Boulton y Park: el escándalo que visibilizó a los travestis en la Inglaterra victoriana

Pocas cosas le quedaban por ver al magistrado Frederick Flowers en 1870. A sus 60 años (y con una larga trayectoria como hombre de leyes a sus espaldas) había escuchado en el estrado a ladrones, prostitutas, asesinos, estafadores, borrachos que no dudaban en arrojar la botella para cerrar los puños y liarse a mamporros... Una florida muestra que le permitía mirar a la acartonada sociedad victoriana de tú a tú: sin edulcorantes ni aspavientos.

Su capacidad de asombro en 1870 sería la que cabría esperar de cualquier venerable juez de Liconshire, con el rostro enmarcado por frondosas patillas y dolor de lumbago. La mañana del 29 de abril de 1870 sin embargo es probable que la boca de Flowers se torciera en una mueca de asombro.

En su sala de Bow Street (seguidas por los agentes de la policía londinense) entraron dos damas, con la espalda encorvada y la cabeza gacha. Sobre el talle esbelto de la primera, Stella Boulton, caía la seda de su vestido de noche de color cereza y encaje negro. La segunda, Fanny Park, lucía un traje de satén verde y un chal con calado negro. Aunque la ropa era elegante estaba arrugada. El maquillaje de la víspera se había corrido hasta dar a sus mejillas un aspecto entumecido.

A medida que avanzaban por la sala con paso renqueante, Frederick Flowers se fijaría probablemente en que las jóvenes usaban pelucas: dos marañas despeinadas bajo las que asomaban mechones de un cabello mucho más corto y oscuro. También notaría que en sus mentones empezaba a despuntar la barba.

El travestismo en el siglo XIX

Al examinar los informes que tenía sobre la mesa, el magistrado comprobaría con asombro que (a ojos de la Ley) Stella Boulton no era Stella Boulton, sino Ernest Boulton; y que su compañera era también un hombre: Frederick Park. Dos veinteañeros ingleses, de clase media, delicadas facciones, modales elegantes... Que desde hacía años se dedicaban al travestismo. Aquella mañana de 1870 sobre sus cabezas pendía una acusación por "conspirar e incitar a personas a cometer una ofensa antinatural". O lo que es lo mismo: promover el "abominable delito de la sodomía".

Arrancaba uno de los juicios más sensacionalistas de la Inglaterra victoriana, la misma que hacía gala de refinados modales mientras en las calles de la City se repartían decenas de miles de prostitutas y en los suburbios del West End londinense (donde la pobreza y el hacinamiento condenaban a los inmigrantes a vidas miserables) empezaba a gestarse el sangriento mito de Jack el Destripador.

Mientras la reina Victoria ordenaba que los manteles de palacio llegasen hasta el suelo para tapar las piernas de las señoritas, en el Londres real (el que olía a sudor y los efluvios del Támesis) se repartían 5.000 prostíbulos, más del doble de lo que sumaban todas las escuelas, iglesias e instituciones de caridad de la City juntas. A través de su capa más superficial, la sociedad victoriana exudaba un puritanismo furibundo. A poco que se rascase sin embargo afloraba un día a día bien distinto. Y en él el travestismo tenía un hueco propio.

La prensa que más tarde hincaría los colmillos en su escándalo llegó a publicar críticas en las que elogiaba el desparpajo del dúo sobre el escenario

El origen del caso Boulton y Park (nombre con el que ha pasado a la historia) se remonta a varios meses antes de que los dos jóvenes declarasen ante Flowers. Durante casi un año la policía había alimentado la sospecha de que aquella pareja de señoritas no era tal, sino dos hombres que cometían sodomía. Juntos, Ernest y Frederick formaban un exitoso dúo teatral en el que se presentaban como Stella Clinton y Fanny Winifred Park.

La prensa que más tarde hincaría los colmillos en su escándalo llegó a publicar críticas en las que elogiaba el desparpajo del dúo sobre el escenario. Stella y Fanny eran habituales también del West End londinense y se prodigaban en fiestas y teatros. Según recogen las crónicas de su caso, en varias ocasiones las expulsaron del Alhambra Theatre y Burlington Arcade.

A un teatro, el Strand, se dirigían Stella y Fanny la tarde del 28 de abril de 1870 cuando un detective se fijó en ellas y en los tres "caballeros" que las acompañaban. El policía los siguió desde Regent Square hasta la entrada de uno de los palcos privados del Strand. Cuando poco después el grupo salió de la sala de espectáculos se topó con el detective que los había seguido, un superintendente y un sargento. La mayor parte de los "caballeros" huyó a la carrera al verlos, pero los agentes tuvieron tiempo de echar el guante a Stella, Fanny y a uno de sus acompañantes: Hugh Alexander Mundell.

Del teatro Boulton, Park y Mundell pasaron a la comisaría, donde un médico se encargó de examinarlos para comprobar si habían mantenido relaciones sexuales anales. La noche la pasaron en los calabozos. Y de los calabozos pasaron a la mañana siguiente (sin cambiarse de ropa) a la sala de Flowers. El rumor de que la policía había arrestado a dos cross-dressers se había extendido por buena parte de la City y una multitud esperaba a las puertas de la comisaría de Bow Street para ver a la pareja.

Un juicio y un escándalo público

El único que salió en libertad aquel 29 de abril fue Mundell. Aunque había visto antes a Ernest y Frederick vestidos con prendas de hombre, el magistrado le creyó cuando aseguró que la noche anterior los había confundido con dos muchachas. Boulton y Park corrieron peor suerte. A diferencia de Mundell salieron de Bow Street escoltadas por la policía. La del día 29 sería la primera de una larga cadena de audiencias durante las que se presentaron acusaciones contra Ernest, Frederick y otra media docena de personas: C. H. Thompson, William Sommerville, Martin Gumming, Louis Hurt, John Fiske y Lord Arthur Clinton.

De los ocho encausados, tres huyeron antes del juicio. Los más conocidos eran Fiske, cónsul de los Estados Unidos en Leith (Edimburgo), y Lord Arthur, hijo de Henry Pelham-Clinton, el quinto Duque de Newcastle. El aristócrata había mantenido una apasionada relación con Stella, con quien llegó a convivir y a quien consideraba su esposa. La propia joven se presentaba a menudo como "Lady Clinton, la mujer de Lord Arthur".

El miedo al escándalo que desataría la relación del hijo del Duque de Newcastle con un hombre travestido empujó a Arthur a suicidarse en junio de 1870, un día después de que el juez lo citase a declarar. La versión oficial mantiene que falleció de escarlatina. Otra (abanderada por el escritor Neil McKenna) asegura que el Lord británico echó mano de sus influyentes contactos y huyó al extranjero para vivir en el exilio.

El juicio de Park y Boulton se celebró en 1871, en la Corte del Queen's Bench, presidido por el magistrado Sir Alexander Cockburn y en medio de una expectación comparable a la que una década después despertarían los asesinatos de Whitechapel.

Durante el proceso llegó a presentarse como prueba un baúl con los vestidos de mujer de Park y Boulton. Después de detener a la pareja, la policía había entrado en el apartamento de dónde las había visto salir en abril de 1870. Allí se encontraron con 16 vestidos de seda y satén con adornos de encaje, 12 enaguas, 10 capas y chaquetas, seis corpiños y 20 chignons, además de sombreros, botas, sujetadores y maquillaje.

Las acusaciones contra Park y Boulton eran sin embargo muy endebles y no prosperaron. Cincuenta y tres minutos bastaron al jurado para decidir que eran inocentes. El calvario que habían sufrido sin embargo los convirtió en celebridades en todo el país. Ernest y Frederick no son sin embargo los únicos en los que se centró el foco victoriano.

Las dudas y la tremenda polvareda que causó la repentina muerte de Lord Arthur sirvieron a Mary Jane Furneaux para suplantar la identidad del aristócrata. En 1882 la joven se hizo pasar por Arthur y aprovechó el prestigio del hijo del quinto Duque de Newcastle para timar a algunos cuantos incrédulos. La policía destapó su fraude y la llevó también a juicio.

Tiempo antes ya James Barry había generado una expectación incluso mayor. Tras su muerte en 1865 se descubrió que el doctor Barry, un reconocido cirujano militar, tenía en realidad genitales femeninos y había vivido más de medio siglo como un hombre sin que nadie sospechara el secreto que ocultaba. Su caso cautivó al mismísimo Charles Dickens, quien escribió sobre él en 1867 en la revista All the year round. "Era un cirujano tan inteligente como insolente", reseñó el literato.

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