La muerte es la única certeza que comparten todos los seres humanos en el momento de su nacimiento. Tan tremenda verdad ha sido racionalizada por todas las culturas de distintos modos. Uno de los más comunes es el enterramiento: agotados nuestros días sobre la Tierra, pasamos el resto de la eternidad bajo ella. Se trata de un rito de paso, uno útil a quienes seguirán vivos. Pero uno que pone punto y final a nuestro ciclo biológico.
¿Debería ser así?
Descomponerse. Hay quien opina que no. Una start-up holandesa, Loop, en colaboración con dos cooperativas funerarias del país, acaba de presentar un "ataúd viviente" que permite prolongar nuestra simbiosis con la naturaleza más allá de nuestra muerte. El ataúd está compuesto fundamentalmente por micelio, la red de filamentos que componen la mayoría de los hongos. Su proceso de descomposición es rápido una vez bajo tierra, y convierte todo lo que contiene en abono.
Cómo funciona. El cadáver de un humano recién enterrado tarda hasta una década en descomponerse por completo. Según Loop, su ataúd reduce el proceso a poco más de tres años. En el camino, todos los enseres y las pertenencias del difunto, como la ropa, se consumen en el proceso. La clave reside en su carácter sostenible: el micelio enriquece el suelo, cual fertilizante, haciendo de nuestro cuerpo una suerte de "compost" en lugar de un amasijo de madera, plásticos y textiles.
Al parecer, ya han realizado su primer sepelio.
Tendencia. El ataúd de Loop extiende el largo listado de proyectos interesados en "compostorizar" los cadáveres humanos. Estados Unidos cuenta con una iniciativa similar, Recompose, dedicada también a la producción de sarcófagos que aceleran la descomposición de los cadáveres. En su caso, presumen de reducir el proceso a apenas 30 días. Su base filosófica es idéntica a la de Loop: se trata de un entierro con menor huella medioambiental y permite transfigurarnos con la naturaleza.
Convertirnos en árbol, si deseamos ponernos poéticos.
La ley. A finales del año pasado, el estado de Washington, Estados Unidos, aprobó una de las primeras legislaciones que dan cobertura legal a los entierros orgánicos. La ley abriga tales sepelios bajo dos procedimientos distintos: por un lado la "reducción orgánica natural", o la mezcolanza del cuerpo con material biodegradable como astillas de madera o de paja (en esencia, el compostaje tradicional aplicado a humanos); por otro, la "hidrólisis alcalina", o la disolución de los tejidos corporales con una mezcla de hidróxido de potasio y agua a altas temperaturas.
Ideas. De un tiempo a esta parte, la idea de una "muerte positiva" ha ganado enteros. Al menos a nivel popular y cultural. Como vimos, los entierros en bosques y espacios al aire libre, lejos de los rigores de la aburrida burocracia, han ganado enteros en Estados Unidos. Su atractivo también es económico. En España morirse es caro (más de 3.000€ de media en el país, aunque varía según la región) y las alternativas o bien son poco sostenibles (incineración) o poco atractivas (fosa común).
Beneficios. Más allá del relato cultural, consagrarnos a la naturaleza una vez liberados de nuestra existencia tiene sentido medioambiental. Un equipo de la Universidad de Tennessee lleva varios años estudiando el impacto de 150 cadáveres enterrados bajo las profundidades de un bosque. Sus conclusiones preliminares son fascinantes: generan "islas de descomposición" que liberan nitrógeno y otros metabolitos alterando el crecimiento y el aspecto de las plantas en la superficie.
De algún modo, sí, parece ser posible morir y fertilizar al mundo. Y ya hay un incipiente negocio en torno a ello.