Todos hemos oído hablar de la barrera del sonido, pero pocos conocen quién fue el primer piloto en conseguir rebasar esta barrera invisible que se cobró un buen número de vidas hasta que fue vencida.
Corría el 14 de octubre de 1947 cuando el entonces Capitán Chuck Yeager a bordo de un avión Bell X-1 lo consiguió. Y aunque el récord fue guardado en secreto durante un tiempo, e incluso se llegó a dudar de si Yeager fue el primero en rebasarla, en los libros de la historia de la aviación el nombre de Chuck Yeager es el que aparece.
La barrera del sonido, es infranqueable
Con una afirmación así de rotunda se explicaban algunos escépticos cuando se hablaba de esta muralla invisible que destruía los aviones al acercarse a ella. Durante la Segunda Guerra Mundial los aviones de combate alcanzaban velocidades cada vez más altas, pero al acercarse a la velocidad de Mach 1 (1.225 km/h a nivel del mar a una temperatura de 15ºC) todos sufrían algo parecido a tropezarse con una pared de ladrillos. Este problema se agravó cuando los aviones dejaron de utilizar hélices y empezaron a utilizar motores a reacción. Incluso durante la Segunda Guerra Mundial algunos aviones cohete alemanes se aproximaron a esta velocidad, pero ninguno pudo acreditarla lo suficiente.
La explicación científica de esta barrera es que al ir acelerando el avión en medio del aire, las moléculas de éste se van comprimiendo delante de él, llegando a formar una auténtica pared que hay que romper para poder seguir acelerando. De ahí el estampido que se oye al rebasarse esta velocidad y que se creía que era infranqueable.
El gobierno británico de la época inició los esfuerzos para conseguir un avión capaz de rebasar esta velocidad, pero los problemas económicos les ralentizaron demasiado. Y al compartir con el ejército norteamericano los datos de sus experimentos les pusieron en bandeja de plata la tecnología necesaria para alcanzar ese récord.
Bell X-1, técnicamente una bala con alas pilotada por un valiente
El diseño del Bell X-1 era bastante sencillo en su concepto. Como se sabía que las balas eran capaces de rebasar con creces la velocidad del sonido, la forma del avión tenía que ser muy similar. Tanto que hay quien afirma que la silueta es copia de la forma de una bala del calibre 50. Lo siguiente era alojar al piloto en una minúscula cabina en el morro del fuselaje. Esta cabina permitía ver al piloto a través de una zona acristalada, pero ten pequeña y oblicua que casi era imposible ver nada a través de ella.
El motor utilizado era un cohete de cuatro cámaras alimentado por combustible líquido. Etanol disuelto en agua y oxígeno líquido se combinaban en la cámara de combustión para conseguir el empuje necesario para que el proyectil alcanzase el Mach 1 o más. Estos 600 galones de combustible realmente no daban más que para volar unos pocos minutos, así que el Bell X-1 no era capaz de despegar por sus propios medios. La solución fue situar el avión literalmente colgado de la panza de un bombardero B-29 que era el encargado de subirlo hasta la altitud de vuelo. En ese punto el avión supersónico se soltaba del avión nodriza y empezaba su vuelo.
Chuck Yeager, el mejor piloto para este tipo de pruebas
El coronel Chuck Yeager era una de esas personas que nacen con un don para volar. Con sólo 18 años se enroló en el Ejercito para participar como piloto en la Segunda Guerra Mundial. En ese periodo realizó 64 misiones y consiguió 13,5 victorias (aviones derribados). Yeager contaba a su favor con una excelente vista, que le permitía acertar a un blanco al doble de distancia que los otros pilotos. Incluso llegó a conseguir una marca poco habitual, derribando cinco aviones enemigos en un sólo día.
Pero la guerra terminó y el entonces Capitán Yeager se enroló como piloto de pruebas para el ejercito. Su habilidad y sensibilidad a los mandos le permitió probar numerosos aviones capturados al enemigo y acumular horas de vuelo en condiciones extremas.
Con este historial su fichaje por el programa de vuelo supersónico que se estaba llevando a cabo en la base de Edwards (California) era cuestión de tiempo.
Poco a poco hasta conseguir el Mach 1
El plan de los ingenieros era ir paso a paso, con vuelos cada vez más cercanos al Mach 1 hasta estar preparados para rebasar la barrera del sonido. Pero Chuck Yeager no parecía estar por la labor y ya el primer vuelo alcanzó el Mach 0,85.
En su biografía Yeager comenta que cuando se subió por primera vez en el Bell X-1 y fue lanzado desde el B-29 a 40.000 pies pensó que si tenía que morir en el intento aquel día era tan bueno como otro. Lo siguiente fue poner en marcha los cohetes de su avión y volar a toda velocidad a 35.000 pies de altura por el cielo del desierto.
Ese día alcanzó el Mach 0,85, objetivo conseguido, pero cuando el avión estaba a solo 300 pies de altura volvió a encender los cohetes y alcanzó el Mach 0,82. Cuando finalmente aterrizó el más alto cargo de la base le dijo que o se ceñía al programa establecido o sería el último vuelo que diera en el programa. A partir de ese día los vuelos se sucedieron tal cual los ingenieros esperaban.
Yeager volaba cada vez un poco más rápido y los ingenieros iban corrigiendo poco a poco los problemas que iban surgiendo. Así llegó la víspera del vuelo en el que por fin se iba a intentar rebasar la barrera del sonido.
La tarde antes Chuck Yeager y su mujer Glennis Yeager (cuyo nombre iba rotulado en todos los aviones de Yeager, incluso en el Bell X-1) salieron a dar un paseo hasta el bar Pancho, el único que había por la zona y que utilizaban todos los pilotos como punto de reunión. En el bar, tras comer, alquilaron un par de caballos y se fueron a dar una vuelta por el desierto. Por desgracia, la puesta de sol no permitió que Yeager viera una valla en medio de su camino que si que vio el caballo.
Al parar en seco lanzó al piloto por los aires y al caer del caballo se fracturó dos costillas. Pero no se informó de este accidente a los miembros del programa, sino que el piloto acudió a un médico local que lo vendó para que volviera a la base.
El único que estaba al tanto de la lesión de Yeager, además de su mujer, fue su amigo el ingeniero Jack Ridley. Y se enteró porque Yeager se dio cuenta de que herido como estaba no podría hacer la fuerza necesaria para cerrar la escotilla del Bell X-1. Así que le pidió ayuda para que nadie se diera cuenta de su lesión. La solución fue tan sencilla como rústica, ya que Ridley le proporcionó a Yeager un pedazo del palo de una escoba para que lo utilizara de palanca. El avión más avanzado de la época incluyó en su cabina un pedazo de madera en el vuelo más importante del momento.
La mañana siguiente el vuelo se desarrolló sin problemas. Chuck Yeager se subió al Bell X-1, fue lanzado a 40.000 pies de altura, encendió los cohetes en la secuencia establecida y fue aproximándose poco a poco al Mach 1. Conforme se acercaba a la velocidad máxima la turbulencia se iba haciendo más fuerte, hasta que la aguja del instrumento que medía la velocidad fluctuó y rebasó el Mach 1. Alguien en su despacho había diseñado el instrumento para que llegara hasta sólo Mach 1,1, así que la aguja se fue al fondo de la escala y se quedó allí pegada mientras duró el vuelo supersónico. De repente las vibraciones y turbulencias habían cesado y según palabras de Yeager el avión se pilotaba suave como la seda.
Chuck Yeager había rebasado la barrera del sonido alcanzando el Mach 1,2 y era el primer ser humano en poder contarlo. Aunque como se trataba de un avance tecnológico ligado al esfuerzo bélico no se pudo hacer público este logro hasta un tiempo después. Yeager permaneció unos años más como piloto de pruebas, llegando a alcanzar el Mach 2,44 en 1953. Incluso participó en la Guerra de Corea como piloto en activo. Años más tarde también participó en el equipo que preparó a los astronautas norteamericanos de los proyectos Mercury, Gemini y Apollo.
Cuando Chuck Yeager se retiró como Brigadier General acumulaba más de 10.000 horas de vuelo en 155 aviones diferentes, un récord difícilmente superable.
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