Piensa en una tarde de sábado cualquiera. Un grupo de amigos se reúne en su bar de toda la vida y comparte vivencias e intimidades junto a un abundante abastecimiento de cerveza. Pasan las horas y los efluvios surten efecto, se dulcifican las experiencias compartidas, se afianzan los vínculos emocionales, se exalta la amistad. ¿Familiar, verdad? Ahora rebobinemos más de 13.000 años en el tiempo y pensemos en las primeras civilizaciones que, por medio de la agricultura y la ganadería, comenzaron a asentarse en un territorio fijo y a crear aquello que hoy llamamos sociedad.
¿Pudieron hacerlo gracias a algo tan simple como la cerveza? Puede que sí.
Ejemplos. Resulta que la cerveza funciona como nodo de civilizaciones, y que hay ejemplos muy claros a lo largo de la historia. Un caso ilustrativo lo representa la cultura Wari, sociedad pre-colombina que duró más de 500 años en las tierras del Perú antes del advenimiento de los Incas. Un estudio publicado durante la pasada primavera identificaba en uno de sus yacimientos arqueológicos, el de Cerro Baúl, lo que aparentaba ser a todas luces una cervecería, un lugar destinado a la producción un brebaje llamado chicha de molle. Allí se creaba, se bebía, se compartía y, lo que es más importante, se utilizaba como aglutinante social.
¿Cómo? Pensemos en el actual sur del Perú, un territorio montañoso y agreste de difícil comunicación. Los diversos habitantes del imperio acudían a la maltería en ocasiones especiales, festividades que funcionaban como muestra de lealtad a los "señores" Wari, los gobernantes de tan extensa civilización. "Creemos que estas instituciones de producción y servicio de cerveza creaban un sentido de unidad entre las poblaciones. Los mantenía unidos", explican sus autores. En un terreno quebrado y fragmentado, los eventos festivos, centrados en torno al consumo de chicha, funcionaban como pegamento identitario.
La cerveza abonaba su pervivencia como civilización unitaria.
Estudios. Es una teoría con cierto recorrido en la historiografía y en los estudios arqueológicos. A mediados de los cincuenta un grupo de académicos planteaba una idea por aquel entonces radical: el surgimiento de la agricultura y de la ganadería, y por tanto de la sociedad tal y como la conocemos, no estaba tan relacionado con la necesidad de cultivar pan como del deseo expreso de fermentar cerveza. Los avances en las técnicas cerealísticas venían motivadas por el interés en consumir aquellos brebajes de baja intensidad alcohólica que servían a festividades religiosas, políticas y sociales de toda condición.
Posibilidades. Desde entonces, han sido numerosos los investigadores que han recogido el guante. En 2018, un grupo de arqueólogos identificaba en Haifa, actual Israel, la maltería más antigua de la historia de la humanidad. Aquel cúmulo de instrumentos precarios para la elaboración de cerveza (un producto por aquel entonces escasamente similar al que conocemos hoy) se remontaba 13.000 años en el tiempo. La cultura naftuniense habría adoptado prácticas sedentarias varios milenios antes de que la agricultura se generalizara entre las poblaciones del Creciente Fértil. Y lo habrían hecho impulsados por la producción de alcohol.
Significados culturales. Es una teoría que figuras como Brian Hayden llevan defendiendo varios lustros. Los naftunienses habrían encontrado en la fermentación de determinados tipos de cereal una forma idónea para establecer vínculos dentro de la comunidad. Los efectos relajantes y desinhibidos de la cerveza permitían establecer alianzas, cerrar matrimonios concertados y abrir vías de negocio, a un tiempo que reafirmar vínculos comunes en torno a las mismas divinidades.
Mitad experiencia religiosa, mitad mitin social, sería el cultivo de cereales con este fin su principal incentivo para sedenterizarse.
De viaje. Es algo que otros trabajos han atribuido a otras culturas repartidas por el globo terráqueo, como las sociedades pre-colombinas de México central (cuyo proceso sería similar al de los naftunienses, sólo que centrado en el maíz y no en el trigo). Similares teorías se han trazado en Persia o en Alemania, donde las decisiones comunales se afrontaban tras un largo proceso de deliberación debidamente regado con cerveza. Una herramienta que, al igual que hoy en día en un grupo de amigos cualquiera, permitía afianzar una identidad común, un sentido de pertenencia propio, una forma de lidiar con miedos y problemas compartidos.
Así que sí: la cerveza es una de las (muchas) cunas de la civilización. Un brindis por ello.
Imagen: Wil Stewart/Unsplash
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