Después de Alemania, llega Bélgica. Ellos también han decidido tomar medidas tajantes para rebajar sus emisiones contaminantes. En su caso han optado por el transporte público gratuito en los días en los que los niveles de contaminación superen los límites de la normativa: a los dos días consecutivos de polución ambiental por encima del tope, autobuses, tranvías y metros abrirán sus puertas gratis a cualquier pasajero en las 48 horas siguientes. Esos mismos días los límites de velocidad de circulación para los coches se reducirán en un tercio. La quema de leña en estufas también ha sido recientemente prohibida por ley.
Motivación ecologista… y económica. Como los germanos, ellos también se enfrentan a posibles sanciones de la UE.
Además, los belgas sienten un poco de bochorno: ese mismo sitio donde se congregan cientos de diplomáticos y oficiales para hablar de medidas medioambientales, de donde salen las amenazas con llevar a los tribunales a Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España por llevar años superando los valores máximos permitidos de dióxido de nitrógeno, tiene unos niveles de contaminación tan dañinos como los demás. Si en Madrid se recogen máximos de 53 microgramos por metro cúbico, en Bruselas andan con picos por los 99. Si el límite legal medio para las ciudades con más de 500.000 habitantes está en 40 microgramos diario, ellos andan ahora mismo en 43.
Además han fomentado esta situación: porque si superan el dióxido de nitrógeno, es peor aún cómo lo hacen con respecto a los PM1, PM2.5 y PM10. Se ha apuntado a su régimen fiscal especialmente generoso con los coches diesel para llegar a esta situación: el subsidio total anual compuesto por exenciones fiscales por automóvil diésel en Bélgica es de 2.763 euros, el subsidio más alto de entre los 27 países de la OCDE.
Y las medidas se trampean: o eso alegan los ecologistas de la ciudad. Son protestas similares a las que se han vivido en España, reproches al Ministerio de Medioambiente por poner los medidores del aire en mitad de los parques en lugar de en el corazón de la ciudad, donde hay tráfico.
¿Dónde está la contaminación que yo la vea? Uno de los planes paralelos para concienciar a la ciudadanía ha sido el lanzamiento de una app donde desde hace tres días los bruselenses pueden consultar en tiempo real no sólo los niveles de contaminación ambiental, sino también prever si en las siguientes horas o días va a empeorar. Es meter en la agenda (y en el bolsillo) de sus ciudadanos una nueva métrica constante que, se espera, palíe el resentimiento de las prohibiciones de circulación en coche.
¿Y qué están haciendo el resto de ciudades europeas? Puedes leer sobre Londres aquí y sobre otros municipios aquí.
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