Aulas sí, saunas no. Así de claro lo tienen desde el AMPA sevillano, que han salido a protestar de nuevo ahora que se han retomado las clases… en septiembre. El calor ya no es cosa del verano, de los últimos días de curso escolar en junio. El inicio de las clases también pueden convertirse en un infierno. Según han denunciado, en pleno 20 de septiembre los alumnos debían dar clase a 39 grados en las aulas sin sistemas para paliar efectivamente las altas temperaturas.
Sevilla es, como sabemos, uno de los territorios más extremos en cuanto a temperaturas, pero llevamos viendo críticas similares en otras regiones. Hace dos años la Comunidad de Madrid tuvo que activar el plan de vigilancia de calor en junio, siendo la primera vez que lo hacía sin que hubiese llegado aún el verano.
Esta es la única verdad, @EducaAnd: Niños y docentes a 33º en las aulas sufriendo la mala gestión de Susana Díaz. En dos años, habéis dejado 150 millones sin gastar en inversiones educativas. ¿Cuántas aulas se podrían haber climatizado? #AulasSíSaunasNo
— Juanma Moreno (@JuanMa_Moreno) 25 de septiembre de 2018
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Lipotimias u ojos irritados: las opciones para los niños sevillanos
La contienda es la siguiente: padres y profesores piden a las consejerías que, como medida urgente, se acorten o se suspendan las clases en los días más calurosos, y que después se planteen poner aire acondicionado en los centros educativos, tal y como recoge el Decreto de Prevención de Riesgos Laborales vigente: en teoría en el territorio español ninguna actividad que se realice de forma sedentaria debería hacerse a temperaturas superiores a los 27 grados. Los niños, además, son un grupo especialmente protegido y más propenso a tener problemas de salud como consecuencia del calor extremo, y pese a ello sus centros públicos, a diferencia de oficinas, son de los menos protegidos de estas inclemencias climáticas.
Una maestra hospitalizada por un golpe de calor, AMPAs comprando ventiladores para las aulas. Tenemos alerta amarilla, ¿qué más tiene que pasar para que Susana Díaz cumpla con la Ley de Bioclimatización? Díaz demuestra una vez más su incapacidad de gestión.#UnFuturoparaEducación pic.twitter.com/n5iG0OKN1a
— Juanma Moreno (@JuanMa_Moreno) 25 de septiembre de 2018
La respuesta de los responsables ha sido decir que naranjas de la China. La exconsejera andaluza de Educación dijo que el aire acondicionado "no es una solución", que como sólo hace calor en verano y entonces no se da clase "no es necesario" instalar equipos de refrigeración. En Madrid el consejero de Sanidad, ante las mismas demandas, dijo que el aire “podría irritar los ojos” de los niños, y que mucho mejor hacer abanicos de papel y dárselos a los niños.
Es cierto que estos aparatos pueden ayudar a transmitir enfermedades o a irritar el cuerpo de los niños, pero es normal que los padres pidan el aire acondicionado, ya que los programas de actuaciones aplicados hasta ahora han resultado ineficaces, con niños sufriendo lipotimias y golpes de calor y otros teniendo que ser desalojados de urgencia. Aunque los políticos no lo han llegado a decir, sabemos que implantar todo un sistema de climatización en todos los centros escolares autonómicos, más las facturas mensuales energéticas, es un gasto que nadie quiere asumir. De ahí la tensión.
Planes de futuro: el calor que hará en España
Y lo primero que pensamos es que, si ya se está pasando calor en septiembre, es cuestión de tiempo que el cambio climático mundial empeore y extienda la situación a otros meses. Aquí conviene dejar claros algunos puntos. Si muchos de nosotros tenemos la sensación de que hace mucho más calor en época estival que hace unas décadas es porque los años 70 y 80 en España fueron especialmente fríos. Nuestros abuelos vivieron casi el mismo calor que estamos sufriendo ahora: desde 1903 en Sevilla o Madrid la temperatura veraniega ha ascendido 2.7 y 3.4 grados respectivamente.
Si se nos dice que de aquí a 2050 la temperatura media de la Tierra va a subir dos grados, no parece que haya que preocuparse mucho más, ¿no? No, porque ese es un aumento medio del agua, y el agua tiene un calor específico muy alto. La sensación que viviremos será mayor, y como decía Julio Díaz, experto bioestadista de la Escuela Nacional de Sanidad, la media veraniega de Madrid pasará de los 28.8 grados actuales a 36. Habrá días muy muy insoportables en las zonas más calurosas de nuestro país.
Pero, por otra parte, poner aire acondicionado puede ser una forma de comprar el pan para hoy y el hambre para mañana. En España, como en otros muchos países europeos (que cada vez tendrán que preocuparse más por este asunto) la construcción de los centros educativos, como otro tipo de edificios, no ha tenido en cuenta materiales ni diseño que protejan del calor extremo.
Adaptar el medio o adaptarnos al medio: la subjetividad del calor
Instalar aire acondicionado es amoldar el medio a nosotros mismos, en lugar de hacer el camino inverso, y esto tiene un coste medioambiental y humano. Si muchos de nuestros abuelos de las zonas más calurosas de la península practicaban una siesta que rompía la actividad diaria en las horas de máximo calor, ¿por qué no podríamos hacerlo nosotros? ¿Qué le inculcamos a los niños si les metemos en un centro a trabajar 8-10 horas al día sin descanso pese a que el medio externo no funciona a ese mismo ritmo?
Además, el aire acondicionado tiene mucho de necesidad pero también de opción y elección. Estados Unidos es un país adicto al uso de estos aparatos, y es la segunda nación más contaminante del mundo: a día de hoy el consumo energético a nivel planetario asociado a la del propio al aire acondicionado convencional se estima entre un 25 y un 35% del total. Si países como Brasil o la India se decidiesen a enchufar el aire como los americanos, el cambio climático se aceleraría mucho.
En la India, por cierto, sufren sensaciones térmicas mayores que en Estados Unidos (mismo calor, mayor humedad), pero trabajan sin tantos aparatos. Los municipios se preocupan de reponer los materiales de construcción de edificios, facilitan zonas urbanas protegidas para trabajadores al aire libre e incluso hay ciudades donde se ofrece agua gratuita a los transeúntes. Eso sí, las incidencias sanitarias son muchísimo mayores. Lipotimias, nauseas, vómitos e incluso infartos como consecuencia del calor son parte del paisaje familiar. La gente trabaja peor y se muere como consecuencia del calor.
Hay teorías que dicen que puede jugarse con los umbrales de confort térmico. Que podemos acostumbrarnos a estos aparatos, haciéndonos más vulnerables al tiempo real. Al cabo de unas semanas expuestos a un clima más cálido el cuerpo humano se acostumbra: nuestros niveles de agua y sal en el torrente sanguíneo se equilibran para permitir una mayor refrigeración, los vasos sanguíneos se alteran para obtener más aire a través de la piel, y así sucesivamente. Los atletas usan este proceso cuando se preparan para pruebas atléticas en zonas más calurosas que las que están acostumbrados.
Por otra parte, el mito tiene algo de verdad: el calor nos hace menos productivos. También a los estudiantes, que sacan peores notas, sobre todo cuando hay aumentos de temperatura con respecto al clima acostumbrado.
En teoría, y según la Organización Internacional del Trabajo, el calor extremo le va a costar al planeta 2.000 billones de dólares en productividad de aquí a 2030. Evidentemente es del todo injusto e irracional que los trabajadores de oficinas españolas sí cuenten con aire acondicionado, que ponen siempre que haga calor, ya sea en agosto o en septiembre, y que los alumnos no puedan disfrutar de esta herramienta tan necesaria para el esfuerzo intelectual. Pero también sabemos que, si aplicásemos esta medida en todos los centros de actividades del planeta, acabaríamos con un problema muchos mejor.
Otro nuevo reto para el futuro provocado por el cambio climático que tendremos que afrontar desde ya mismo. De momento los sevillanos dicen “no” a la escuela de calor.