A James Harrison le tocó la lotería, la lotería de la generosidad. A sus 14 años, y tras una complicada operación quirúrgica que le tuvo hospitalizado durante meses, se decidió a donar sangre por el resto de su vida en cuanto pudiese, al ser mayor de edad. Cuando llegó ese momento, los médicos australianos alucinaron con lo que encontraron: una persona que tenía en sangre una cantidad inusualmente fuerte y persistente de un anticuerpo llamado inmunoglobulina RHo (D) o Anti-D, como se la conoció allí más tarde. Nunca se supo por qué su plasma era tan raro, aunque la principal sospecha es que ocurriese algo en el proceso de aquella vieja operación por la que recibió 13 transfusiones de sangre.
Había algo aún mejor: se sabía que su plasma se regeneraría a una gran velocidad, produciendo más y más de la sustancia.
Resulta que ese anticuerpo es justo el que necesitan los que padecen la enfermedad de Rhesus, que afecta a las madres con un tipo de sangre Rh negativo y que están gestando a niños con Rh positivo. Esta enfermedad hemofílica hace que la madre produzca anticuerpos que destruyen los glóbulos rojos del feto. Todo eso hace que el bebé nazca con casi toda probabilidad anémico, pero los síntomas pueden ir más allá, desde daños neuronales hasta la muerte del feto. Es el tipo de hemofilia más común entre los niños, y se cree que puede afectar a un 5% de las parejas que habitualmente quieren concebir. Un riesgo altísimo.
Así que, cuando los médicos descubrieron que estaban ante un remedio sanitario andante, le hicieron una oferta: asegurar su cuerpo por un millón de dólares a cambio de que se sometiera a un ensayo clínico. El hombre aceptó, y el resto es historia: instauraron un sistema por el que el hombre daba su plasma y se llevaba a los laboratorios para producir inyecciones con el Anti-D que se le pondrían a las posibles madres afectadas, y ayudó a la investigación de la comercialización de la inmunoglobulina de forma sintética, a la que se conoce como “James in a Jar” o “James en un frasco”.
Harrison realizó 1.172 donaciones de plasma a lo largo de toda su vida activa como donante. ¿Cuántos pinchazos son esos? Los justos para donar cada tres semanas (el mínimo tiempo de espera requerido entre extracciones para el plasma) durante 63 años de su vida adulta, un proceso que terminó recientemente, a sus 82 años, cuando sobrepasó el límite legal por el cuál se considera que su sangre está cualificada. Básicamente, como tener un segundo trabajo, uno que no le gustaba, puesto que, pese a su experiencia, nunca fue capaz de mirar cómo le colocaban la jeringuilla (tiene pánico a las agujas).
Pero debió ser uno de lo más gratificante: según los cálculos del Servicio de Donación de Sangre de la Cruz Roja Australiana, el paciente del “brazo de oro” ha ayudado a salvar la vida de más de 2,4 millones de bebés, una de cada diez mujeres embarazadas en Australia cuya sangre potencialmente podría ser incompatible con la de sus hijos. Entre las embarazadas receptoras estuvo su propia hija. Además, fue galardonado con la Medalla de la Orden de Australia el 7 de junio de 1999.
¿Y cuánta gente puede existir en su misma situación? Aunque sin tal cantidad de anticuerpos en sangre como Harrison tenía, se cree que hay aproximadamente unos 200 australianos en activo con la posibilidad de que su plasma ayude también a salvar las vidas de los afectados por la enfermedad de Rhesus. En Reddit un usuario lo cuenta: “mi madre es una [de ellos]. Comenzó a hacerlo después de que me tuviera que donar sangre a mí en 2016 y descubrimos que este tipo de plasma proviene de otros países a un precio insultante. El banco de sangre le pidió que siguiera donando mientras le fuera posible, sin presión ni nada. Sólo que tenga en cuenta que, cuando falta a una cita debido a sus quehaceres, la llamarán para reprogramar otra cita con toda urgencia”.
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