Cómo la limonada libró a París de una catástrofe sanitaria evitando la propagación de la peste

Las cáscaras de limón contienen limoneno, una sustancia natural que mata las larvas y las pulgas. Entonces nadie lo sabía

En 1668, la peste bubónica que azotó a Europa durante una década, amenazaba con regresar a Francia. Sólo unos años antes, entre 1665 y 1666, Londres había visto morir a más de 100.000 personas a causa de esta infección, casi un cuarto de su población. Antes, en 1630, la enfermedad mató a casi un tercio de los 140.000 habitantes de Venecia y a casi la mitad de los 130.000 de Milán. La peste llegó al país galo. Y vaya si lo hizo: acabó con la vida de nada menos que un millón de personas.

El gobierno de la capital, temeroso de que se viviera un desastre igual en París, impuso cuarentenas y diferentes medidas, a sabiendas de que la catástrofe era inevitable. Pero la temida peste nunca llegó a la ciudad. ¿Cuál fue la explicación? Hay muchos factores que jugaron un papel importante a la hora de interrumpir la propagación. Pero algunos expertos apuntan a uno realmente sorprendente: la limonada.

En aquella época se creía erróneamente que la enfermedad viajaba por vía aérea, pero más tarde se descubrió que la peste se transmitía por pulgas infectadas, que a su vez contagiaban a las ratas y estas a los humanos cuando morían. Y en el siglo XVII estas ciudades eran justamente un refugio para las ratas que se alimentaban de la basura creada por los habitantes de las zonas urbanas. De esta manera, la plaga se extendió como la pólvora en una cadena de muerte que puso patas arriba la vida pública en Europa.

La milagrosa forma en que los parisinos lograron evitar parcialmente la plaga ha sido un misterio todos estos años hasta que algunos expertos como Tom Nealon han logrado encontrar algunas posibles explicaciones a los acontecimientos. En su libro Food Fights and Culture Wars, Nealon habla de la influencia que ha tenido la comida a lo largo de la historia:  "La salud y la alimentación estuvieron íntimamente relacionadas durante mucho tiempo". En el caso del París del siglo XVII, coincidieron una tendencia por el consumo de limonada y la llegada de la peste. "Comencé a preguntarme cuál podría ser la relación", comenta.

Los limones se han utilizado para hacer bebidas desde antes de los antiguos egipcios y a menudo se usan para desintoxicar y aliviar el dolor de garganta. Pero hasta el siglo XVII, los limones eran una fruta rara y cara en Europa. Aunque los limoneros se habían cultivado antes, los cítricos se usaban poco en Inglaterra y Francia, tanto por su coste como por la idea de que comer limones crudos era perjudicial.

Además, el alcance geográfico limitado de tierras de cultivo adecuadas para los limoneros habían frenado su producción hasta que se aceleraron las rutas comerciales y empezaron a cultivarse en el sur de Europa variedades más resistentes y jugosas, momento en el que su precio bajó y su popularidad creció. Pronto todos en Roma querían limonada en los días calurosos y los vendedores comenzaron a llevar tanques con ella a la espalda por la ciudad.

Los visitantes parisinos en la ciudad italiana se preguntaban por qué no tenían limonadiers llevando bebidas frescas por su propia ciudad. Uno de ellos fue el cardenal Mazarino, que había sucedido al cardenal Richelieu (1585-1642) como ministro principal del rey de Francia. Poco antes de su muerte, se empeñó en traer limonadiers a París. Y así, la limonada no sólo se volvió famosa, sino que se convirtió en una bebida muy rentable para los comerciantes. Y con ella llegaron también muchísimas cáscaras de limón.

"Las cáscaras de limón estaban en la basura, en las alcantarillas, en el Sena. En cualquier lugar donde había ratas”, cuanta Nealon en su libro. Y fue esta combinación fortuita de ratas y cáscaras de limón la que pudo haber detenido la propagación de la peste.

Cómo se evitó la tragedia

Hay que recordar que las cáscaras de limón contienen limoneno, que es una sustancia natural antioxidante que también mata las larvas y las pulgas adultas. En aquel momento, los ciudadanos desechaban las pieles del limón y las ratas se acercaban a mordisquearlas, ingiriendo sin saberlo limoneno y matando a las pulgas y sus huevos.

Como la peste mata muy rápido, las pulgas necesitaban pasar de las ratas a las personas y nuevamente a las ratas, una y otra vez, para continuar mientras sus huéspedes expiraban. Pero el limoneno interrumpió esa propagación, es decir, impidió que la cadena funcionara. En ese momento, y durante las siguientes décadas, la plaga empezó a decaer.

Nadie entendió cuál qué fue realmente la salvación. Muchos lo atribuyeron a la ventilación y desinfección de la ropa, sábanas y mantas, que habían sido llevadas a las calles o directamente quemadas. Como decíamos antes, se creía falsamente que la vía de contagio era el aire. Pero lo cierto es que de no haber sido por la obsesión de los parisinos por la limonada, el final podría haber sido mucho más trágico.

De hecho, en la actualidad, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos todavía enumera 15 insecticidas en los que el limoneno es el principal ingrediente activo, incluidos tanto los repelentes de insectos como los productos para el control de pulgas y garrapatas.

Esta sustancia está presente en un amplio uso en la industria de productos de limpieza del hogar, alimentaria y cosmética, en parte, porque su aroma es agradable. En cualquier supermercado puedes comprar su equivalente.

Imágenes: Wikimedia Commons

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