Primero nos toca entender qué son y de dónde vienen las clases para “niños con talento”. En los años 70 Estados Unidos se preocupó por las cifras de infrarrepresentación de sus minorías en los centros educativos con más prestigio, así como por el progresivo abandono de los niños de las clases medias y adineradas (léase, blancos) de la escuela pública.
Nacen las “gifted schools”: se inventó entonces un programa educativo público que podría matar dos pájaros de un tiro, los colegios “magnet” que poseen 13 escuelas en el país. Si estabas entre el 5 y el 8% de los alumnos más brillantes de primaria del país, optarías entrar a un colegio donde se potenciarían tus habilidades especiales, lo cuál te ayudaría a ser más listo y por ende conseguir becas en las universidades de élite. ¡Y sin tener que pagar los abusivos costes de una escuela privada!
Y primeros baches en los años 90: o como dirían, hecha la ley… Los evaluadores empezaron a notar cómo los porcentajes de niños afroamericanos e hispanos que entraban a estos programas no se correspondían, de nuevo, con la demografía local. Se cambiaron las normas: ya no valían evaluaciones cognitivas de centros privados, y las recomendaciones de los profesores del colegio anterior valdrían menos. Se cambió a un sistema de tests cognitivos anuales, algo así como una prueba de coeficiente intelectual. Los evaluadores, además, no podrían ver el nombre, la procedencia o ni tan siquiera el colegio del que proviene el alumno.
Reactivar el sueño americano: la idea estatal de fondo es, recordemos, apoyar una diversidad demográfica y un reparto más justo de oportunidades, lo que beneficiaría a la sociedad al permitir que sean verdaderamente los más talentosos, y no los mejor posicionados, los que puedan optar a una educación de calidad. Algo que repercutiría positivamente al Estado a producir trabajadores cualificados más inteligentes el día de mañana.
El capitalismo devorando a sus hijos: y así pasamos al paisaje actual, como el reportaje que acaba de publicar el Wall Street Journal donde ha descubierto que los padres de altos recursos de Nueva York le están pagando clases particulares a sus hijos de tres y cuatro años que cuestan 400 dólares la hora. El mercado ha creado esa distorsión, academias particulares muy informadas sobre el tipo de tests de los programas locales para “gifted children” y que entrenan esos pequeños cerebros para que sepan pasar todas las pruebas. Son las olimpiadas de los niños de preescolar, un intento de fabricar pequeños genios a base de talonario. FasTracKids, en Brooklyn, cobra 1.600 dólares por 14 sesiones de 90 minutos de entrenamiento grupal, y si quieres que tu hijo reciba lecciones privadas, el precio será mayor. El resultado: los evaluadores han notado un aumento de casi el doble de alumnos que saca más de un 90 en estas pruebas en menos de una década mientras que los porcentajes raciales de las escuelas para superdotados de Nueva York son de un 41% de asiáticos, 34% de blancos, 10% de hispanos y un 8% de negros, lo que no tiene nada que ver con la realidad estadística de la ciudad.
Y todo para no ofrecer tantos problemas: porque, al igual que se discutió en España cuando Esperanza Aguirre abrió su Bachillerato de la Excelencia, muchos norteamericanos notan cómo estos centros empeoran no sólo la calidad de los centros educativos normales, sino la misma percepción de esos niños, que no viven en ambientes mixtos (y a los que a veces no se juzga justamente). Mientras los alumnos que se quedan en la retaguardia se ven desmotivados para perseverar académicamente, los niños "talentosos", aunque reciben una buena educación, acaban en el futuro teniendo más problemas para tolerar la frustración y abrirse a nuevas habilidades educativas que no han entrenado previamente. Y todo eso, por no hablar de cómo se crea en ellos una confianza en sus capacidades que podrían no estar mereciendo.
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