuestas climáticas de Biden con un artículo académico de 2020 realizado por la Universidad de Michigan. La investigación estimaba cómo se verían afectadas las emisiones de gases de efecto invernadero si los estadounidenses decidieran hipotéticamente cambiar sus dietas de varias maneras, como reducir el consumo de carne de res un 90% cada año. Y claro, los resultados eran muy positivos.
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