A día de hoy las primarias presidenciales en Estados Unidos tienen una simetría curiosa entre los dos partidos: ambos tienen un candidato que tiene casi asegurada la nominación, y nadie parece estar demasiado contento en admitir esta realidad.
La diferencia entre demócratas y republicanos es que mientras que los primeros más o menos se resignan a tener a Hillary Clinton como candidata, los segundos no saben si estar horrorizados o entusiasmados de estar a punto de nominar a Donald Trump.
Las primarias demócratas
Las primarias del partido demócrata son, si me permitís un símil futbolístico, bastante parecidas a la liga española. Tenemos por un lado un equipo fuerte, bien montando y que parte como el claro favorito, el FC Clinton, y otro con un presupuesto menor, pero mejor organización, una afición más pasional y un talento para la épica, el Atlético Sanders.
Aunque el Atlético Sanders sacó un par de resultados meritorios a principios de temporada (empate en Iowa y victoria en New Hampshire), el FC Clinton tuvo una racha de victorias demoledoras en los estados del sur en las seis semanas siguientes, abriendo una ventaja en puntos / delegados. El martes, sin embargo, el Atlético Sanders consiguió ganar por la mínima contra todo pronóstico en Michigan, más o menos en el Camp Nou, dejando a los observadores atónitos.
La clave, en este caso, es que si bien Bernie puede ganar en sitios como Michigan o Iowa, cuando Hillary gana lo hace con márgenes demoledores en estados gigantes como Texas. En las primarias demócratas los delegados para la convención donde se nominan los candidatos se asignan de forma proporcional, así que una victoria por un par de puntos tras perder varios estados por cuarenta o cincuenta (Sanders perdió en Mississippi 83-16) no hace gran cosa para reducir la distancia entre los dos candidatos.
Por mucho que Sanders esté mucho más cerca de Clinton de lo que cualquier observador medio racional hubiera predicho en diciembre, la realidad es que sigue estando en segundo puesto, y Clinton tiene un margen de delegados casi imbatible.
¿Dónde está ganando Clinton? Sobre todo en los estados del sur, en parte porque en la vieja confederación no son mucho de votar a socialistas, en parte porque de forma casi inevitable Clinton es capaz de abrumar a Sanders con el voto afroamericano. Como más urbano y diverso racialmente es un estado, mayores son los márgenes de victoria de Clinton. Además, Clinton tiende a ganar entre los votantes con más ingresos, mientras Sanders arrasa entre los jóvenes.
Michigan ha sido una sorpresa sobre todo porque las encuestas predecían una amplia victoria para Hillary; la enorme participación de votantes independientes le ha dado la vuelta al resultado. A efectos prácticos, sin embargo, Sanders ha sacado 11 delegados de ventaja en ese estado, comparados con los 27 de Clinton en Mississippi. Sanders está haciendo una campaña tremenda, pero le bastará para una derrota con honor, sin llegar a alcanzar la nominación.
Esto no quiere decir que las primarias se pueden dar por acabadas: aunque los cinco estados que votan el martes que viene son relativamente favorables para Clinton (Florida, Carolina del Norte y Missouri especialmente; Ohio e Illinois son parecidos a Michigan), durante las semanas siguientes tenemos una larga lista de estados que favorecen a Sanders (casi todos pequeños; Idaho, Utah, Arizona, Alaska, Wisconsin, Wyoming y Hawaii. Washington es grande, pero estará más ajustado).
Las cuentas no le salen a Sanders ahora, y seguramente le saldrán aún menos el 15 de marzo, pero los periodistas se van a distraer al menos hasta mediados de abril con la idea que matemáticamente Sanders no lo tiene perdido.
No os engañéis: Clinton será la nominada.
Las primarias republicanas
Todo el mundo se esperaba que Clinton ganara la nominación demócrata. Nadie en absoluto se esperaba que Donald Trump fuera, a estas alturas, el gran favorito para ganar la nominación republicana.
Sin embargo, eso es lo que está sucediendo. En unas primarias demenciales que empezaron con 17 candidatos, Trump ha ganado 14 de las 22 primarias disputadas. Ted Cruz, el ultraconservador senador de Texas, ha ganado seis. Marco Rubio, el senador de Florida que era la gran esperanza del partido para ganar en las generales, dos.
Para los líderes del partido republicano, cargos electos y élites adineradas del partido, este resultado es casi una pesadilla. Donald Trump ha ejercido durante toda la campaña de troll patán y racista, insultando de forma pueril al resto de candidatos. No tiene ninguna experiencia política, y su pasado empresarial está abarrotado de negocios dudosos y declaraciones absurdas que lo hacen un candidato horrendo para las generales.
Ted Cruz, si cabe, es casi peor. Aunque es un senador electo del segundo estado más poblado del país, el tipo es detestado por el resto del partido, que le ve como un egocéntrico desmesurado demasiado conservador para ganar unas generales. Nadie duda de su inteligencia (el tipo es brillante), pero es una persona inaguantable que no sobreviviría un enfrentamiento contra Clinton.
Los dos candidatos supervivientes aceptables para el establishment son Marco Rubio y John Kasich. Ambos son de estados claves en noviembre (Florida y Ohio), y ambos son conservadores, pero sin parecer sociópatas dementes. El problema es que Rubio ha resultado ser un candidato mediocre con pifias espectaculares en los debates, y Kasich tiene el carisma de una acelga.
La buena noticia para las élites del GOP es que las primarias han asignado delegados de forma proporcional, así que aunque Trump va por delante, su margen respecto a Cruz no es excesivo (446 contra 347; hacen falta 1.237 para alcanzar la nominación).
La mala noticia es que a partir del 15 de marzo, a diferencia de los demócratas, las primarias republicanas empezarán a dar todos sus delegados al candidato que gane cada estado casi sin excepción (las reglas varían de un estado a otro), y Trump, gracias a la división del voto entre sus contrincantes, puede aumentar el margen rápidamente. Si el martes que viene ganara en Florida (99 delegados), Illinois (69) y Ohio (66), será casi imposible detenerle.
La reacción del establishment del partido republicano estos últimos días sólo puede describirse como pánico. Los expertos en campañas del partido llevan semanas buceando en las arcanas reglas y procedimientos de la convención republicana para nominar oficialmente un candidato mientras buscan de forma desesperada formas de evitar que Trump llegue a 1.237. La clave es conseguir, de un modo u otro, que dos de los tres candidatos restantes se retiren, y la campaña pase a ser un uno contra uno donde todo el voto anti-trumpista cierre el paso al candidato.
Si habéis sido observadores os habréis percatado que el martes que viene vota Ohio y Florida, los estados de Kasich y Rubio, y os podéis imaginar que ninguno de los dos quiere aún bajarse del burro, a pesar de las repetidas humillaciones estas últimas semanas. Si a esto le sumamos que todo el mundo que conoce a Ted Cruz en persona parece odiarle de forma irracional casi de inmediato, os podéis imaginar el cuadro.
Algunas voces en el partido (Mitt Romney) han querido coordinar el voto estratégico, pidiendo a los votantes anti-Trump que apoyen al candidato con más posibilidades de derrotarle en su estado, pero la estrategia parece haber fracasado lamentablemente estos últimos días.
¿Por qué está ganando Trump?
Aunque es una pregunta complicada que casi seguro generará unas cuantas tesis doctorales, la explicación más convincente es que Trump no es demasiado conservador. La ortodoxia del partido republicano (y esta incluye a Cruz, Rubio y Kasich) es bajar impuestos a los ricos, desregular la economía, reducir el tamaño del estado eliminando servicios públicos, recortar las pensiones, favorecer el libre comercio e impulsar una reforma migratoria.
Trump quiere bajar los impuestos a “todo el mundo” (sobre todo a los ricos, pero no lo dice en voz alta), mano dura con las empresas que se llevan los puestos de trabajo a otros países, dejar las pensiones igual o subirlas, proteccionismo comercial y furibunda oposición a la inmigración.
Resulta que un sector importante, quizás incluso mayoritario, de las bases del partido que tiene pocos ingresos, cree que el libre comercio y la inmigración le han quitado el trabajo, no quiere que le recorten las pensiones y se siente (con razón) ignorado por las élites. Están hartos que sus líderes les tomaran por tontos desde hacía un par de décadas, y cuando ha aparecido un candidato alternativo que las critica y apela a sus prejuicios y resentimiento, no han dudado en apoyarle.
Falta por ver si esta coalición basta para ganar las primarias, una vez la carrera por la nominación sea un uno contra uno. El margen de Trump parece suficiente para que llegue a la convención con más delegados que nadie. Si no alcanza la mayoría, sin embargo, quizás veremos una batalla en la misma convención para buscar una alternativa a Trump, por mucho que una guerra interna así seguramente condene el partido a la derrota.
Lo único que está claro es que los demócratas estarían encantados de tener a Trump o Cruz como oponente en las generales. Creen, con razón, que ambos son candidatos espantosos.
Fotos | Cordon Press
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