La próxima vez que veas a alguien derramando una bebida en un bar puede que estés ante un espía descodificando un mensaje encriptado. Igual suena a algo sacado de una película de James Bond pero unos investigadores de Israel han dado con una fórmula ingeniosa para usar compuestos químicos comunes como la cola para encriptar y descifrar mensajes secretos.
Hace tiempo que los espías intentan codificar los mensajes de forma más segura escondiéndolos en cosas que pasen desapercibidas, desde la tabla para escribir con cera secreta creada por Demaratus, rey de Sparta, a los “espías de zumos de limón” de la Primera Guerra Mundial, una práctica que se conoce como esteganografía.
En el caso de la tinta invisible de zumo de limón, la química es bastante sencilla. Escribe el mensaje en zumo y en cuanto se seque el texto desaparece, pero una vez calentado, los ácidos del limón reaccionan con el azúcar para caramelizarla, volviéndola marrón, et voilà, aparece el mensaje.
El equipo israelí de investigadores del Instituto Científico Weizmann ha continuado con la tradición con una reacción química lo suficientemente ingeniosa como para parecer sacada de una película de espías. Su método, publicado en la revista Nature Communications, es complejo de entender pero de fácil uso y combina encriptación, esteganografía y protección con contraseña.
Todo depende de las moléculas fluorescentes que se pueden modificar para producir diferentes ondas de luz cuando reaccionen con determinados componentes químicos. Midiendo las ondas puedes obtener el código a desencriptar para leer el mensaje. Los científicos crean en el laboratorio las moléculas que contienen el código pero los componentes químicos pueden ser productos familiares como un determinado refresco, café instantáneo o enjuague bucal.
Cómo funciona
Para codificar el mensaje tienes que usar un cifrado sencillo en el que cada letra se reemplaza por otro símbolo o por una serie de números. Si tu mensaje fuera “ábrete sésamo”, para codificar la palabra “ábrete” podrías usar:
A = 4350
B = 4650
R = 1350
E = 4050
T = 2340
E = 4050
También tendrías que asignar una onda de luz (en nanómetros, nm) a cada letra.
A = 520nm
B = 500nm
R = 320nm
E = 480nm
T = 520nm
E = 480nm
Luego pones la molécula en el componente químico que hayas elegido, como puede ser el refresco de cola, y mides la cantidad de luz que emite en cada onda (algo que se puede hacer con un dispositivo pequeño, aunque el agente 007 lo llevaría de serie en su reloj).
La fluorescencia se mide con unidades arbitrarias, por lo que para obtener los mismos números los instrumentos de codificación y descodificación tienen que estar ajustados de la misma forma, lo que le da otro nivel de seguridad. Al añadir el valor de esta medida a las cifras obtienes el código final. Si mides 689 a 500nm, añades este número a 4350, lo que da un valor final de 5039 para la letra O.
Por último, tienes que transmitir los números y la molécula fluorescente a quien quieras que lea tu mensaje. Por ejemplo, la molécula se puede crear secándola en una carta y todo lo que el receptor tendría que hacer es poner la carta en la marca correcta de refresco y medir la luz que emite para descodificar el mensaje. La encriptación es específica para el componente químico que has usado al crearla, por lo que si intentaras descodificar el mensaje usando enjuague en vez de refresco de cola, obtendrías valores incorrectos y las letras resultantes no tendrían ningún sentido.
Protección añadida
El equipo israelí también ha incluído un sistema innovador para proteger el mensaje con contraseña haciendo que la luz emitida por la molécula dependa del orden en el que añades los componentes químicos, por lo que puedes obtener una encriptación diferente añadiendo enjuague bucal y después refresco de cola y no al revés.
Puede parecer un sistema complejo, pero el equipo de investigadores lo ha probado con voluntarios sin experiencia y ha demostrado que tras unos minutos es fácil de usar.
Así que ya sabes. La próxima vez que veas a alguien derramar su café en unos papeles (sobre todo si llevan un reloj de alta tecnología encima) puede que esté descifrando un código secreto.
Mark Lorch, Profesor de Química Biológica, Universidad de Hull
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
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