Pese al persistente mito popular, el verano puede ser un lugar horrible, algo particularmente cierto para todos aquellos que continúan trabajando entre finales de junio y principios de septiembre. A la desbandada generalizada en oficinas, redacciones y centros de ocio hay que sumar el inevitable, plomizo calor. Altas temperaturas que no sólo se filtran en nuestro cuerpo y producen toneladas de sudor y agotamiento, sino que también lastran las funciones de nuestro cerebro.
¿Cómo? Ralentizando su funcionamiento. El calor está haciendo, con toda probabilidad, que tus funciones de cálculo, de escritura o de pensamiento sean menos eficientes de lo que acostumbran. Es la conclusión a la que ha llegado un estudio realizado por la Universidad de Harvard en el que se comparó el desempeño intelectual de dos grupos de estudiantes de Boston durante una insoportable ola de calor. Unos contaban con aire acondicionado en las habitaciones, otros no.
¿Qué pasó? Que aquellos que respondían a las preguntas diseñadas por el equipo de investigación en las habitaciones más frescas lo hacían con mayor eficiencia y velocidad que sus compañeros. La muestra tenía que enfrentarse a dos tests (desde sus teléfonos) diarios durante doce días. Como explica el director del trabajo, Joen Allen, en NPR, los estudiantes encerrados en las habitaciones-horno acertaron un 10% menos que sus pares, y erraron los test algorítmicos un 13% más.
¿Por qué? Allen se sirve de la parábola de la rana dentro de la cazuela para explicar el efecto del calor en nuestro cerebro: lento, progresivo e imperceptible, pero letal. El estudio buscaba rellenar el hueco dejado por la ciencia en la investigación de la temperatura de los edificios en el rendimiento escolar o laboral. La ausencia de refrigeración y, ante todo, las altísimas temperaturas tienen un efecto claro en nuestras capacidades. El calor derrite nuestra productividad y agilidad mental.
¿Sabemos más? Hay otros estudios que han determinado con anterioridad cómo determinado umbral de temperaturas pueden provocar que los alumnos aprueben o suspendan un examen con mayor probabilidad. Lo mismo vale para el trabajo de cualquier oficina: más calor, se cree, provoca que los empleados trabajen menos. Es el mismo argumento que llevó a los colegios a imponer los periodos de vacaciones más largos durante los meses estivales: el calor se resiente.
¿La temperatura ideal? Aproximadamente 22 ºC, si hacemos caso a otros estudios. A partir de 26 ºC nuestro cerebro comienza a desconectar (con una caída de la productividad del 9%). Lo mejor en las circunstancias estivales es disponer de espacios más acondicionados: otro trabajo ilustró cómo los empleados de edificios con certificado ecológico y bien ventilados superaban en rendimiento a aquellos que no disfrutaban de sus ventajas. Agua, temperatura idónea y mucha paciencia: las recetas para que tu cerebro continúe laborando en las tediosas condiciones del verano.
Imagen: Tim Gouw/Unsplash
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