Los cuatro primeros años de presidencia de Donald Trump han estado marcados por una palabra: polarización. Estados Unidos acude a las urnas en noviembre tras una legislatura plagada de atentados terroristas y ejercicios de violencia política. Una violencia año a año más normalizada a ojos del electorado, tanto republicano como demócrata. Dos recientes encuestas ilustran hasta qué punto el país se ha topado con un problema en el tabú por antonomasia de la democracia.
Va a más. La más compartida durante los últimos días es esta, elaborada a través de dos trabajos realizados por YouGov y por Voter Study Group. Surge a su vez de este otro artículo de Politico y dice lo siguiente: si en 2017 tan sólo un 8% de los votantes demócratas y republicanos consideraba que la violencia estaba justificada en mayor o menor grado, en 2020 ese porcentaje había escalado hasta el 33% y 36% respectivamente. Un aumento gradual y consistente en ambas preferencias políticas.
Otros datos. Si incluimos otras encuestas elaboradas por Nationscape, el panorama no es mucho más alentador:
- En septiembre, un 44% de los republicanos y un 41% de los demócratas consideraba que la violencia estaría "un poco" justificada si el candidato rival ganaba las próximas elecciones. En junio, el porcentaje se ubicaba en el 35% y en el 37% respectivamente.
- El porcentaje de republicanos y demócratas que juzgaría la violencia "muy justificada" en caso de derrota electoral ha pasado del 15% en junio al 20% en septiembre (R) y del 16% al 19% (D).
- Las cifras se extreman cuando nos acercamos a las posturas más radicales en cada partido. Un 26% de los más "liberales" (progresistas) justificaría actos violentos en caso de que el Partido Demócrata perdiera las elecciones; y un 16% de los "muy conservadores" en caso de que lo hiciera el Partido Republicano.
Cautela. ¿Significa eso que Estados Unidos está abocado a un repunte de los conflictos violentos? No necesariamente. La encuesta de Voter Study Group, centrada en septiembre, es decir, desinteresada en la evolución de la opinión pública sobre la violencia, es más moderada. Sólo un 16% de demócratas y republicanos apoyaría los actos violentos para avanzar sus posiciones e ideas políticas. Es un sólo igualmente alarmante: en caso de derrota electoral, el porcentaje llegaría al 21%.
Uno de cada cinco votantes. Según su análisis, es preocupante por lo siguiente lo siguiente:
Estos porcentajes relativamente pequeños de encuestados que apoyarían amenazas o violencia partidista representan, en teoría, a decenas de millones de estadounidenses. Sin embargo, su opinión sobre la violencia no significa que se vayan a comportar de forma violenta. La amplia mayoría no lo hará, pese a sus ideas, en parte por las normas y las leyes que proscriben la violencia. Nos preocupa, sin embargo, porque sí podrían participar en comportamientos agresivos de bajo nivel que apuntalarían un ecosistema donde se incentiva la violencia por parte de otros.
Qué sucede. Dicho de otro modo: no es que haya más americanos proclives a cometer actos violentos, sino que cada vez son menos los que rechazarían que otros los cometieran. Otro gráfico ilustrativo: si en 2017 más del 90% rechazaba de plano tanto la violencia política como el acoso, el porcentaje cae hoy por debajo del 85% (y del 80% en caso de que se trate de enviar mensajes amenazantes o hostiles a candidatos rivales).
Es un caldo de cultivo peligroso, porque puede suavizar la gravedad de determinados hechos violentos. Lo hemos visto durante los últimos años: en Charlotesville, en algunas acciones de Antifa o en las protestas (y la dura represión policial) a raíz del asesinato de afroamericanos. Las opiniones en torno a uno u otros sucesos (desde atentados terroristas hasta disturbios callejeros) varían enormemente no en función del hecho, sino en función de la adscripción ideológica de cada votante.
Detonantes. Sucede que las sociedades occidentales están hoy más polarizadas que nunca. Nuestras opiniones sobre el otro son cada vez más estrictas. Hay menos espacios de entendimiento. Los motivos son muy variados (El Confidencial acaba de publicar una tribuna al respecto), pero en esencia dinamita los acuerdos y encona los discursos. Es algo que Estados Unidos, en particular, llevaba experimentando décadas. Pero que la presidencia de Trump ha exacerbado.
Sucede a nivel político y social. Agranda brechas personales. Y es un círculo vicioso: a más polarización, más coste hay para salirse de las posiciones fijas, cada vez más extremas, de cada partido. Para neutralizar la polarización.
Imagen: Carlos Barria/GTRES