Antaño cotos vedados al vehículo a motor, las ciudades están transitando hacia modelos de movilidad más sostenibles y más amables con el peatón, el transporte público y el ciclista urbano. Las calles de Barcelona, Sevilla o Londres han multiplicado su número de bicicletas, lo que ha generado un conflicto natural con el coche, aún predominante. ¿Resultado? Un aumento de los accidentes que involucran a bicicletas y vehículos motorizados, abriendo un debate sobre la seguridad del ciclista y las medidas a implementar. Uno de los puntos más discutidos es el casco. Y algunas ciudades, como Nueva York, ya barajan imponerlo.
Decisión. Es una medida aún no implementada, pero filtrada por el propio alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, a los medios de comunicación. Su ayuntamiento trabajaría con una nueva ordenanza que regularía de forma estricta las condiciones de circulación para las bicicletas. El casco podría convertirse en un elemento obligatorio (so pena de sanciones sin él), y a largo plazo los ciclistas podrían verse obligados a registrarse en el censo municipal y a caminar por la vía pública con una licencia debajo del brazo. Son dos líneas rojas que pocas ciudades han cruzado. Hasta ahora, la laxitud de regulaciones imperaba.
Motivos. Nueva York acumula veinte víctimas mortales sobre las dos ruedas en lo que llevamos de 2019. La última, una mujer de 47 años arrollada por un SUV premeditadamente. La cifra duplica el cómputo total de atropellos mortales de 2018, lo que ha espoleado un debate sobre la seguridad de los ciclistas. En España los accidentes que involucran a ciclistas también han aumentado. Según la DGT, ya representan el 7,5% anual (incluyendo los siniestros en vías interurbanas), y su volumen en los últimos diez años se ha multiplicado por dos en ciudades como Madrid. Hay más ciclistas. Es lógico que se registren más accidentes.
Debate. ¿Pero es el casco un buen remedio? El anuncio de De Blasio ha generado una gran controversia porque los estudios dedicados a la materia indican lo contrario. Se sabe que la imposición del casco representa un incentivo para pedalear por la ciudad, y que la forma más efectiva de proteger a los ciclistas es aumentando su número. Las ciudades australianas, las únicas que lo han impuesto, observaron decrecimientos del 20% y del 40% en el uso de la bicicleta tras aprobar la obligatoriedad. En 2011, el 26% de los adultos de Sidney identificaban en el casco un obstáculo para utilizar más la bicicleta; el 19% de los no-ciclistas lo consideraban una barrera para subirse a una.
Protección. El casco protege. Nadie lo discute. La cuestión es si protege frente a la clase de accidentes que suelen afrontar los ciclistas urbanos, y si esa protección es lo suficientemente significativa como para obviar el desincentivo que supone a la hora de llenar las calles de bicicletas. La mayor parte de muertes y agresiones graves sufridas por los ciclistas se producen en colisiones con coches (el 58%), situaciones en las que el casco tiene un rol marginal. Uno de los estudios más completos al respecto, elaborado en Seattle a partir de 3.300 accidentes, atribuía al casco un 10% más de protección, un porcentaje que muchos críticos consideran insuficiente para introducirlo de forma obligatoria.
Conflicto. Como otros investigadores han ilustrado, la forma más efectiva de reducir las lesiones graves entre los ciclistas urbanos es adecuando el espacio público a la bicicleta y potenciando el número de usuarios. Poner el acento en el casco, a menudo, implica pasar por encima de los demás factores que contribuyen a la seguridad vial (como los carriles bici, la implementación de programas como Vision Zero, o las campañas de convivencia en la ciudad). De forma quizá significativa, en los países donde el uso de la bicicleta está más extendido (Países Bajos y Dinamarca) el uso del casco tiende a ser minoritario.
Pero si algo ilustra el debate en Nueva York es que no es un caso cerrado, y que otras ciudades pueden plantearse medidas similares.
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