Durante milenios, la humanidad había utilizando un sencillo truco para caminar sin estamparse con los elementos: mirar hacia adelante. Esta vieja máxima ha pasado a mejor vida durante los últimos años. La popularización de los smartphones ha llenado las calles de personas absortas en sus pantallas, deambulando por las ciudades sin prestar demasiada atención a su alrededor. Ninguno estamos absueltos del pecado. Tú has sido una de esas personas; yo lo he sido; todos lo hemos sido.
Y sí. Eso nos ha convertido en lo peor. Lo sabe incluso la ciencia.
Conocimiento. Dado que no hay área del conocimiento que la ciencia no haya investigado hasta sus últimas consecuencias, el número de trabajos dedicados al modo en que caminamos por la calle, o mejor dicho, a cómo miles de individuos sincronizan sus movimientos de forma subconsciente para facilitar el paso de unos y otros, es bastante elevado. Hay dos grandes hipótesis: por un lado, la "anticipación mutua"; por otro, el "alineamiento" con los líderes más rápidos del grupo.
Cómo funciona. La primera teoría apunta a una serie de decisiones subconscientes y comunicación no verbal. Al caminar por la calle prevemos los movimientos del resto de viandantes (miradas fugaces, pistas corporales) y adaptamos nuestro camino para evitar la colisión (esos pequeños segundos de impás en los que optamos por movernos hacia la izquierda o hacia la derecha). Lo hacemos constantemente y al unísono, lo que facilita un movimiento fluido, en una suerte de inteligencia colectiva.
La segunda, desarrollada con algo más de detalle en este estudio, habla de la "atracción". Cuando andamos en grupo tendemos a localizar a los individuos más rápidos y a adaptarnos a su ritmo y a su dirección. Buscamos líderes para abrirnos paso entre la multitud. Es una idea que también se ha extendido al reino animal, un alineamiento del ritmo. Otros trabajos han explicado ambos mecanismos bajo la idea de una "fuerza repulsiva", al modo electroestático, que nos impulsa a cambiar de dirección cuando nos acercamos demasiado a alguien (evitando el contacto).
El problema. ¿Pero qué sucede con este refinado mecanismo cuando introducimos la variable "smartphone"? Es lo que ha querido averiguar un grupo de expertos de la Universidad de Tokio. Sus resultados, recopilados en esta investigación, son ilustrativos. El trabajo experimentó a pie de calle con 27 voluntarios. La mitad de ellos recibieron sombreros amarillos; la otra mitad, rojos. Los autores simularon varias situaciones en las que ambos grupos se encontraban frente a frente y grabaron su comportamiento en un plano cenital para ver cómo resolvían cada problema.
Sin líder. Cuando ninguno de los participantes miraba su teléfono móvil al caminar los dos grupos se comportaban de la forma prevista: las personas al frente de cada uno de ellos, los líderes, elegían distintos caminos para sortear los obstáculos humanos y el resto de compañeros de grupo seguían sus pasos. Anticipación, atracción, alineamiento, etcétera. La clave aquí reside en los líderes. Cuando entramos en una gran aglomeración (concierto) alguien lleva la batuta y abre paso; los demás le siguen.
"Yo trato de predecir dónde estarás en el futuro y tú tratas de predecir dónde estaré yo en el futuro", explica uno de los autores en Wired, "y ese mecanismo es lo que permite tener este tipo de formación colectiva". Sucede que todo este sistema se va al traste cuando ese líder tiene camina mirando a su pantalla. Atentos a otras cuestiones, nuestra lectura de la situación desaparece. En lugar de buscar un camino eficiente hacia el final de la aglomeración deambulamos entre la masa.
Rompiendo todo. Esto nos hace más proclives al choque, despistando a los compañeros que caminan en nuestra dirección atados a nuestra estela. Es ahí cuando la coreografía colectiva se rompe y comienza un errático baile: las personas atentas a su entorno tratan de predecir nuestros movimientos, pero al estar mirando al móvil no somos capaces de calcular los suyos. Confusión, contacto, enfado. Miles de años de lecturas no verbales y finos análisis subconscientes tirados por el retrete.
Los ritmos. El trabajo es interesante porque arroja luz sobre las dinámicas que vertebran el ajetreo diario de las masas, tanto en las grandes ciudades como en eventos multitudinarios como el hajj. Un ajetreo que no es monocorde y que cambia en función de la cultura de cada país o gran urbe: sabemos que no en todas partes se camina a la misma velocidad y que los patrones de movimiento colectivo (la etiqueta por la que nos leemos los unos a los otros en la calle) son distintos en Singapur o París. Todas ellas tienen algo en común: quienes miran al móvil lo rompen todo.
Imagen: Universidad de Tokio
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