El 31 de Octubre se cumplen 100 años de la muerte de Egon Schiele, un pintor único, un maestro del dibujo, un artista irrepetible. Murió tres días después de que su esposa Edith, embarazada de seis meses, falleciera como él de fiebre española. Aquel último día de Octubre, en el que Martha Fein lo retrata en su lecho de muerte, y Anton Sanding toma su máscara mortuoria, Egon declara: "Después de mi muerte, tarde o temprano, la gente me ensalzará y admirará mi arte".
El día 3 de noviembre se produce su entierro en una tumba que le dedica la ciudad de Viena en el cementerio de Obert St Veit. El legado cultural que dejó lo componen unas trescientas cincuenta pinturas al óleo y casi tres mil dibujos y acuarelas.
Schiele despierta hoy en día y en todo el mundo, una admiración que hasta no hace mucho era impensable. En el documental que aún puede verse de Arte Tv, Elisabeth Leopold cuenta como su marido, Rudolph Leopold, era considerado prácticamente un chiflado por coleccionar a Schiele. Hoy su obra conforma el Museo Leopold dedicado casi en exclusiva al artista vienés.
Las exposiciones de su obra, creada en muy poco tiempo, a penas 10 años, se convierten en acontecimientos mediáticos y el precio de sus creaciones se dispara. El interés por Egon Schiele es fruto de numerosas cuestiones: la personalidad del artista y su infatigable dedicación a sí mismo, las arrebatadoras representaciones que realizaba sin tener en cuenta ni convenciones sociales ni tabúes, la estética cautivadora, que se sitúa entre la expresión, la escenificación performativa y la búsqueda de la identidad física. Flores, cuerpos y casas, todo era representado con la misma intensidad. Para Egon Schiele todo es cuerpo.
Sus cuadros ejercen sobre quienes los miran, una atracción mágica e invitan a explorarlos y a explorarnos. Los retratos de él mismo demacrado, la tensión en los músculos de sus desnudos, los ojos desorbitados. En su obra no solo se puede reconocer a un hombre agitado que sufre sino también, a un rebelde que disfruta presentándose a si mismo en escena y cuyo arte es mucho más que la expresión del alma atormentada.
La obra de Schiele ha sido calificada de pornográfica, llegó a estar en la cárcel por el contenido explícito de algunos de sus dibujos y el año del centenario de su muerte no ha sido una excepción. Todo Viena se volcó en defender la libertad de la obra de Schiele con una gran campaña en los medios y redes sociales con hastags como #sorrybutnotsorry #toartitafreedom
Sin embargo, si miramos con detenimiento sus obras, lo sexual acaba casi siempre desplazado. Es el caso de la obra, Joven desnuda en ropa ocre, 1911.
Estas representaciones de Schiele no tienen un efecto pornográfico, ya que no plantean la sexualidad como espectáculo, su intención no es excitar al espectador, de hecho este tipo de obras de Egon Schiele, resultan repelentes incluso. El tema es el individuo, no la satisfacción sexual: Schiele se defendió toda su vida contra la fama de pornógrafo y a este respecto llegó a afirmar: “también la obra de arte erótica contiene santidad”.
Los temas que Schiele trata en su obra tiene profundas raíces históricas y aún así, resultan sorprendentemente actuales. La obra del artista vienés fue marginal durante años, el anti-heroe de entonces es la superestrella de hoy.
Todo ello apunta en última instancia a la permanente actualidad de Schiele, al carácter existencial y la singularidad de un arte que oscila entre melancolía y provocación, al que la Historia del Arte rinde tributo por su impulso creativo, la impresionante seguridad del dibujante y la audacia del colorista. Cien años después de su muerte se siguen descubriendo nuevas facetas, que convierten al artista y a su trabajo en imprescindible.
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