Rusia echa de menos a Stalin. O más bien, los tiempos edulcorados de preeminencia global y relevancia internacional. Pese a las múltiples miserias de la Unión Soviética, los ciudadanos rusos añoran hoy el halo imperial y, de forma bastante significativa, la parcial prosperidad de aquellas décadas. Lo cierto es que Rusia no ha ido demasiado a mejor desde la caída del muro de Berlín, y de ahí que la nostalgia soviética sea muy real (para pasmo de la opinión Occidental).
El ejemplo ruso no es un caso aislado. Otros países viven fenómenos similares. Los más significativos son los balcánicos, en especial aquellos que configuraron la Yugoslavia comunista. Pese a los explosivos acontecimientos que precipitaron su caída, entre guerras étnicas inigualables en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, hay cierta "yugo-nostalgia". En 2012, los jóvenes serbios y bosnios declaraban creer que sus padres habían tenido mejores oportunidades.
Una encuesta de Gallup de 2017 ponía cifras al fenómeno: alrededor del 81% de los serbios juzgaban desastrosa la disolución de Yugoslavia; compartían tal opinión el 77% de los bosnios, el 65% de los macedonios, el 41% de los eslovenos y el 23% de los croatas. Como es lógico, las cifras variaban por región (no todas se vieron igual de beneficiadas o perjudicadas), pero en líneas generales mostraban una tendencia: una parte de los ex-yugoslavos añoraba Yugoslavia.
Como en todo fenómeno relativo a la memoria, hay mucho de idilio injustificado. Es un mecanismo psicológico natural y reactivo. Pero también hay base material para que los ex-yugoslavos echen de menos los tiempos de Tito: como revela este estudio, hoy en día todos los países de la antigua Yugoslavia son comparativamente más pobres de lo que eran entonces, con la significativa excepción de Eslovenia. En 1989, todos ellos estaban más cerca de Europa que durante los últimos años.
Si tomamos el PIB per cápita de cada país y lo medimos en un porcentaje donde el bloque clásico de la UE (los quince) representa el 100%, la mayoría de países balcánicos ha ido a menos. Por ejemplo, Croacia en 1989 se ubicaba en un 56,8% en relación al resto de Europa, pero para 2017 sólo alcanzaba el 48,5%. Bosnia y Herzegovina ha pasado del 30% en 1989 al 23% en 2017. Macedonia, del 33% al 27. Montenegro, del ¡51%! a un alucinante 32%. Y Serbia del 45% al 31%.
En agregado, los Balcanes occidentales, la Yugoslavia comunista, han pasado del 35,4% al 27,6%. Los serbios, bosnios, montenegrinos y croatas de 1989 estaban más cerca en poder adquisitivo y nivel de vida del europeo medio que los serbios, bosnios, montenegrinos y croatas de hoy. La única excepción al axioma es Eslovenia, el primer país en independizarse y el más dinámico de la unión: si en 1989 se ubicaba en el 69,8% en 2017 ya ha rebasado el 75%. Es el más rico y la excepción.
Por un lado, podríamos pensar que se trata de algo normal: al fin y al cabo varias guerras destruyeron el tejido económico del país, y una estructura política ineficiente posterior (como la bosnia o la kosovar) hicieron imposible que las nuevas repúblicas independientes comenzaran con buen pie. La transición de una economía estatal y dirigista a una de libre mercado sería lenta. Pero la lectura choca con lo que sucedió en el resto del Este de Europa, donde todos han ido creciendo.
En los propios Balcanes, por ejemplo, países como Albania han pasado del 15% de convergencia al 23% en el mismo periodo de tiempo. Bulgaria pasó del 34,5% de convergencia en 1989 al 23,7% en el año 2000, pero desde entonces ha recuperado el tiempo perdido y ha vuelto a rondar el 40%. Rumanía, Hungría, Eslovaquia, Estonia o Lituania, países pobres antes de la caída del muro, cuentan historias similares: decayeron tras 1989, pero tocaron fondo y comenzaron a crecer. Hoy son más ricas de lo que eran durante la era soviética, gracias en parte a la Unión Europea.
En la antigua Yugoslavia nada de esto es cierto. Bosnia tiene hoy una de las tasas de desempleo juvenil más exorbitantemente altas de todo el continente, y en Kosovo toda una generación se aboca a un futuro laboral casi inexistente. Y aunque pueda existir la tentación de explicar la parálisis económica por las guerras (que jugaron un evidente factor), hay que tener en cuenta que han pasado ya más de dos décadas desde los últimos bombardeos. Hay algo más.
No es casualidad que sea Eslovenia el único país que ha salido a flote desde el fin de la Yugoslavia comunista. El país siempre interpretó la independencia como una oportunidad económica, y desde entonces su rápida integración con los mercados europeos (fue el primer estado balcánico en ingresar en la Unión Europea, nueve años antes que Croacia) le permitió elevar sus estándares de vida muy rápidamente. Pero para todos los demás, el tópico es cierto: bajo el comunismo vivían mejor.
Imagen: Damien Halleux Radermecker/Flickr
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