Casas sin cocina: hacia un futuro donde nadie cocine porque será más barato comprar la cena

Bucear en los portales de alquiler de vivienda es percatarse de un cambio de ciclo. Ya estés buscando piso en Madrid, Barcelona o cualquier otra gran ciudad es lo más habitual ver como toda casa con obra más o menos reciente ha prescindido de la cocina como una habitación propia, como la que traían las viviendas de nuestros padres y abuelos. 

"La cocina ha dejado de ser un espacio operativo para convertirse en un espacio social", dicen los expertos explicando el boom de la cocina americana como elemento más integrado dentro del salón. Ahora hay quien dice que este módulo, sus fogones, hornos y fregaderos, sencillamente podría desaparecer.

La cocina menguante

Catálogo de 2018 de IKEA.

Según un estudio de la consultora Knight Frank de 2016, si antes primaba la búsqueda de viviendas de tres habitaciones, ahora se demandan hogares con sólo una o dos. Paralelamente los arquitectos de algunos portales online aseguran que casi el 50% de sus nuevos clientes eligieron que la cocina se incorporase al salón para añadirle metros a esta estancia (otras novedades: ahora queremos baños más grandes, donde hacer mejores rituales de cuidado personal, y también más vestidores).

Según un informe del grupo de reguladores de construcciones británico LABC, si la casa promedio en los años 70 pasaba los 70 metros cuadrados, en 2018 se ha reducido a menos de 55. La estancia que más ha visto mermado su tamaño es el salón, casi ocho metros cuadrados menos, y de ahí que los nuevos planos hayan ido contemplando como una solución inteligente la incorporación de la cocina a este espacio. El informe concluye que el espacio dedicado a la preparación de la comida encontró su máximo apogeo en los años 60, y que ahora es un 13% más pequeño en las nuevas viviendas construidas

En otro documento titulado “¿El fin de las cocinas?” LABC pronostica que para 2030 podría darse un escenario en el que un porcentaje nada desdeñable de población urbana optase por que la mayoría de sus comidas provenga de pedidos online de restaurantes locales, o incluso de grandes cantinas especializadas en entregas de catering diario. También prevén que muchos edificios vayan añadiendo servicios de cocinas comunitarias a sus instalaciones, sacándolas del diseño habitacional.

¿Por qué cocinar? O nuestra relación con los alimentos en el siglo XXI

Catálogo de 2018 de IKEA.

La arquitecta barcelonesa Anna Puigjaner Kitchenless recibió recientemente un premio de la Universidad de Harvard por sus estudios sobre nuevos modelos de convivencia, concretamente por su proyecto Kitchenless, donde investigó los diferentes bloques de viviendas con cocina común o algún otro tipo de espacio compartido por los habitantes. Se ve que hay interés en el tema. Volviendo con el debate: Puigjaner recuerda en las entrevistas que “en el siglo XIX no se consideraba higiénico que la cocina estuviera dentro de la vivienda”, mientras que era más habitual la existencia de cocineros comunales que ayudaban a preparar comida para grupos más grandes. 

La cocina en el hogar surgió en parte como símbolo de estatus, al ser la demostración de que un individuo (la mujer) de la unidad familiar podía dedicar su tiempo y su trabajo a este menester. Puigjaner también responsabiliza a la Guerra Fría de la eclosión de la cocina: se fomentó el consumo individual frente al colectivo, con más compras para útiles y herramientas que, aunque podrían ser usados por grupos más grandes de personas, se prefería individualizar. También se desarrollaron electrodomésticos que ocupaban un espacio considerable, y de ahí la necesidad de cocinas más grandes.

Pero desde finales del siglo XX y principios del XXI la realidad ya no es esa. La incorporación de la mujer al trabajo, el reparto de las tareas, la proliferación de formas de vida alternativa… El modelo unifamiliar, la casa, los hijos y el coche, ya no son el estándar. Sólo en España uno de cada cuatro hogares es unipersonal. Y resulta que cocinar no es una prioridad para muchas personas.

Según datos del Observatorio Sectorial DBK de Informa, "el servicio de comida a domicilio o delivery ha impulsado el crecimiento del 6% del mercado de la comida rápida en España en 2016 hasta alcanzar unas ventas de 3.135 millones de euros”. Según las encuestas a los consumidores de esas mismas fechas en Estados Unidos, el 45% de los ciudadanos come fuera de cada o pide comida a domicilio “al menos una vez a la semana”, si no más. Según NPD Group, el crecimiento del mercado será de al menos un 20% en la próxima década.

Y el que cocina, lo hace ayudado. Millones de americanos se han rendido ya a los encantos de los kits de comida, un negocio en auge entre las Big Tech y que ofrece un servicio semanal de alimentos (altamente personalizables) que te entrega un pack con todos los ingredientes para hacer una única comida, de forma que no hace falta ir a la tienda o pensar en recetas. Como deducimos, esto está a menos de un punto de distancia del catering que pronosticaban los británicos. 

Todo ello es lógico en el sistema actual. Toda faceta de trabajo, y la cocina diaria en muchos casos lo es, se ha trasladado como actividad laboral. En 1965 las mujeres pasaban dos horas al día a los fuegos. Hoy es algo menos de una hora. Y aunque los hombres han hecho bastante por romper la brecha, ni de lejos emplean el mismo tiempo. Apenas dedican, de media, veinte minutos

Y como no se puede vivir permanentemente de sándwiches, alguien tiene que estar preparando de vez en cuando los platos contundentes: los takeaways. Ahí es donde entra el factor económico. La comida fuera del hogar sigue siendo entre tres y cinco veces más cara que la que nos preparamos nosotros. Es decir, aún no sale a cuenta, pero el informe “¿El fin de las cocinas?” vaticina que "el costo total de producción de una comida preparada y entregada profesionalmente podría acercarse al costo de la comida casera o superarla cuando se tiene en cuenta el tiempo". 

Pixabay.

La "economía del bolo" está abaratando la mano de obra, y hay al menos un fenómeno actual que apoya esta visión semi distópica, las conocidas como "dark kitchens" de Deliveroo, Uber Eats y similares. Restaurantes tapadera creados ex profeso para la plataforma, ubicados en páramos industriales (abaratando costes de instalaciones) que preparan los alimentos sólo para los clientes online. Son las cocinas comunales imaginadas. Además, si a día de hoy la comida supone el 12% de los ingresos del individuo medio, habrá muchos a quienes no les importe pagar un poco más, incluso el doble por ahorrarse el tiempo de comida.

Aunque esa adhesión a los preparados también tiene sus riegos, y según estudios ambientales, los que viven o trabajan cerca de cadenas de comida "tienen casi el doble de probabilidades de acabar siendo obesos".

Si Le Corbusier hablaba del diseño de “máquinas para habitar”, de habitáculos útiles y racionales en la era de las masas, está claro que en las sociedades actuales necesitan “máquinas” distintas. Más atomizadas, por la libertad social adquirida que está trastocando los modelos de convivencia y hacen que vivir solo sea de lo más habitual. Más pequeñas, porque la economía post industrial está derivando en un creciente encarecimiento del precio de la vivienda

El espacio vuelve a ser un lujo, de ahí que, si bien es posible que la cocina no desaparezca, sí se convierta más que nunca en una estancia aspiracional. Casa con cientos de metros. Con vistas a la Gran Vía. Y con cocina.

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