Una versión anterior de este artículo fue publicada en 2018.
La mirada que tenemos del mundo ha sido permeada en gran medida por los cartógrafos occidentales. Fueron ellos los que establecieron el canon de la cartografía contemporánea y los que influyeron en el desarrollo de la ciencia a escala global. Sucedió en Europa, en Asia y también en América, una vez los conquistadores españoles llegaron a aquellos territorios e impusieron sus costumbres, lenguas y conocimientos.
Hace poco vimos cómo América tomó su nombre a través de un singular nombre. Tan interesante hecho no significa, sin embargo, que los pobladores indígenas de la Mesoamérica precolombina no hubieran hecho con anterioridad sus propios mapas. Estas reliquias son hoy escasas dada las dificultades de su conservación, pero las que aún perviven son auténticas joyas de la historia de los mapas. Y una de ellas, el códex Quetzalecatzin, está ya disponible en la red.
Las gracias se las debemos a la Librería del Congreso de Estados Unidos, cuya amplísima colección de manuscritos, mapas antiguos y fotografías clásicas se encuentra libre en su web. Hace unas semanas, la organización volcó para el disfrute de todos los interesados el códez Quetzalecatzin, un rarísimo ejemplo de mapa mesoamericano influenciado de forma temprana por la conquista española. Un ejemplo de cómo ambas culturas se hibridaron para siempre.
El mapa data de 1593, un siglo después de que los barcos de Colón hubieran arribado a las islas caribeñas. Para entonces, las colonias españolas se encontraban en un estadio temprano, aún por definir administrativamente, y la mezcolanza definitiva de pobladores nativos y colonos europeos se encontraba en su fase inicial. Por ello, grandes rastros de la cultura mesoamericana lograron pervivir y moldear, hasta dar forma idiosincrática e independiente, a las naciones americanas de futuro.
Pero aquella evolución llevaría siglos, y en su primer siglo colonizada, los indígenas mesoamericanos aún conservaban buena parte de su legado cultural. Durante aquellos años, las autoridades españolas asentaban las bases del gobierno administrativo de Nueva España, lo que provocó que muchas familias indígenas se lanzaran a realizar exhaustivos mapas que ilustraran las vastas posesiones controladas por su estirpe. La que muestra el códex Quetzalecatzin responde al nombre de "De León".
El mapa se realizó siguiendo las técnicas clásicas nativas, lo que lo coloca como ejemplo paradigmático de la habilidad cartográfica de los pueblos mesoamericanos. La distancia que cubre es la equivalente al norte de la actual Ciudad de México con Puebla, más de cien kilómetros, y sobre ella se representan diversas montañas, ríos, valles y las cabezas familiares del apellido. De forma ideal, el código representaba las aspiraciones territoriales de los De León, ya cristianizados, cuyo linaje se remontaba a Quetzalecatzin XI.
Quetzalecatzin XI fue uno de los monarcas más poderosos de la región un siglo atrás, alrededor de 1480. Aparece representado en el mapa con los ropajes típicos de la civilización azteca y sirve como punto inicial para el largo linaje de un siglo al que se adscribía la familia De León. Prueba de la hibridación de la cultura mesoamericana y europea es que mientras el código está escrito en nahuatl, la lengua azteca, el alfabeto empleado es latino. Del mismo modo, muchas figuras responden a nombres castellanos como Alonso o Mateo.
Esta pequeña descripción de una importante comunidad local sirve hoy como ejemplo de transición entre los manuscritos aztecas (con sus figuras perfiladas, sus topónimos jeroglíficos, su técnica pintora transmitida de generación en generación por los maestros mesoamericanos) y los colonos europeos (con sus referencias a iglesias y plazas públicas, sus nombres españoles y su alfabeto latino). En definitiva, una fotografía del México del siglo XVI en el que la fusión entre ambas culturas aún era muy temprana, pero ya irreversible.
El mapa, también hilo genealógico, es uno de los muchos sobre los que las autoridades imperiales edificarían el vasto archivo cartográfico de sus posesiones americanas. Pero de forma significativa, tenía un propósito muy político y local, y no era otro sino describir qué familias indígenas habían poseído aquellas tierras de forma secular. Su eminente pátina azteca, la clara influencia mesoamericana, le convierte hoy en un ejemplo de cartografía indígena muy excepcional. Una ciencia que, con los años, se apagaría.
Como decíamos, hay otros mapas de la época que a día de hoy representan una estupenda oportunidad para arqueólogos e historiadores a la hora de comprender el mundo mesoamericano, y cómo se adaptó a la traumática llegada de los europeos. La Librería del Congreso cuenta con varios, como este mapa de las tierras del Oztoticpac. Sin embargo, pocos son tan bellos, tienen tal cantidad de detalles y son tan coloridos como el códex Quetzalecatzin, una mirada a un periodo de histórica transición.
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