¿Es bueno ser hijo único o eso solo te convierte en un pequeño tirano narcisista y consentido? ¿Tener varios hijos es algo sensato o es más propio de padres irresponsables que, reconozcámoslo, no van a poder atenderlos como es necesario?
En los últimos días, ha circulado mucho un estudio que explicaba que los hijos únicos son, por decirlo de forma políticamente correcta, distintos. Lo que no está claro es si serlo es mejor o peor que tener hermanos. Es decir, y por hablar en plata, si nuestros padres fueron una panda de inconscientes (en un sentido o en otro). Ha llegado el momento de ajustar cuentas con nuestros progenitores.
Sí, las hay. Y en esto, la investigación es bastante consistente. En general, los hijos únicos suelen estar más comprometidos, ser más inteligentes y más creativos. Además suelen tener relaciones más positivas con sus padres y menos problemas en la escuela. Por el contrario, los hijos múltiples suelen ser menos dependientes, menos egoístas y tener mejores habilidades sociales.
Hay cierto consenso entre los investigadores en que las diferencias más significativas se dan en tres ámbitos fundamentales: creatividad e inteligencia (donde sobresalen los hijos únicos) y personalidad (donde los hijos múltiples suelen 'ganar' por goleada). Sin embargo, estos datos tenemos que entenderlos en su contexto. Un contexto más complejo de lo que puede parecer y que depende, críticamente, de cómo se desarrollan los niños.
Cuando nos enfrentamos a este problema lo que tenemos que explicar es por qué el hecho de tener hermanos cambia la personalidad de los niños. Esto es importante porque las diferencias entre hijos no se da entre primogénitos y el resto, sino entre hijos únicos e hijos múltiples. La clave, según aparece en la literatura, está sobre todo en los factores socio-educativos que modulan las disposiciones genéticas de partida.
Las familias no pintan casi nada en el desarrollo de sus hijos
A ver, seamos sinceros: más allá de la genética (que no es poco), los padres influyen muy poco en el desarrollo de la personalidad los niños. Sí, sé que el "mito de la educación" (the nurture assuption) como la llama Judith Harris tiene mucho peso, pero los datos son consistentes y tozudos: la familia no tiene mucho impacto en esos temas.
Con todas las matizaciones que queramos ponerle a esta idea, los hijos se parecen a los padres porque crecen en un "entorno de socialización grupal" parecido: no porque los padres tengan una especial ascendencia educativa sobre ellos. De hecho, cuando el ascensor social funciona, las diferencias entre hijos y padres aumentan. Sé que suena contraintuitivo: aquí podéis ver un resumen (algo desactualizado) de toda la evidencia disponible en este sentido.
Repito que esto no conlleva negar la influencia de los padres en sus hijos: conlleva fijarnos en los factores que realmente inciden sobre las predisposiciones genéticas. Es decir, ¡claro que puedes hacer que tus hijos sean buena gente! Pero el primer paso es buscar un entorno de socialización (una escuela, unos amigos, unas aficiones) que "genere buena gente". Sea lo que sea eso.
Esta realidad tan contraintuitiva hace que debamos poner en tela de juicio la investigación que disponemos sobre los hijos únicos. No sorprenderá a nadie que este tema haya preocupado especialmente a los científicos educativos y sociólogos de lugares donde el cambio demográfico está en marcha. Es decir, donde los entornos de socialización están cambiado y adaptándose a esa nueva realidad.
El mejor ejemplo de esto es China. Desde 1978 hasta hace prácticamente dos días, el Gobierno asiáticos ejerció un control de natalidad muy intenso sobre sus ciudadanos. Por necesaria que fuera, no deja de ser cierto que la política del hijo único cayó como una bomba en una sociedad que, pese a las décadas de maoísmo, tradicionalmente había girado en torno al concepto de familia (un concepto de familia más "cercano", si me apuráis, a la familia agnaticia romana que a la familia nuclear occidental).
El hijo único no sólo suponía un problema social de primer orden, sino que era una fuente de incógnitas y preocupaciones: ¿Qué les iba a ocurrir a esos millones de jóvenes chinos que nacían sin hermanos? ¿Qué suponía el desmembramiento de la estructura pseudoconfuciona tradicional a nivel social? De esta forma, en pleno siglo XX tuvimos lo que se denomina un experimento natural: un enorme conjunto de la población de la Tierra que iba a empezar a tener solo un hijo.
¿Serían distintos?
Tanto es así que el grueso de investigación que tenemos sobre el asunto, proviene de allí y de los años 80 (cuando la preocupación fue más grande). El resto de investigación también tiene cosas en común con esto: suele provenir de momentos históricos en los que el cambio demográfico se está produciendo sea en países enteros o en comunidades concretas. Es decir, la mayor parte de datos no nos valen porque fallan en controla el factor determinante: el entorno de socialización grupal.
A veces pensamos que las desigualdades sociales se perpetúan por problemas de confianza o de recursos. Eso nos lleva a creer que igualando las oportunidades la desigualdad social tiende a desaparecer. Pero el problema es mucho más complejo que todo eso: nuestro entorno de socialización se convierte también en una trampa aspiracional; esto es, define lo que podemos ser.
No deja de ser un poco presuntuoso pensar que la "trampa aspiracional" actúa sólo sobre los niños y que no moldea el modelo de familia al que aspiran los propios padres. Es decir, excluyendo el muy excepcional gran laboratorio social chino (donde sabemos que la política de hijo único fue el factor clave en el cambio socioeducativo), todo indica que la extensión del hijo único y ciertas características personales no son causas la una de la otra, sino efectos de causas más profundas relacionadas con la transición demográfica, la desaparición de la familia y los cambios institucionales en el mercado de trabajo. Y, sobre todo, de cómo nuestros mecanismos psicológicos se adaptan a ellos.
¿Es mejor o peor ser hijo único? Me temo que es lo que hay. EL resultado de la adaptación al entorno social y económico. Poco más. Para bien y para mal.
Imagen: Josh Applegate/Unsplash
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