Se espera que alrededor del 70% de la población mundial viva en áreas urbanas para 2050. A causa de la falta de espacio, las ciudades también han comenzado a expandirse no sólo en anchura, sino en altura. La ciudad de Shenzhen, en el sur de China, por ejemplo, construyó 14 nuevos rascacielos sólo en 2018. Algunos estudios creen que esto podría aumentar el llamado "efecto de isla urbana", un fenómeno por el cual las ciudades suelen ser algunos grados más cálidas que las áreas rurales circundantes.
Comprender cómo los edificios altos alteran la meteorología de las áreas urbanas y contribuyen a la contaminación y calidad del aire es cada vez más importante.
¿Más altos mejor? En realidad, la búsqueda de espacios de vida tan elevados sigue la estela del pensamiento convencional de que es más sostenible para las ciudades construir que reconstruir. Hemos hablado de esta idea en Magnet. Un razonamiento que se sostiene en que las ciudades compactas y de gran altura son la antítesis de la expansión urbana y, en teoría, limitan la huella de carbono del entorno construido en parte porque pueden albergar a más personas en menos estructuras.
Algo que tiene sentido dado que los edificios representan más de la mitad de las emisiones de una ciudad. Y vivir en una urbe densa también es mucho menos intensivo en energía, por persona, que la vida rural dispersa.
No, sin altura. Pero varios estudios sugieren que, si bien la densidad es realmente necesaria para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero de una población en crecimiento, la altura no lo es. De hecho, una ciudad densamente poblada de edificios bajos, como puede ser el centro de París, donde los edificios generalmente se mantienen por debajo de las 10 plantas, puede ser el mejor tipo de entorno urbano para frenar estas emisiones de carbono, incluso si usan más terreno que uno lleno de rascacielos y que da cabida al mismo número de personas.
A la hora de construir. Esta investigación, por ejemplo, indaga en que todo cambia cuando se tienen en cuenta las emisiones generadas durante todo el ciclo de vida del entorno construido de una ciudad, incluida la fabricación de materiales de construcción y la deconstrucción de edificios antiguos, no solo lo que se produce para mantener las luces encendidas. Es decir, que tan pronto como comienzas a construir más alto, necesitas más materiales, que a su vez involucran más carbono incorporado u oculto.
También existen limitaciones en cuanto a la densidad con la que los desarrolladores pueden empaquetar de manera realista los rascacielos y la cantidad de personas que pueden albergar esos edificios, lo que afecta tanto el uso del suelo como la eficiencia. Los rascacielos requieren grandes espacios entre edificios de tamaño similar y, a medida que crecen, el espacio utilizable en cada piso disminuye.
La comparación en ciudades. Para analizar las emisiones del ciclo de vida completo de varios entornos urbanos, los investigadores de la Universidad Napier de Edimburgo simularon 5.000 entornos construidos de diferentes tamaños de población y disponibilidad de superficie terrestre. Luego clasificaron cada uno en una de cuatro tipologías urbanas: entornos de alta y baja densidad con edificios de gran altura o de poca altura. Para simular cómo esos entornos podrían formarse de manera realista, los modelos se basaron en datos del mundo real de diferentes ciudades del Reino Unido y Europa, incluidas Londres, Berlín, Oslo y Viena.
Al comparar estas ciudades, concluyeron que para todos los tamaños de población (que van de 20.000 a 50.000), las emisiones de carbono durante toda la vida aumentan junto con la altura del edificio, independientemente de la cantidad de tierra necesaria. Las ciudades de gran densidad y gran altura también resultaron en las mayores emisiones de carbono en comparación con los otros tres modelos. Para que os hagáis una idea: para una ciudad que alberga a 20.000 personas, pasar de edificios bajos a edificios altos sin cambiar la densidad da como resultado un 140% más de emisiones de carbono. Para una ciudad de 50.000 habitantes, un 132%.
El problema de los rascacielos. La conclusión aquí no debería ser que los rascacielos son malos, explican los investigadores. Pero que hay que considerarlos como la solución a nuestra actual crisis climática. De hecho, el debate en sí no es nuevo. Si bien los expertos normalmente están de acuerdo en que la expansión urbana descontrolada es perjudicial para el medio ambiente, los impactos negativos de los edificios gigantescos, que acumulan cantidades masivas de energía (exigen aún más energía para funcionar que las estructuras pequeñas), son un problema.
Otro informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas señalaba la geometría urbana de las ciudades como uno de los tres factores principales que contribuyen al efecto de isla de calor urbano: los edificios altos colocados muy cerca tienden a atrapar el calor y reducir la ventilación natural.
Imagen: Unsplash
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