Agotado el impacto mediático de Donald J. Trump, Jair Bolsonaro se presentó al mundo como el archienemigo perfecto. ¿Apología de las torturas desarrolladas bajo un régimen dictatorial? No hay problema. ¿Ejercicios de abierta vejación al género femenino? Los que sean necesarios. ¿Políticas destinadas a empequeñecer uno de los santuarios naturales más valorados por la humanidad? A espuertas. Lo que pocos podrían imaginar pocos meses después de su elección es que, en el transcurso de su mandato, el presidente de Brasil se vería relacionado en un asesinato político.
Pero aquí estamos.
¿Qué sucede? La historia se remonta al asesinato de Marielle Franco, concejal socialista en el ayuntamiento de Rio de Janeiro, en marzo de 2018. Franco había alcanzado cierta notoriedad en la política brasileña por su campaña contra la violencia policial, muy frecuente en las favelas, y contra los grupos paramilitares que, al abrigo de las autoridades, actúan indiscriminadamente en los barrios más pobres del país. A la salida de una mesa redonda, su coche oficial fue acribillado desde otro automóvil. Tanto ella como su conductor, Anderson Gomes, murieron en el acto. Su jefe de prensa fue herido, pero sobrevivió.
Las fotos. Las investigaciones se han prolongado un año, con varios ex-policías y ex-miembros de la Policía Militar del Estado de Río de Janeiro (objeto de las denuncias de Franco) detenidos. El principal sospechoso del tiroteo es Ronnie Lessa, no vinculado a Bolsonaro. Sí lo están Élcio de Queiroz, el hombre que habría conducido su coche para la ejecución del asesinato, y Josinaldo Lucas Freitas, el encargado de arrojar al mar las armas. Hace algunas semanas, el diario Veja publicaba una foto inédita de Bolsonaro junto a Freitas. En marzo, otra foto de Bolsonaro junto a Queiroz se viralizaba en las redes sociales.
Urbanización. ¿Grave? Sí, pero en ningún caso pruebas de su implicación. Como explicaba el periodista Glenn Greenwald: "Nada de esto significa que Bolsonaro estuviera relacionado con el asesinato de Mariella. Es algo improbable. Pero muestra cómo de entrelazados e íntimos son los vínculos de la familia de Bolsonaro con las milicias". Los hechos de esta semana quizá le hagan cambiar de opinión: ayer el principal telediario del Brasil, Jornal Nacional, desvelaba que horas antes de cometerse el crimen, Queiroz había entrado en la misma urbanización de Rio en la que reside Bolsonaro. ¿Y cómo logró franquear la seguridad?
Diciendo que se dirigía a la casa del presidente. Alguien, desde dentro del hogar, debió dar el visto bueno.
¿El propio Jair? No. Se sabe por los registros del parlamento brasileño que Jair Bolsonaro se encontraba en Brasilia aquel día. El misterio reside ahora en quién, desde dentro de la residencia, respondió por Queiroz. El ex-policía se reuniría dentro de la urbanización con Lessa, al que recogería y conduciría hasta el automóvil de Marielle Franco para consumar su asesinato. La revelación ha resultado en una bomba política y judicial. Ya no se trata de que Bolsonaro tuviera una foto aquí o allá con los sospechosos, algo que, al fin y al cabo, podría ser fruto de la casualidad. Se trata de que su nombre está vinculado con el asesinato.
Tanto es así que, como manda la constitución, la relación de Bolsonaro con el caso ha obligado a trasladar la causa del juzgado local de Rio al Tribunal Supremo, donde el bolsonarismo, como explica aquí el periodista Thiago Ferrer, tiene menos influencia.
La reacción. Bolsonaro ha respondido a las acusaciones del modo más bolsonariano posible: en un Live Facebook enajenado en el que atribuye las revelaciones al carácter "pútrido" e "inmoral" de la prensa brasileña. Durante los últimos días, el presidente ha solicitado a su ministro de Justicia que intervenga en la investigación judicial en la que él mismo está implicado y ha tanteado la posibilidad de retirar la licencia a Globo TV, dos bravuconadas que enorgullecerían a Donald Trump. La estrategia de su gobierno pasa ahora por anular las declaraciones del portero de la urbanización, a quien acusan de falso testimonio.
Es una vía incierta para el presidente, ni un año después de su toma de posesión. Un escándalo político alucinante incluso para Brasil, un país, de un tiempo a esta parte, acostumbrado a niveles de corrupción surrealistas.
Imagen: Pablo Albarenga/AP
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