Artículo escrito por Fermín Grodira.
Ya es una realidad. Donald Trump ha abandonado el objetivo de su antecesor Barack Obama de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero por el sector del carbón.
Una decisión que dificulta más aún que Estados Unidos pueda cumplir los objetivos alcanzados en la Cumbre de París contra el cambio climático. Aunque a nadie sorprende esta decisión: en campaña Trump había prometido poner "a los trabajadores del acero y el carbón a trabajar de nuevo" y en numerosas ocasiones ha tuiteado contra la realidad del cambio climático antropogénico. Un discurso acorde a la opinión de muchos de sus votantes.
Y es que, como indica un estudio del Pew Research Center, el 91% de los liberales (izquierda) en Estados Unidos consideran que la tierra se está calentando, pero solo el 21% de los conservadores (derecha) está de acuerdo. "Las personas con una ideología más de derechas o conservadora tienden a sentir menos preocupación por el cambio climático, mientras que las personas con ideología de izquierdas tienden a sentir más preocupación. En Estados Unidos el 62% de los demócratas dice estar muy preocupados en lo que al cambio climático se refiere, frente al 20% de los republicanos", explica la psicóloga social Iria Reguera.
¿La causa? Hay un conflicto entre los valores conservadores, sobre todo el paradigma del libre mercado y el individualismo, y las políticas necesarias para afrontar el cambio climático.
Habla a los escépticos de las cosas que les importan
La ideología, los valores y la orientación política son los mayores predictores de la actitud del público ante el cambio climático. Una diferencia de opinión sobre el cambio climático en base a la ideología que no es exclusiva de Estados Unidos. Dentro de la Unión Europea destaca la brecha en Reino Unido: un 49% de los que se consideran de izquierda mostraba una seria preocupación por el incremento global de las temperaturas frente al 30% de la derecha.
Centrándose en el ámbito de Reino Unido, una investigación ha analizado cómo convencer a los negacionistas del calentamiento global de centro-derecha. "Es el primer estudio en explorar cómo diferentes maneras de hablar sobre el cambio climático afecta a los diferentes grupos de votantes en Reino Unido. El trabajo prueba que el lenguaje que usamos importa verdaderamente tanto para animar como para desalentar el debate para abordar el cambio climático", expone Lorraine Whitmarsh, coautora del trabajo y profesora de Psicología del medio ambiente en la Universidad de Cardiff.
Los resultados muestran que apelar a narrativas acordes a los valores políticos de los conservadores como el ahorro y el patriotismo (mediante el uso de energías renovables producidas en Reino Unido) reduce su escepticismo mientras que un mensaje centrado en la "justicia climática" polariza las audiencias y es solo apoyado por los progresistas. "Necesitamos hacer mensajes a medida de los valores y creencias de la audiencia. Usar el lenguaje adecuado puede ayudar a vencer al menos una parte de su resistencia”, expone Whitmarsh.
A los participantes en la investigación, todos de ideología de centro-derecha, se les presentaron cuatro textos cortos que usaban un lenguaje diferente para describir el cambio climático y las medidas que podrían usarse para impedirlo. Los mensajes estaban diseñados para apelar a los valores y las preocupaciones de centro-derecha. El texto titulado "Evitar el desperdicio es sentido común" fue el más popular entre los conservadores que participaron en el estudio al reflejar varios de los valores centrales al centro-derecha como el pragmatismo, la responsabilidad y el sentido común.
Otra narrativa, titulada "Energía de Gran Bretaña", tenía como concepto clave la democracia local como columna vertebral de Gran Bretaña fue bien recibida por los derechistas encuestados. Un texto que defendía la promoción de la salud y de la calidad de vida como consecuencia de un estilo de vida más sostenible y otro que defendía la inversión en renovables y energía limpias no lograron tanto apoyo.
Menos osos polares, más playas destrozadas
En la segunda parte del estudio se seleccionó los dos textos que mejor funcionaron con votantes de derechas y, una vez adaptados, se compararon con una narrativa típica de centro-izquierda centrada en la "justicia climática" y un texto de control sin relación con el medio ambiente. Esta vez se escogió una muestra representativa del público británico para el estudio.
La narrativa que abogaba por eliminar el desperdicio logró el máximo apoyo a lo largo de todo el espectro político mientras que la que abogaba por la "justicia climática" resultó menos atractiva y polarizó a los participantes. En cambio, un mayor porcentaje de los conservadores que leyeron el texto contra el malgasto estuvieron de acuerdo con él y los que leyeron la narrativa sobre la energía de Gran Bretaña, que abogaba usar fuentes de energía renovables producidas en Reino Unido en vez de combustibles fósiles importados, fueron más favorables a hacer cambios en su estilo de vida.
Para el ambientólogo y autor del libro Encara no és tard: Claus per entendre i aturar el canvi climàtic (Todavía no es tarde: Claves para entender y detener el cambio climático) Andreu Escrivà estudios como el de Whitmash muestran que la culpa del gran número de negacionistas del calentamiento global:
Es nuestra, de los concienciados por el medio ambiente, por no contar el cambio climático de una forma que enganche. Solemos usar referentes que nos consiguen implicar como la desigualdad pero ¿hemos pensado qué les conmueve a otras personas? No. Es mucho más sencillo pensar que nosotros somos los buenos y que a ellos les importa un rábano el medio ambiente. Y de paso fabricamos un chivo expiatorio que nos permite apartar la mirada de nuestras propias incoherencias. Hay que comunicar todos los lados del poliedro climático, no solo el verde, porque es un problema humano, no exclusivamente ambiental.
La tarea de concienciar sobre el cambio climático de los medios de comunicación incluye "dejar de ilustrar noticias de cambio climático con fotografías de osos polares y empezar a adjuntar imágenes de camas de hospital, playas destrozadas, hoteles medios vacíos por olas de calor o frutales en flor un mes antes de su época". En opinión del climatólogo "lo más importante que puede hacer alguien para luchar contra el cambio climático, día a día, es hablar de cambio climático. Existe un silencio climático que debemos romper cuanto antes", añade.
La otra visión: no hay aliados posibles al otro lado
Whitmarsh cree es que necesario "involucrar a todos, incluyendo a los de centro-derecha" para luchar contra el cambio climático. Opinión no compartida por la periodista Naomi Klein, que en su libro Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima destaca:
El cambio climático hace saltar por los aires el andamiaje ideológico que sostiene al conservadurismo contemporáneo. Un sistema de creencias que vilipendia la acción colectiva y declara la guerra contra toda regulación de la actividad empresarial y contra todo lo público es irreconciliable con un problema que exige precisamente una decidida acción colectiva a una escala sin precedentes y una contención drástica de las fuerzas del mercado, que son las principales responsables de la creación y el ahondamiento de la crisis.
Quien sí coincide con Klein es precisamente el columnista conservador británico y negacionista del cambio climático antropogénico James Delingope: "el ecologismo moderno consigue promover muchas de las causas que tan queridas son entre la izquierda en general: la redistribución de la riqueza, las subidas de impuestos, una mayor intervención del Estado, la regulación", tal y como aparece citado en el libro de la periodista canadiense.
La estrategia de "tender puentes" con los negacionistas de derechas tiene dos problemas en opinión de Klein: no funciona porque "la oposición conservadora a las medidas climáticas no ha hecho más que radicalizarse" durante los últimos años y este enfoque, "lejos de cuestionar los retorcidos valores que animan tanto al negacionismo del desastre como al capitalismo del desastre, los refuerza activamente".
¿Cómo luchar entonces contra el cambio climático sin buena parte de la población? Klein aboga por contar con "“las personas suficientes de nuestro lado para cambiar el equilibrio de poder" teniendo en cuenta que "los movimientos populares verdaderos siempre se alimentan de gentes tanto de la izquierda como de la derecha". Y añade: "La izquierda política tradicional no posee todas las respuestas a estas crisis. Pero no cabe duda de que la derecha política contemporánea constituye una formidable barrera para progresar".
Klein plantea otra pregunta en su libro: ¿por qué no ocupa el cambio climático el lugar central del programa político del progresismo en vez ser "una simple y olvidada nota al pie"? Las acciones necesarias para parar el cambio climático "ponen directamente en cuestión nuestro paradigma económico dominante, los relatos sobre los que se fundamentan las culturas occidentales y muchas de las actividades que dan forma a nuestras identidades y definen a nuestras comunidades", explica Klein.
Escrivà discrepa con Klein y cree que "el cambio climático requiere cambios transformacionales a gran escala que serán absolutamente imposibles de activar si solo contamos con un grupo minoritario de la población, dirigiéndonos únicamente a los convencidos. Los progresistas ya concienciados no son ni más listos ni más buenos: tienen valores distintos y la narrativa del cambio climático imperante (justicia climática, igualdad, redistribución) encajaba perfectamente en su modelo ideológico".
La solución, en opinión de Andreu Escrivà, pasa por "la acción climático desde abajo hacia arriba, basada en valores compartidos", ya que "los conservadores también pueden ser convencidos de la necesidad de actuar frente al cambio climático".
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