Son invisibles, pero a pesar de eso alguna vez nos acordamos de ellos. Cuando nos los topamos durmiendo en un cajero. Cuando se colocan a nuestro lado en el metro o cuando saltan algunas noticias puntuales en los medios de comunicación. No sabemos cómo es la vida de los sin techo, una realidad totalmente alejada de la nuestra pese a que coexistimos en el mismo espacio, en las mismas calles. Pero la del sinhogarismo es una problemática social que merece ser abordada. Sobre todo si, como veremos, hemos estado enfocando las estrategias para solucionarlo desde un ángulo totalmente equivocado.
Sintecho, vagabundo o chabolista: acotando el concepto
Antes de nada, es importante señalar la difícil definición y acotación del concepto “persona sin hogar”. Dentro de este colectivo hay diferentes categorías, están los que no tienen un techo, los que tienen una vivienda en muy malas condiciones (infraviviendas que carecen de servicios básicos como agua y electricidad y que se estiman en 270.000 en España a día de hoy) y los que tienen resguardo pero sólo de manera circunstancial, unos días o unos meses, por ejemplo. Persona sin hogar es la que vive en el cajero, el que está en un albergue y el que se conforma con residir en una chabola de la barriada.
Las estadísticas son claras: este fenómeno está más extendido entre los hombres (un 80% de todas las personas sin hogar), y entre sus miembros se acumulan con mucha frecuencia problemas de ausencia de red de apoyos (amigos, familia), adicciones, enfermedades mentales y discapacidades. Algunas asociaciones apuntan a que ha aumentado en los últimos tiempos la cantidad de personas que acaban en la calle por problemas financieros. Como también remarcan desde las instituciones que trabajan con estas personas, ellos no están tan lejos de ser como tú o como yo, y acabar en una situación de desprotección es algo que podría pasarle a cualquiera el día de mañana.
Personas sin hogar en España: la lotería que le toca a una de cada 1.000 personas
El análisis de la situación de las personas sin hogar es espinoso por muchos motivos. El primero, la difícil medición de las personas que no cuentan con una casa. En muchas comunidades se centra mucho la contabilidad acudiendo a los albergues, a los que sólo acuden aproximadamente la mitad de los sintecho y además tampoco acuden todos ellos todos los días. También porque no todas las regiones se comprometen a meter en el cómputo la cifra exacta, y dejan fuera a la población inmigrante, más de un tercio de las personas en esta situación.
Un ejemplo de una comunidad que sí les incluyó fue Barcelona, que despunta en las listas con 3.000 personas sin hogar en 2012, cuando Madrid capital contabilizó a 2.000 personas, cosa poco probable. Además de esto, el INE sólo ha realizado dos recuentos cercanos. En 2005 la población era de 22.000. En 2012, de 23.000, aunque organismos apegados al tema creen que una cifra más próxima a la realidad a día de hoy será de 40.000 personas.
Ninguna ciudad es antimendigos (sobre el papel)
Y, como hemos dicho, es complicado delimitar qué lugares son peores que otros para la existencia de estas personas. La legislación sobre el espacio urbano que perjudica a estas personas (como, por ejemplo, la instalación de obstáculos en el suelo, los bancos antimendigos o las directrices antimendigos) no suele ser así de directa en sus documentos, y estas pretensiones suelen ir camufladas entre otro paquete de acciones que buscan la rentabilidad económica, como la erradicación de bancos y zonas de descanso gratuitas, la progresiva eliminación de fuentes de agua o la ausencia de baños públicos.
Es decir, que aunque hay sitios que han declarado de forma puntual que se busca reducir a los sin hogar de determinadas zonas, lo normal es que los impedimentos a que vivan en unos u otros sitios son un efecto secundario de la pérdida de poder de la ciudadanía en el espacio urbano.
La vida en los albergues: cama para hoy pero no para mañana
La segunda, y muy importante, es que los albergues, el modelo de atención más extendido, no es en absoluto suficiente. La ocupación media y diaria de estas instalaciones ronda el 80%, pero aun así sólo la mitad de las personas sin hogar llena los recintos cada día. Si todos los sintecho de todas las ciudades acudiesen de golpe a todos los albergues disponibles, seguirían quedando fuera de estos refugios miles de personas.
Y por último, porque es un problema estructural del sistema de protección del sinhogarismo, aquí y en otros países de nuestro entorno, que potencia la ayuda puntual (y bastante ineficaz) frente a un modelo de reinserción.
Una de las quejas más frecuentes de estas personas es que los albergues no son cómodos ni ayudan a hacer planes de vida. Se duerme en barracones, en la mayoría de los casos junto a decenas de desconocidos, y no hay consignas. Los robos son muy frecuentes. Tampoco hay reservas de tu plaza en el centro para el día siguiente, con lo que hoy estás aquí pero mañana a saber.
A este grave problema se le suman otros como la carestía de productos de higiene y medicinas y una atención sanitaria que sienten como ineficiente. La mitad de los sintecho ha denunciado agresiones callejeras en algún punto de su vida. En ocasiones la hobofobia de los agresores les produce la muerte. Estas personas viven 30 años de media menos que nosotros.
'Regalarle' una casa a las personas sin hogar, una idea no del todo disparatada
Tal y como nos cuenta Alejandro López, subdirector de Rais Fundación no puede declararse que haya una comunidad radicalmente peor (o mejor) que otra ya que la falta de recursos y el modelo establecido en todas partes es muy similar. “Si eso aquí pueden estar algo mejor que en otros países del norte de Europa, porque el Mediterráneo es menos frío, pero ni eso, ya que durante las temporadas de menos frío también baja el nivel de las ayudas”.
Tal vez la solución a este problema social pasa por algo tan sencillo como no ofrecerles alojamientos temporales y comunitarios, sino darles casas. En eso consiste el programa Housing First, que se acaba de poner en marcha en nuestro país. El Housing First es un programa social que tiene su origen a finales de los años 80 e inicios de los 90 en ciudades estadounidenses como Los Ángeles o Nueva York, zonas con una gran presencia de este colectivo en sus calles.
El programa de urbanismo ofrecía un alquiler gratuito y con unas condiciones muy permisivas (como un aporte del 30% de los ingresos para el pago del alquiler y sólo en caso de tenerlos o permitir la visita de los servicios sociales cada semana) a los que sufrían casos crónicos de sinhogarismo, gente que había estado en la calle años sino décadas.
Las ventajas de un techo asegurado: salud, voluntad y afecto
Los resultados son relativamente rápidos y muy claros: baja el coste sanitario, se reduce el consumo de sustancias, aumenta la integración social de las personas con vecinos, amigos o incluso viejos familiares, con los que sienten pueden retomar el contacto. La medida se extendió después a decenas de grandes ciudades norteamericanas, y también a otros países como Canadá, Finlandia o Francia.
En España hay ahora mismo 48 hogares Housing First bajo el programa Hábitat, y contará con 133 de aquí a septiembre. El programa ha arrancado hace apenas dos años, tras su aprobación en el Plan Nacional Integral Para Personas Sin Hogar 2015-2020, y en consonancia con el proyecto promovido desde la Comisión Europea, y sus promotores (como Rais o Cruz Roja, entre otros) creen que por el momento va muy bien, aunque es aun algo pronto para evaluar sus logros en profundidad.
Esta “casa inicial” sirve como medida urgente para que estas personas salgan de forma inmediata de una situación insostenible, pero después se integran en otras soluciones más óptimas a sus condiciones. Por ejemplo, un enfermo mental primero deberá salir de la calle para que luego los agentes sociales consigan recolocarle en un centro de salud mental, lugar donde sabrán atenderle.
Housing first: los contras de un modelo ¿costoso?
La medida tiene dos puntos controvertidos. Algunos segmentos de la opinión pública han entendido que es una medida extremadamente generosa, costosa. Lo cierto es que, como nos cuenta López de Rais Fundación, asociaciones vinculadas a las personas sin hogar han hecho cuentas, y "estimamos los gastos por persona y noche en un albergue en España entre 39 y 60 euros. Depende mucho del tipo de albergue, pero en ese rango se incluiría el dormir en una butaca, un sándwich frío y un plato de sopa. Frente a eso, el gasto de una pequeña vivienda es de unos 30-34 euros. Y eso si la persona decide entrar sola, ya que si quiere entrar con otro compañero de la calle el precio se reduce más".
Esa es también una de las medidas por las que el sistema se extendió en Estados Unidos. Fueron los análisis de ahorro de costes sociales en los casos crónicos de personas sin hogar en zonas como Massachusetts, Nueva York o Chicago los que hicieron que otras ciudades se interesaran por este modelo y lo aplicaran a sus políticas públicas.
Como hemos apuntado, bajan los gastos médicos. Las personas sin hogar, con muchos problemas de salud, suelen entrar al hospital por la puerta de urgencias, un tipo de atención mucho más cara. Ya no es que bajo techo estén más resguardados y tengan menos problemas fisiológicos, es que cuanto entran a un hogar lo tienen más fácil para ir al médico de cabecera y seguir un tratamiento continuado que evitará el colapso posterior. Los costes legales también suelen ser muy altos, por la ausencia de un domicilio o de una forma de localizar a la persona. Al tener un hogar fijo estos problemas desaparecen.
La segunda crítica al Housing First proviene por la eficacia de sus resultados entre toda la población sin hogar. Los favorables al HF suelen explicar cómo cae el consumo de bebidas entre los alcohólicos que acceden a la vivienda (entre los adictos, ha bajado el consumo de sustancias en el último mes del 32% al 22% de los casos, como nos cuenta López), pero no en todos los casos eso implica una superación de la adicción. Tampoco el HF logra que las personas con trastornos mentales dejen de tenerlos. Y, en general, la medida no logra que dejen de aparecer nuevos casos de personas sin hogar.
López, que recuerda que este programa puede ser más económico que el del sistema de albergues, desplaza la crítica:
Estamos hablando de una cuestión humanitaria. Son personas y lo importante no es hablar de si van a lograr integrarse en el mundo laboral o no. Cada caso es distinto. Algunos sí logran hacerlo. Otros son personas de más de 60 años o con un deterioro cognitivo muy importante. Uno de los casos más duros que tenemos es el de una mujer muy mayor que ha estado viviendo más de 40 años en la calle o en infraviviendas. Al principio era reacia a entrar, ya que no se creía que esto fuera cierto, pero ahora está encantadísima. Cuando vamos a verla nos cuenta que lo que más le gusta es llenar la casa de olor a café. Dice que nunca había vivido en un sitio en el que los grifos expulsaran agua caliente. Hay personas con vidas muy deshechas para las que les será muy difícil adaptarse a nuestros esquemas vitales. Por ejemplo, no estoy seguro de que ella vaya a encontrar trabajo.
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