Una versión anterior de este artículo se publicó en 2018.
Lo has visto en riadas de memes, en cuentas revolucionarias, en comentarios graciosos pero que no lo son tanto (ya sabes, te propongo que destruyamos hegemonía de los mercados en la tercera cita). El caso es que el discurso está por todas partes: el capitalismo apesta. No hay vuelta de hoja. Si no nos crees a nosotros, cree a las estadísticas de opinión.
Según una encuesta de 2016 realizada por la Universidad de Harvard, el 51% de los jóvenes estadouniodenses entre 18 y 29 años asegurar no respaldar el capitalismo, frente al 42% que lo apoya. Cinco años antes años los porcentajes estaban equilibrados, pero ahora mismo el discurso capitalista tiene las de perder. Sus cifras de apoyo entre los chavales ha variado a lo largo de todos estos años, pero ahora mismo es la menor que ha tenido en más de 80 años.
En España lo llevamos aún peor. Según una encuesta del BBVA en 2013, el 74% de los españoles afirmó rechazar el capitalismo frente a un escaso 11% que lo respalda. Somos el país más anticapitalista de Europa. No podemos sino pensar que el coronavirus, que ha afectado especialmente a las perspectivas de futuro de los jóvenes, lo habrá agravado. En lo que estamos todos a la par, aquí y en cualquier país occidental, es en el desencanto con el modelo democrático: frente al 70-80% de personas de la generación silenciosa que creía que la democracia era esencial vivir en un país democrático, sólo el 40-25% de los millennials de hoy consideran que un país debe cumplir esta condición para funcionar.
Es decir, una parte muy importante de la población, sobre todo entre las nuevas generaciones, no cree ya ni en nuestro modelo político ni en el económico.
Karl Marx, influencer
“Quién es Karl Marx: descubre al erudito anticapitalista” es el titular de uno de los artículos para la revista adolescente de tendencias de moda Teen Vogue. La publicación de este post provocó una oleada de indignación entre los medios conservadores, que veían cómo los pérfidos liberales le inyectaban peligrosa ideología a sus retoños. Fue ahí cuando descubrieron en todo su esplendor la comercialización de las ideas anticapitalistas, para las que Teen Vogue es el máximo exponente, pero que tenían y tienen, al margen de esa cabecera, otros muchos canales de difusión, en muchos casos movidos por la propia juventud.
Para Kim Kardashian una chaqueta de la CCCP es el mejor complemento de moda posible y miles de jóvenes se reúnen para denunciar la cultura de las armas en Estados Unidos. Las galerías de conjuntos top vistos durante la Women’s March maridan bien con el ascenso de una portorriqueña fuera del sistema en las primarias del Partido Demócrata de Nueva York.
Quién se ha llevado mi queso
Todos estos fenómenos son críticas al estado actual de las cosas que deben leerse como un grito de desesperación no necesariamente fruto del triunfo de la revolución obrera: aunque es un porcentaje que está también en máximos desde que hay cifras, sólo un tercio de los encuestados estadounidenses (dos tercios de los críticos) se define como “socialista”.
Como explicaron en The Conversation, la razón crítica más importante por la que la juventud ha dejado de apoyar el capitalismo parece ser una percibida falta de efectividad a la hora de establecer un modelo de recompensas justo. Si trabajas duro serás recompensado, decían los baby boomers. El estallido de la crisis, el desmantelamiento de muchas garantías sociales, la destrucción del mercado laboral y la imparable desigualdad social, con un ascensor social atascado, son algunos de los puntos a responsabilizar.
Claro que, como recuerda el escritor Noah Smith, la idea de justicia social tiene mucho que ver con la de las expectativas: los académicos han hablado extensamente cómo nuestra felicidad depende de la diferencia entre lo recibido y lo que se espera recibir, una teoría que conecta directamente con la vieja idea de que las revoluciones se gestan al calor de la falta de consecución en las expectativas de un amplio grupo social.
Pese a todo, los millennials son más pacíficos que las generaciones anteriores, y parece que esta frustración, de momento, se la están tomando más como combustible para autoinfligirse dolor (en forma de depresión y estrés) por no cumplir lo que se esperaba de ellos que como acicate para revolucionar el sistema. También, paradójicamente, otro de los rasgos típicos de estos tiempos es que los jóvenes cada vez se apoyan menos en los sindicatos y las huelgas como herramienta de lucha, algo que seguramente no haría gracia al descubridor de la alienación proletaria.
¿Y si lo que quieren es más capitalismo?
Es otra de las teorías que circulan al analizar algunos otros datos. Cuando se pide a los jóvenes del país que manifiesten cómo aumentaría su satisfacción con el sistema actual, parece que el factor ganador es una mayor tajada de los beneficios. Dicen desear tener sus propias empresas, apuntarse a aventuras cooperativistas (el 75% de los jóvenes norteamericanos las elogian) o recibir participaciones de la empresa antes que un simple aumento de sueldo (un 40% de empleados menores de 30 estaría dispuesto a trasladarse a una compañía que le ofrezca este término).
Otra forma de decirlo: están a favor de la competitividad entre empresas, siempre que ellos tengan más poder de negociación y de réditos económicos. Algunos académicos tildan ya esta visión económica como “capitalismo inclusivo”.
Entonces, ¿qué es lo que les gusta del “comunismo” o el “socialismo”? No está demasiado claro. Sabemos que el 43% de los jóvenes norteamericanos se considera socialista siempre y cuando lo opongamos al capitalismo. Pero si cambiamos los términos para contraponer una economía intervenida por el estado frente a una de libre mercado, el 64% de los jóvenes está a favor del liberalismo y sólo un 32% a favor de la colectividad.
Su visión económica en general es, también, un poco endeble: quieren que haya un reparto más equitativo de la economía, pero quieren hacerlo recortando gasto público y reduciendo impuestos. Quieren un sistema sanitario gratuito y universal, pero consideran que el Obamacare fue un error. Más de dos tercios de los jóvenes norteamericanos piensan que el gobierno debería garantizar alimentos, vivienda y un salario digno a todos los ciudadanos, y pese a ello tienen una visión del Gobierno como institución tan crítica con ella (por ineficiente y derrochadora) como cualquier adulto del resto de generaciones.
Así que, a pesar de ser la generación que más apoya electoralmente en los parlamentos a la izquierda, la visión política general de los jóvenes del país puede leerse como tan conservadora e individualista como aquellos que votan a los conservadores, y parecen estar muy lejos de buscar la abolición del sistema. Eso sí, ni se te ocurra mencionarles el capitalismo.
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