Durante la mañana del domingo sucedió algo inusual. Una deportista amateur obtuvo una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Lo hizo en ciclismo, disciplina que hasta Atlanta 1996 vetó a los profesionales. Y lo hizo de un modo muy singular: escapándose en el kilómetro 0 y sosteniendo su ventaja con el pelotón durante todo el recorrido, ante las mejores corredoras del mundo. La vencedora, la austriaca Anna Kiesenhofer, es una de las grandes historias de Tokio 2020.
Pero hay más.
Los hechos. Kiesenhofer atacó junto a otras corredoras menores en la tradicional fuga de la jornada. En el 99% de las ocasiones estas escapadas, compuestas por ciclistas que de otro modo jamás aparecerían en las posiciones delanteras, son neutralizadas en la recta final del recorrido. No tienen ninguna posibilidad una vez las grandes favoritas arrancan. Kiesenhofer se benefició de dos hechos: al ser amateur era poco conocida entre sus rivales; y al disputarse la prueba sin radio, sin pinganillo, la información de carrera era deficiente.
El ridículo. Comienza nada más cruzarse la línea de llegada. Una imagen vale más que mil palabras: minuto y medio después de que Kiesenhofer se adjudicara el oro, Annemiek van Vleuten, la mejor ciclista del mundo y una de las más exitosas de todos los tiempos, levanta los brazos al paso por meta. Creía que había ganado. La foto es histórica y sintetiza un ridículo, el de Países Bajos. Ni ella ni su compañera Van der Breggen sabían que Kiesenhofer seguía por delante, que no había sido neutralizada.
El problema. Sucede que el COI veta el uso de pinganillos en la carrera. Por lo que las ciclistas tienen que utilizar otros instrumentos para saber qué está sucediendo. Estas herramientas suelen consistir en pizarras (tradicionales), pistas visuales (el coche de dirección de carrera por detrás del pelotón es una señal clara de que la escapada sigue viva) y comunicativas (los directores, desde los coches, sí saben lo que está pasando). Países Bajos no pudo o no supo utilizar ninguno de ellos.
En meta, Van Vleuten y Van der Breggen se mostrarían contrariadas. Una vez alcanzaron a Plichta y Saphira (las dos compañeras de fuga de la austriaca) creían que no quedaba nadie por delante. En meta, su compañera Vos sí admitiría estar al tanto de la situación, pero también equivocadamente (creía que tenía 1' de ventaja, no 4' a falta de apenas 10 kilómetros). Una gigantesca confusión que impidió a Van Vleuten ganar la carrera. Si hubiera sabido de Kiesenhofer quizá hubiera arrancado antes, neutralizando su ventaja (es capaz de ello).
So this looks like a motorbike showing the time gaps to the favourites group with 15km to go (17km for this group). [Thanks to @wojtekk_b for pointing me to this point.]
— Paweł Gadzała (@8aldwin) July 25, 2021
Surely the board would have shown them that there is a lone rider up front followed by 2 chasers? #Tokyo2020 pic.twitter.com/x6BosQLrfU
La polémica. El asunto ha espoleado toda suerte de artículos e hilos inspiracionales sobre Kiesenhofer pero también un debate sobre la necesidad de correr con o sin pinganillo. "Los corredores participan en 70 carreras al año con radio, y luego, un día y por arte de magia, desaparecen. Y tienen que leer pizarras a cien metros de una motocicleta mientras sus pulsaciones están al máximo. ¿Qué podría fallar?", escribiría Jonathan Vaughters, ex-ciclista y actual director de EF, uno de los mayores equipos profesionales del pelotón masculino.
El debate lleva años rondando el ciclismo. Figuras como Indurain se han mostrado favorables al uso de toda nueva tecnología. Los directores y los equipos los juzgan indispensables para realizar su trabajo (ordenando al equipo, transmitiendo órdenes, socorriendo a sus corredores). Otros corredores en activo, como Romain Bardet, recogen la visión de muchos aficionados: "El mundo sin pinganillos sería mejor (...) [los ciclistas] aumentarían su sentido táctico y estarían más atentos. Se elevaría al ciclista como deportista si no tuviera información".
En meta. Van Vleuten, de algún modo, justificó su derrota a través del pinganillo: "Lo resume todo muy bien que tras cruzar la meta estuviéramos preguntándonos las unas a las otras quién había ganado (...) En la carrera más importante del año no tienes permitido correr con comunicación, cosa que habitualmente hacemos. Debería hacer las carreras más interesantes pero las hace más confusas". A lo que Van der Breggen añadió: "Realmente no conocía a Kiesenhofer. La infraestimamos".
¿Es así? Es tentador caer en la versión de las holandesas. Pero hay otra forma de verlo. Longo Borghini, italiana y medalla de bronce, entró exultante en meta muy conocedora de su logro: "Cuando atrapamos a dos corredoras... Supe que quedaba una por delante". Lotte Kopecky, belga y cuarta, también lo sabía. Vos, como hemos visto más arriba, también. Incluso la seleccionadora holandesa, Loes Gunnewijk, lo sabía. Fue un fallo de comunicación por parte de Países Bajos (o una mezcla de sobreconfianza y no estar atentas a cuántas escapadas habían absorbido).
El mérito. Queda para Kiesenhofer, en una de las historias más alucinantes de Tokio 2020. Algunos hilos viralizados insisten en que era una total desconocida, cosa que no es cierto (acreditaba buenos puestos en carreras femeninas importantes, como en Ardéche), pero que tampoco ensombrece su logro: no es profesional, tiene un doctorado en Matemáticas y es profesora en la Universidad de Lausanne. Totalmente autodidacta en sus preparación, se escapó en el kilómetro 0 y llegó sola.
En unos Juegos. Frente a las mejores de siempre. Con o sin radio.