Verano y playa, binomio perfecto para todos aquellos que anhelan un respiro del tedio laboral que nos atenaza durante el resto del año. Altas temperaturas idóneas para acercarse a la costa y desconectar la mente mientras nos damos un baño en el Mediterráneo, en el Atlántico o en el Pacífico. Momentos estupendos para disfrutar en familia de los parabienes de la costa. La oportunidad ideal para bañarnos en un gigantesco, inabarcable océano de esperma de medusa.
¿Cómo? Sí: las medusas no sólo navegan bajo la superficie del agua causando ocasionales y muy dolorosos picotazos, también lo dejan todo plagado de su esperma. Es la conclusión a la que ha llegado un estudio realizado por el Instituto de Biología Evolutiva (un centro mixto del CSIC y la Universitat Pompeu Fabra) y el Instituto de Ciencias del Mar. Tragar agua del mar implicaría ingerir parciales cantidades de esperma tanto de los cnidarios (medusas) como de los ctenóforos.
¿Por qué? En gran medida por sus propiedades nutritivas. La fecundación externa de las medusas y el resto de sus colegas serviría de jugosa fuente de alimento para una multitud de microorganismos y zooplancton. El estudio aspira a rellenar un hueco dejado de lado por la ciencia marina en el estudio de determinadas redes tróficas hasta ahora ignoradas, en especial por el vasto abanico de especies animales (casi siempre microscópicas) que aún desconocemos en su totalidad.
El dato. No es un detalle menor: se calcula que la ciencia sólo ha reconocido al 15% de las especies animales del planeta, ignorando aún al 85% restante. El esperma de la medusa, cuestión poco sexy sobre la que la investigación científica resultaba insuficiente, podría tener una importancia crucial en las cadenas tróficas de multitud de microorganismos presentes en el océano. La investigación, de hecho, se enmarca en el análisis molecular y genético de la diversidad animal marina.
¿Dónde? Para ello, los científicos se sirvieron de diversas muestras de agua marina recogidas en seis puntos de la geografía europea (desde Noruega hasta España). Tras su análisis, el equipo descubrió la ubicuidad insoslayable del gen 18S, identificado tradicionalmente con las células eucariotas (el objeto de estudio del trabajo). La mayor parte del gen correspondía a especies aún no identificadas con exactitud (y en cuyo material genético habría grandes cantidades de esperma).
Es decir, más allá de nuestros chapuzones en baños de semen medusiano, el hallazgo del trabajo ilustra nuestro enorme desconocimiento de los ecosistemas marinos. Al menos a nivel microscópico.
¿Qué nos queda? Los estudios más detallados calculan que el planeta alberga alrededor de 8,7 millones de especies animales. La mayor parte de ellas (seis millones y medio) desarrollarían su vida sobre la superficie terrestre, y el resto (algo más de dos) bajo los océanos. La cifra rebaja el entusiasmo de otros cálculos previos (100 millones) pero detalla hasta qué punto seguimos ignorando la diversidad global: el 86% de las terrestres y el ¡91%! de las marinas nos serían desconocidas.
Es decir, sólo conocemos el 9% de las especies que habitan nuestros mares. Quién sabe en qué otras cosas nos estaremos bañando cuando vayamos a la playa.
Imagen: Tim Mossholder/Unsplash
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