Es improbable que la humanidad se olvide a corto plazo de 2020. El año pasado nos legó una epidemia, confinamientos domiciliarios como jamás los habíamos experimentados, repliegues nacionales de la economía, el desplome de la movilidad geográfica, estadios vacíos, mascarillas por doquier y un largo abanico de historias entre lo surreal y lo alucinante, quién sabe si fruto del trastorno general que ha supuesto el coronavirus.
Pero 2020 también fue otra cosa, acaso menos resaltada y menos memorable. Fue el año más cálido de todos los tiempos. En rigor, comparte tan dudoso honor con 2016, otro año de extraños acontecimientos al que, en nuestra magna inocencia, juzgamos como "un mal año". Las temperaturas medias del planeta superaron en más de 1º C la media estandarizada por la comunidad científica (1951-1980) para ponderar el calentamiento global. Por más que Filomena nos induzca a pensar lo contrario, hemos vivido un otoño y un invierno particularmente cálidos.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Es una buena pregunta. Desde luego no por casualidad. Los últimos siete años de la historia humana se cuentan entre los más calurosos de siempre, con la excepción de 2002. 2020 ha podido ofrecer datos espectaculares (como récords de temperaturas máximas consecutivos, uno en el Valle de la Muerte, a 54,4º C; lejos no obstante de los 56º C de 1913 cuya verificación oficial es imposible), pero tan sólo es hijo de un tendencia asentada en el tiempo. La década que hemos abandonado ha sido la década del calor.
Un calor paulatino y progresivo que se ha hecho más intenso mes a mes. Este gráfico elaborado por Visual Capitalist es bastante ilustrativo. Reúne todas las temperaturas medias mensuales de la Tierra desde 1851 y estima su grado de "calentamiento" o "enfriamiento" en relación a la media histórica pre-industrial (1850-1900, el otro estándar que utilizan las organizaciones internacionales para fijar objetivos de emisiones y de habitabilidad potencial en la Tierra). Es muy intuitivo. A mayor intensidad de azul, más frío respecto a la media fue aquel mes; a mayor intensidad de rojo, más cálido.
La imagen habla por sí misma. Tras un periodo de relativas bajas temperaturas a principios del siglo XX (la Tierra siempre ha tenido oscilaciones térmicas importantes, en ocasiones prolongadas durante más de un siglo; si bien nunca tan extremas y repentinas) los meses comienzan a adoptar un característico tono anaranjado. La década de los '40 es muy cálida. Tras una relativa contención de las temperaturas en los '50 llega el festival del rojo: entre 1960 y 2020 sólo siete meses han estado por debajo de la media pre-industrial. Siete.
Se puede ver a máxima resolución aquí.
De 1980 hacia adelante nos encontramos, simplemente, ante la historia de una catástrofe cuyas verdaderas dimensiones sólo comprenderán las generaciones futuras. El rojo que colorea los meses se hace más y más intenso, culminando en las dos primeras décadas del siglo XXI, caracterizadas por un calor cada vez más intenso. Sus consecuencias se perciben año a año, ya sea en forma de inviernos más tibios; olas de calor cada vez más recrudecidas; hielos árticos cada vez más esquivos; y acontecimientos meteorológicos cada vez más extremos.
Dos datos ilustran el drástico aceleramiento del calentamiento global durante las últimas décadas. Entre 1981 y 1935, la diferencia entre los meses más templados y más cálidos respecto a la media histórica osciló entre los -0,4º C y los +0,6º C. Un rango de variabilidad muy pequeño. Entre 1936 y 2020, ese rango se disparó a los +0,6º C para los meses más ríos y a los +1,5º C para los más cálidos. Durante la última década hemos superado los +1,5º C sobre las temperaturas pre-industriales, por encima de los hipotéticos objetivos de París y en la dirección idónea para transformar la habitabilidad de la Tierra tal y como la conocemos.
2020 también fue esto. Aunque apenas nos percatáramos.
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