Comer ternera es de pobres: mientras China aumenta su consumo de carne, occidente se pasa al veganismo

El cambio ha llegado. Según Nielsen, en Estados Unidos, y contando sólo el incremento entre enero y junio de 2018, la industria vegana ha crecido un 20%. Es un crecimiento casi tres veces mayor que el que se produjo en el mismo período del año pasado. Es una tendencia común en otros muchos países de economía desarrollada: los estantes de los supermercados van haciendo más hueco a los nuevos productos de comida vegetal, los restaurantes de comida rápida amplían su menú a opciones veganas y crecen los comercios donde no se sirve comida carnívora. Mientras tanto, las proyecciones de consumo de carne en países emergentes y prósperos no para de crecer: de aquí a 2024 se espera que los chinos coman un 12% más de ternera, Tailandia un 25%, Turquía un 20%, Indonesia otro 18%... Los países ricos abandonan la carne y abrazan la legumbre y los pobres al revés.

Dieta de rico, dieta de pobre. Una tendencia conocida por los sociólogos (y que explica la cesta de la compra a nivel estatal pero también individual) es que uno de los primeros gastos superfluos que se permiten los hogares que salen de la pobreza es el de la carne. Es su lujo favorito. Esto tiene efectos macro y micro. A pequeña escala, y según datos demoscópicos recientes, en los países desarrollados existe una relación entre el tipo de empleo y la dieta. En Estados Unidos los trabajadores manuales suelen comer más carne, en concreto ternera, que los empleados del sector servicios o los profesionales. Según el Centro de Información de Salud británico, el 25% de los niños obesos se concentra en los barrios pobres y el 11% de ellos en los barrios ricos. Se trata de una cuestión económica, ya que los pobres se permiten peor comida, pero también cultural y educativa: los ciudadanos con más estudios, aunque ganen menos dinero, también tienden a comer mejor y consumir menos carne.

El símbolo de la carne: parte de estas variables se podrían explicar de un modo psicológico. Como señalaron Eugene Chan y Natalina Zlatevska en un estudio, los alimentos cárnicos tienen asociada una importante connotación de estatus y poder. Los pobres compran filetes para sentirse menos pobres, cuando, curiosamente, desde hace décadas los ricos llevan haciendo justo lo contrario.

Hipocresía vegana: la limitación del aporte cárnico en las dietas de los occidentales está teniendo al mismo tiempo un importante factor identitario y aspiracional. Ser vegano mola. En Estados Unidos aproximadamente uno de cada cuatro millennials dice identificarse con algún tipo de dieta libre de carnes. De toda su población, hasta un 9% se consideran veganos o vegetarianos, cuando según encuestas de seguimiento de dietas sólo un 4% podrían encajar en esta categoría. Esto ocurre por desconocimiento (hay quien no sabe que el huevo o el queso no son veganos) o por hipocresía. Además, cuatro de cada cinco vegetarianos acaba abandonando esta dieta.

Hipocresía salvadora. Como dijo Patrice Bula, vicepresidenta de Nestlé, el nuevo objetivo son los “flexitarians”, ese tipo de consumidor que vacila entre temporadas omnívoras y vegetarianas. Según las encuestas de la empresa, sólo el 25% de los consumidores de sus productos veganos está comprometido a fondo con este estilo de vida, y los demás picotean estos productos por distintas mezclas de tres objetivos: por rebajar su consumo cárnico, por rebajar sus emisiones contaminantes y por eliminar parte de su aportación al sufrimiento animal.

Y una hipocresía justa. Al cerdo o a la vaca le darán igual si tus intenciones son hipócritas o no: cualquier rebaja en la demanda cárnica se traducirá en menos vidas miserables (aunque, por supuesto, de haber menos demanda también habría menos razones para su crianza). Lo mejor que puede darnos esta nueva tendencia alimenticia pijosaludable es su aportación al medio ambiente. Según la última alarma lanzada por la Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO), es fundamental que los occidentales limitemos brutalmente nuestro consumo de carne para salvar el planeta. En la mano de los españoles está rebajar un 70% las emisiones de dióxido de carbono retomando la dieta mediterránea de nuestros tatarabuelos. Sólo tendrías que comer muchísimos más garbanzos y lentejas. Ah, y comer un 60% menos de la carne que comes ahora.

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