¿Cuándo se decidió que las mujeres prefieren ciertas comidas (yogures con fruta, ensaladas y vino blanco) y que a los hombres les suele gustar más lo picante, los bistecs o el beicon?
En mi nuevo libro, American Cuisine: And How It Got This Way (Comida Americana y Su Evolución Hasta Ahora), explico cómo la idea de que las mujeres no quieren comer carnes rojas y prefieren las ensaladas o los dulces no es algo que surgiera de la nada.
A partir de finales del siglo XIX, un flujo constante de consejos dietéticos, publicidad corporativa y artículos de revistas creó una división entre los gustos masculinos y femeninos que, durante más de un siglo, ha dado forma a todo, desde ideas para cenar hasta cómo planificar menús.
Un mercado separado para las mujeres
Antes de la Guerra de Secesión en Estados Unidos a mediados del siglo XIX, toda la familia comía junta y las mismas cosas. Los libros de cocina y los manuales para el hogar más vendidos de la época nunca mencionaban que los maridos tuvieran gustos especiales que tenían que ser complacidos por las mujeres.
Aunque los "restaurantes de mujeres" (espacios separados para que las mujeres cenaran sin hombres) eran algo común, en ellos se servían los mismos platos que en los espacios reservados para hombres: casquería, cabeza de ternera, tortuga y carne asada.
A partir de la década de 1870, el cambio de las normas sociales (como la entrada de las mujeres en los puestos de trabajo) dio a las mujeres más oportunidades de cenar sin sus maridos, en compañía de amigas o compañeras de trabajo.
Sin embargo, a medida que más mujeres pasaban tiempo fuera de casa, se seguía esperando que se reunieran en los lugares específicos de su género.
Proliferaron las cadenas de restaurantes dirigidos exclusivamente a mujeres, como Schrafft's y se crearon espacios seguros sin alcohol para que las mujeres almorzaran sin experimentar el alboroto de los cafés o bares de comida gratuita de los trabajadores, donde los clientes podían obtener una comida gratis al mediodía siempre y cuando compraran una cerveza (...o dos o tres).
Fue durante este período cuando comenzó a surgir la idea de que algunos alimentos eran más apropiados para las mujeres. Las revistas y las columnas de consejos de los periódicos tachaban el pescado y la carne blanca con un poco de salsa, así como nuevos productos como el requesón envasado, de "alimentos femeninos". También había por supuesto postres y dulces a los que las mujeres, supuestamente, no se podían resistir.
Este cambio se veía reflejado en los antiguos menús del restaurante Schrafft: una lista de platos principales ligeros, acompañados de elaborados postres con helado, pastel o nata montada. Muchos menús incluían más postres que platos principales.
A principios del siglo XX, la comida de las mujeres se solía describir como "delicada": extravagante pero sin ser saciante. Las revistas femeninas incluían anuncios para alimentos típicos de la mujer: ensaladas, creaciones de moldes de gelatina coloridas y brillantes o ensaladas de frutas decoradas con malvaviscos, coco rallado y cerezas marrasquino.
Al mismo tiempo, los autoproclamados defensores de los hombres se quejaron de que a las mujeres les gustaban mucho los mismos tipos de alimentos decorativos que se les vendían. En 1934, por ejemplo, un escritor llamado Leone B. Moates escribió un artículo en la revista House and Garden en el que recriminaba a las mujeres por servir a sus maridos "un poco de sucedáneo de crema de malvavisco".
Escribía que mejor se guardaran estar "delicadezas" para sus almuerzos femeninos y que se dedicaran a servirles a sus maridos las comidas copiosas que les apetecen: ternera cocida, lentejas o carne en conserva con huevos escalfados.
Satisfaciendo el gusto de los hombre
Escritores como Moates no eran los únicos que pedían a las mujeres que diesen prioridad a sus maridos.
En el siglo XX hubo una proliferación de libros de cocina que decían a las mujeres que dejaran de comer sus comidas favoritas y se concentraran en complacer a sus novios o maridos. El hilo conductor de estos libros era que si las mujeres no satisfacían el apetito de sus maridos, las dejarían.
Es algo que se puede observar en los anuncios de mediados del siglo XX, como el que mostraba a un marido irritado diciendo que "Mi madre nunca se quedó sin Corn Flakes de Kellogg's".
Pero este miedo a que los maridos las abandonaran ya había sido utilizado en 1872, cuando se publicó un libro de cocina titulado "How to Keep a Husband, or Culinary Tactics" (Cómo Mantener a tu Marido o Tácticas Culinarias). Uno de los libros de cocina más exitosos, "The Settlement' Cook Book" (El Libro de Cocina del Asentamiento), publicado por primera vez en 1903, llevaba como subtítulo "_El Camino Hacia el Corazón del Hombre_".
A estos títulos también hay que añadir los libros de recetas de cocina como el de 1917 "A Thousand Ways to Please a Husband" (Mil Maneras de Satisfacer a un Marido) y el libro de 1925 “Feed the Brute!” (¡Da de Comer al Bruto!).
Este tipo de marketing claramente tuvo efecto y en la década de 1920 una mujer escribió a la portavoz ficticia del general Mills, "Betty Crocker", expresando su miedo a que su vecina fuera a "capturar" a su marido con un pastel de chocolate.
Al igual que a las mujeres se les decía que tenían que concentrarse en el paladar de sus maridos antes que en el suyo propio, y además de ser excelentes cocineras, los hombres también decían que no querían que sus mujeres se dedicaran con demasiado entusiasmo a la cocina.
Tal y como Frank Shattuck, el fundador de la revista Schrafft, observó en la década de 1920, un joven que contempla el matrimonio está buscando una chica que sea un "buen partido". Un esposo no quiere llegar a casa y encontrarse con una esposa desaliñada que se ha tirado todo el día en los fogones, anotó. Sí que quiere una buena cocinera, pero también quiere una compañera atractiva y "divertida".
Se trataba de un ideal casi imposible y las empresas de publicidad no tardaron en capitalizar las inseguridades creadas por la doble presión que sufrían las mujeres por tener que complacer a sus maridos sin parecer que habían trabajado demasiado duro para conseguirlo.
Un folleto de 1950 para una compañía de electrodomésticos representaba a una mujer con un vestido escotado y perlas mostrándole a su agradecido esposo lo que había en el horno para la cena.
La mujer del anuncio (gracias a su nuevo y moderno horno) fue capaz de complacer el paladar de su marido sin necesidad de sudar.
La década de 1970 y más allá
A partir de la década de 1970, la gastronomía cambió de forma drástica. Las familias comenzaron a gastar más dinero comiendo fuera y cada vez más mujeres trabajaban fuera de casa, lo que significaba que las comidas eran menos elaboradas, especialmente porque los hombres seguían aborreciendo la idea de compartir la responsabilidad en la cocina.
El microondas puso sobre la mesa alternativas a la tradicional cena sentados alrededor de la mesa. El movimiento de las mujeres destruyó los restaurante para mujeres, como el Schrafft, y cambió la imagen de la feliz ama de casa que se dedicaba a guisar.
Sin embargo, tal y como han señalado los historiadores expertos en alimentación Laura Shapiro y Harvey Levenstein, a pesar de estos cambios sociales, la representación de los gustos masculinos y femeninos en la publicidad se ha mantenido sorprendentemente consistente, a pesar de que algunos ingredientes y alimentos nuevos han entrado en esta clasificación.
La col rizada, la quinoa y otros alimentos saludables son considerados como "femeninos". La barbacoa, el bourbon y "los alimentos más arriesgados", por otra parte, son dominio de los hombres.
El actor Matthew McConaughey protagoniza un anuncio de bourbon Wild Turkey en 2017.
En un artículo del New York Times de 2007 se sañalaba que cada vez había más mujeres jóvenes que pedían un bistec en la primera cita. Sin embargo, no se trata de una expresión de la igualdad de género o de un rechazo absoluto hacia los estereotipos alimentarios.
En cambio, el autor señalaba que "la carne es estratégica", puesto que servía para señalizar que las mujeres no estaban obsesionadas con su salud o con la dieta y era una forma de asegurar a los hombres de que, en caso de surgir una relación entre ambos, no iban a empezar a darles lecciones sobre lo que tienen que comer.
Incluso en pleno siglo XXI, sigue habiendo casos que nos hacen pensar en los libros de cocina como "El Camino al Corazón de un Hombre", un estereotipo que tardará mucho más tiempo en eliminarse que la idea de que algunos alimentos son para hombres y otros para mujeres.
Autor: Paul Freedman Chester Doctor de Historia por la Universidad de Yale.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.