Varios siglos antes de que un respetable grupo de ciudadanos británicos se reuniera en una taberna masónica de Londres y alumbrara al fútbol moderno, Italia tenía su particular, demencial, extremadamente violenta y muy popular versión del juego de pelota.
Aquel invento que se creía sucesor de los ancestrales juegos de pelota romanos, a su vez importados de la cultura helénica, había sido bautizado como calcio, idéntico nombre que aún recibe hoy el fútbol contemporáneo en el país transalpino, y consistía en un pequeño rectángulo de tierra sobre el que dos equipos desplegaban a 27 jugadores enfrentados con una única meta: anotar más puntos que el rival.
Las reglas habían sido escritas por un conde local, Giovanni de’Bardi, y en ellas quedaba condensada la máxima erróneamente maquiavélica, otra ilustre producción cultural fiorentina, de "el fin justifica los medios". Si el fin era imponerse a los rivales y los medios cualquier atributo físico desde la velocidad hasta dar mejores puñetazos que el rival, que así fuera.
Algún turista despistado podría haberse sorprendido durante la semana pasada al toparse con hombres gigantescos y musculados ataviados con extravagantes calzones y jugando al calcio storico durante varias jornadas en Florencia. El sábado se cerró un círculo de varios siglos y el Equipo Blanco, representante del barrio del Santo Espíritu, se impuso como campeón del torneo de 2017. Si ese mismo turista hubiera viajado a la Florencia del siglo XV, poco habría cambiado.
En pleno éxtasis de la civilización occidental, Florencia continúa participando del deporte de equipo más bárbaro que ha alumbrado Europa. Tras algunos siglos de capa caída, el calcio fiorentino disfrutó de una revitalización durante el régimen fascista de Mussolini, que quizá veía en aquellos robustos muchachos el colmo de la juventud, de la fuerza bruta y de la audacia guerrera que vertebraba su totalitaria ideología.
Desde entonces, la ciudad de Florencia celebra todos los años durante la tercera semana de junio, en consonancia con la celebración de San Giovanni, tres partidos de calcio fiorentino. Los dos primeros son las semifinales, que enfrentan a los cuatro equipos participantes, cada uno proveniente de un barrio distinto de la ciudad: Santa Croce (azul), Santa María Novella (rojo), Santo Espíritu (blanco) y San Giovanni (verdes).
El tercero, obviamente, es la final, que depara al feliz ganador del espectáculo.
Darte de tortas hasta que logras marcar un gol
¿Pero de qué clase de espectáculo hablamos? De uno tan grotesco como bello. El calcio fiorentino es la puesta en práctica de la teoría del caos con reminiscencias gladiadoras y un leve halo futbolístico. Hay fútbol en las gradas, atestadas de seguidores locales que celebran alborotadamente cada punto de su equipo, y hay fútbol en la pelota. Hay gladiadores en los musculados jugadores, que se baten el cobre sobre la arena. Y hay caos por doquier.
De forma simple, el juego consiste en poner la pelota entre las porterías más veces que tu rival. Para ello los equipos tienen a 15 delanteros, a tres medios, a tres defensas y a tres porteros. Los delanteros son la clave del asunto: luchan uno a uno entre ellos con todo tipo de artes marciales, boxeo y golpes salvajes (excepto patadas en la cabeza y ataques a traición, está todo permitido: to-do) y tratan de anular/inmovilizar a los delanteros rivales.
¿El objetivo? Conseguir que las defensas del rival queden expuestas y que los medios o defensas puedan correr sin obstáculos hasta la portería. Dado que las reglas estipulan que los combates han de ser de uno contra uno, tienen una finalidad estratégica: mediante llaves y otras piruetas, los delanteros anulan a los rivales, y dejan el campo libre. Pura guerra.
De forma paralela, hay seis árbitros, un capitán por cada equipo y una suerte de porta-estandarte. Estos últimos dirigen, pero no pelean o juegan. Y finalmente, hay un montón de paramédicos vigilantes de que los golpes no maten a algún jugador (cosa que ha sucedido en varias ocasiones). El megunje resulta en un verdadero caos de juego donde las carreras típicas del rugby se mezclan con artes callejeras y batallas durísimas donde no hay miramientos.
La gracia del asunto reside en el "honor" al que hacen referencia dos jugadores entrevistados por The Guardian aquí: dado que el equipo ganador jamás se lleva una compensación metálica y dado que sólo van a poder participar fiorentinos residentes en tan bella ciudad, el calcio fiorentino se ha convertido en un ejercicio de expresión identitaria, en un regreso a las raíces medievales de la vetusta ciudad y a su idiosincrasia histórica.
En este juego respetuoso con la historia (demasiado, según algunos fiorentinos que no están demasiado cómodos con la violencia) jugado a mil por hora es natural que en muchas ocasiones las peleas carezcan de honor alguno y deriven en terribles batallas y rencillas personales donde la sangre y los dientes vuelan sobre la arena.
El asunto es que sea espantoso o no, la naturaleza exótica del deporte ha llevado a su repentina popularización. Los turistas se acercan curiosos, los locales lo hacen entusiasmados, y los jugadores pasan un año entero entrenando, musculándose (son auténticas moles, apisionadoras tatuadas que parecen surgidas de campos de convictos de lo más siniestros) y mentalizándose para llevar el orgullo de su barrio a lo más alto. A la gloria fiorentina.
Comoquiera que trata de tradiciones locales e identidad toscana, el único premio que recibe el equipo ganador es un banquete infinito (comer hasta que revientes) de la célebre terna fiorentina, una de las razas de vacuno más antiguas de las que se tienen constancia. En sus buenos tiempos recibían la vaca viva y después se la comían, pero la práctica se sustityó por una versión algo más civilizada en forma de cena pantagruélica.
Como nota curiosa, merece la pena destacar que siglos atrás, en pleno apogeo del juego, la ciudad de Florencia se vio asediada por las tropas imperiales de Carlos V, rey de España y emperador del Sacro Imperio Germánico. Ni cortos ni perezosos, los fiorentinos, asediados pero orgullosos, se pusieron a jugar al calcio fiorentino a modo de desafío. Esta es Florencia, y sobre estos tremendos hombres tendrás que pasar por encima, Carlos.
Naturalmente, la ciudad cayó. Vaya que si cayó.