Por inverosímil que parezca a tenor de algunas especies, los perros, un día, fueron salvajes. El proceso de domesticación de aquellos primitivos lobos que caminaron por primera vez de la mano del ser humano es objeto de un riquísimo campo de estudio. ¿Cómo y por qué logramos que uno de los principales depredadores de nuestro entorno apaciguara sus instintos y se convirtiera en uno de nuestros mejores aliados? Un nuevo estudio acaba de esbozar una respuesta inédita.
Nos sobraba carne.
El trabajo. Lo firma un equipo de arqueólogos dirigidos por Maria Lahtinen y publicado recientemente en Scientific Reports. Su tesis es llamativa: durante la Edad de Hielo las comunidades de cazadores-recolectores de la mitad septentrional del planeta se toparon con un excedente de carne. La caza era prolífica. Sin embargo no se consumía todo lo que se atrapaba: aquellos humanos no podían subsistir sólo mediante proteínas cárnicas, por lo que priorizaron otros platos como la casquería o la grasa. Mucha carne sobraba. ¿Y quién sí podía consumirla hasta hartarse?
Los lobos.
Convivencia. Lahtinen y otros expertos desarrollan la idea en este artículo de Gizmodo: "A corto plazo y durante los meses de invierno más duros, lobos y humanos no habrían competido por los mismos recursos, beneficiándose mutuamente de su compañía (...) Esto habría sido crítico para mantener los primeros proto-perros durante años y generaciones". Es decir, la historia de nuestra larga amistad con los perros surgió, como tantas otras amistades, de un buen banquete. De sentarnos a comer en la misma mesa. Como idea es sugerente.
Teorías. El estudio niega así otras ideas previamente exploradas sobre la domesticación. A saber, que llegó por un mero interés utilitario o que surgió del espontáneo interés de los lobos en los restos de los primitivos asentamientos humanos. Para Lahtinen son explicaciones insuficientes: ni la basura humana era tan constante ni aquellos cazadores-recolectores hubieran permitido el acercamiento de un predador peligroso como el lobo. Competencia directa por nuestras presas.
La relativa abundancia de carne durante la Edad de Hielo y la incapacidad humana para subsistir exclusivamente a través de ella provocó que, de forma fortuita, nuestros intereses se alienaran. Y que a partir de ahí, ya sí, educáramos al lobo para cazar y acompañarnos. Pero no antes.
Innovación tecnológica. Es una teoría y como tal debe ser interpretada. Hace no mucho hablamos de otra distinta: el lobo fue domesticado como una "innovación tecnológica" por parte de los humanos, empleado no sólo para la presa de piezas pequeñas, a menudo escamoteadas a las rudimentarias armas o redes de aquellas sociedades, sino para digerir huesos de gran tamaño antes de nuestro consumo. Aquel estudio se basaba en la amplia evidencia arqueológica de un asentamiento jordano.
Y más ideas. El abanico de posibilidades es amplio, fruto de las incógnitas naturales que genera un proceso paulatino datado hace más de 14.000 años. Otra hipótesis, también relacionada con las glaciaciones: conforme el hielo retrocedía y las masas boscosas aparecían, los humanos adoptamos al lobo para perseguir y cazar a presas cada vez más esquivas. Cualquiera de las tres hipótesis habla de una adaptación al medio (de humanos y de lobos-perro) fascinante. Una que nos ha llegado a nuestros días.
Imagen: Tadeusz Lakota
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